Ayer, en Buenos Aires, murió Jorge López Ruiz. Tenía 83 años y llevaba 68 con la música: Hasta sus últimos días se mantuvo en plena actividad. Su hermano, el guitarrista Oscar López Ruiz, dio la noticia a través de las redes sociales ayer por la tarde y enseguida se multiplicaron las muestras de afecto y el recuerdo hacia uno de los músicos que con valentía y oficio, en el sentido más alto de la palabra, supo mantener un sabio equilibrio entre el profesional y el apasionado, sin renunciar nunca a ser un tipo creativo.

Contrabajista, compositor, arreglador, López Ruiz  –otro de los grandes Flacos de la música argentina, como bien apuntó alguna vez Sergio Pujol– pertenece a esa generación que en la década de 1950 trazó la modernidad del jazz en Argentina. Lalo Schifrin y Gato Barbieri eran los faroles de una Buenos Aires que mientras recibía las primeras noticias del bebop, ofrecía alguna noche en la que era posible encontrar a Dizzy Gilespie, Tony Bennett o algún otro jazzista de lengua madre.

López Ruiz había comenzado tocando la trompeta, pero en esas urgencias de los escenarios, donde “el espectáculo debe continuar”, una noche lo mandaron a reemplazar al contrabajista. Ahí se quedó. Con ese instrumento en 1961 grabó su primer disco B.A. Jazz, con Fats Fernández en trompeta, Baby López Furst al piano, Pichi Mazzei en batería, además de Gato Barbieri en saxo tenor. Más tarde integró el trío del pianista Enrique Mono Villegas, con Eduardo Casalla en la batería. Y a mediados de los ‘60 era asiduo comensal en las pantagruélicas Folkloreishon que animaba en su casa el pianista Eduardo Lagos. Aquel fue un cenáculo de elaboraciones y cruces del que participaba gente como Hugo Díaz, Oscar Alem, Oscar Cardozo Ocampo, Antonio Agri y Astor Piazzolla. Fue el bandoneonista el que lo recomendó a Alberto Ginastera para que fuera su alumno. “No me hagás quedar mal o te rompo los huesos”, dicen que le dijo Piazzolla al contrabajista.

En 1967 López Ruiz coincidió con Arturo Jauretche en un programa de televisión que conducía Roberto Galán. En cámara se criticó animadamente a la dictadura de Onganía. Fue el autor de Manual de zonceras argentinas el que enseguida instó al contrabajista a decir lo que había dicho, “pero ahora con música”. De ahí nació El grito, una suite para orquesta de jazz compuesta, arreglada y dirigida por el mismo López Ruiz. De ahí salió un disco inusual para el jazz argentino: combativo, pero de gran fibra musical. Fue además la revelación de López Ruiz como arreglador. Enseguida la entonces dinámica industria discográfica le dio un lugar entre sus figuras más versátiles. Así López Ruiz se convirtió en el arquitecto sonoro de Sandro y, después, en el arreglador de Leonardo Favio, de Piero y, por extensión, en el director musical de una gran cantidad de grabaciones realizadas entre 1967 y 1970. 

En aquel inicio de década, en el que también integró un cuarteto de free jazz con el saxofonista Horacio Chivo Borraro, el contrabajista compuso Bronca Buenos Aires, sobre textos de José Tcherkaski, coautor de muchas de las canciones de Piero de esa época. Sin ser la continuación de El grito ni pretenderlo, Bronca Buenos Aires mantiene el mismo espíritu de rebelión, tras los sucesos del Cordobazo y las convulsiones de un país que encontraba en la música de López Ruiz un reflejo lúcido; tanto, que fatalmente ambos discos fueron prohibidos y retirados de circulación. Recuperados –Bronca Buenos Aires se pudo escuchar en vivo acá recién en 2015–, hoy están  entre las memorias más intensas de la música argentina, y no sólo de aquella época.

De prepo (1972), con Jorge López Ruiz 5, un quinteto en el que entre otros estaban Pocho Lapouble en batería y Hugo Pierre en saxo, y los dos volúmenes de Viejas raíces (1975 y 1976), trabajos cercanos a la idea de fusión por entonces muy prolífica en el jazz internacional, jalonaron una discografía distinguida por la versatilidad estilística y el buen gusto. López Ruiz era un jazzista en su plenitud cuando en 1978 compuso Un hombre de Buenos Aires, en conmemoración de los 400 años de la ciudad. Ahí estaba con Dino Saluzzi en bandoneón, Oscar López Ruiz en guitarra, Domingo Cura en percusión, Pablo Ziegler en piano y Gustavo Moretto en piano eléctrico, Andres Boiarsky en saxo soprano y la cantante Donna Caroll, entre otros. Los años de la dictadura lo impulsaron a dejar Buenos Aires para emigrar a Estados Unidos, donde había estado en 1978 para grabar Encuentro en New York, un disco en el que participan el flautista Jeremy Steig, Eddie Gómez, Ray Barreto y Jorge Dalto, entre otros. 

En 1990 volvió a la Argentina y con registros como Espacios (1990) y Coincidencias (1994) marcó un territorio propio en la ciudad que seguía madurando una idea propia de jazz. Un territorio del que entraban y salían nombres y estilos, mezclado entre la tradición reciente y las inquietudes de las nuevas generaciones. El cuarteto con el guitarrista Tomás Fraga, el saxofonista Jorge Cutello y el baterista Germán Boco, fue la última demostración de ese espíritu abierto y combativo, al que últimamente otra comunidad de jóvenes y combativos valores del jazz local, el Ensamble Kuai, le rindió homenaje con Soledades permanentes, una obra colectiva que se refleja en el espíritu y en el gesto de Bronca Buenos Aires. 

Con Jorge López Ruiz se va parte de una época del jazz y de la música argentina, la de la respiración orquestal, además de un hombre cuyas virtudes es fácil resumir en la palabra maestro.