Hace ya muchos años Freud abrió la puerta. El asunto es la sexualidad, dijo en aquel entonces. Y sobre todo, la sexualidad infantil. Así, nos fuimos enterando de que los niños y las niñas se excitaban, de que el Edipo no era solo una tragedia griega, y de que el pene era una cuestión central, ya sea porque su posesión garantizaba una vida plena o porque su falta generaba envidia. 

Cien o ciento veinte años después, nos toca a los analistas hacer honor a la deuda con el maestro y poder hacer centro en lo que permanece de aquellas teorizaciones y desprendernos del lastre. Que la sexualidad es el asunto, no nos produce demasiadas dudas. Que los análisis de nuestros pacientes corroboran esa centralidad, tampoco. Sin embargo, lo que ya no podríamos sostener es la idea de que todo va a dirimirse en los modos en que la sexuación ocurre en el universo del armado intrasubjetivo.

¿Cuál es la sexualidad que hoy nos interpela? El siglo que fue pasando nos mostró que la articulación entre sexualidad y violencia no podía quedar afuera de nuestros intereses. Miles y miles de víctimas de femicidios en nuestra América latina y en el mundo, otros miles de niños y niñas abusados y abusadas por sus padres o sus tíos, o sus primos o sus vecinos, centenares de curas pedófilos distribuidos por todo el mundo, imposibles ya de ser silenciados en sus prácticas perversas y desubjetivantes por una Iglesia cómplice, han puesto en vilo nuestros modos de pensar. La vida que se ha ido viviendo y que ha dejado de ser silenciada, acallada, ocultada, tergiversada hasta el infinito, recentra la cuestión: hay un solo género  violador y eso somos los hombres. Se trata de reconocer, más allá de las innumerables diferencias, de la heterogeneidad que habita en el interior de ese conjunto “los hombres”, que nos hemos subjetivado en un modelo que sigue haciendo estragos.

El tristemente célebre personaje de estos días, un tal Rodrigo Eguillor se ufanó de su machismo en toda nota posible. Con varias causas en su haber por abuso sexual, más allá de la última en la que fue filmado mientras forcejeaba con una joven de 21 años en el balcón de un edificio de San Telmo, permaneció libre hasta ayer mientras algún trasnochado periodista lo entrevistaba en su canal mientras aseguraba que lo respetaba. En una sociedad que mide el rating por segundos, cualquier desmadre ético está permitido. El joven Rodrigo habitó la tele de estos días, pero también todas las pantallas en las que transcurre nuestra vida digital. Desde apoyos asombrosos hasta escraches memorables. ¿Qué nos dice esta situación de nuestra vida actual?

De las notables luchas de las mujeres en todos estos años, vamos siendo testigos perturbables. El psicoanálisis ha dejado de dar respuestas nuevas a fenómenos viejos y solo logramos poder pensar algo de ello si abandonamos las certezas del pasado y el solipsismo que nos habita para dar entrada, como hizo Freud más de cien años atrás, a otras disciplinas más o menos cercanas que nos abran la posibilidad de pensar de nuevo. 

El trabajo de pensamiento más lúcido que encontramos últimamente viene de la antropología y de la filosofía. Menciono tan solo los que más me han impactado y abrieron nuevos horizontes de pensamiento: la propuesta de Rita Segato sobre lo que denomina “Mandato de masculinidad” es un aporte indiscutible y que nos ayuda a entender algo de lo que sucede. Ella dice: “Naturalmente, las relaciones de género y patriarcado juegan un papel relevante. La masculinidad está más disponible para la crueldad porque la socialización y el entrenamiento para la vida del sujeto que deberá cargar con el fardo de la masculinidad lo obligan a desarrollar una afinidad significativa entre masculinidad y guerra, entre masculinidad y crueldad, entre masculinidad y baja empatía. Las mujeres somos empujadas al papel de objeto, disponible y desechable, ya que la organización corporativa de la masculinidad conduce a los hombres a la obediencia incondicional hacia sus pares –y también opresores– y encuentran en aquellas las víctimas a mano para dar paso a la cadena ejemplarizante de mandos y expropiaciones.”

El “fardo” de la masculinidad. Inmejorable definición, popular y expresiva, de aquello que conmina a los hombres a mostrar su goce, a matar a la que nos dejó como muestra ante los otros hombres de que seguimos siendo “machos”. Esa reflexión de la autora me parece notable: no alcanza con pensar en nuestra constitución subjetiva familiarizada si no la vemos envuelta en la escena del mundo en que habitamos. Más allá de la singularidad de cada caso, necesitamos teorizaciones sumamente abarcativas de los fenómenos que atendemos para entender la sujeción a redes invisibles que organizan la vida social.

Si repensar el patriarcado y sus estragos concomitantes es una de las tareas imprescindibles de nuestro tiempo, no lo es menos aquello que, desde la filosofía, Franco Bifo Berardi nos alerta cuando habla de una mutación antropológica que está ocurriendo en nuestra era. Se trata de la mutación digital. Para él, no se trata solamente de una realidad tecnológica como tantas que ha ido habiendo en la historia humana, sino de una verdadera mutación: “La aceleración de la infoesfera está afectando cada faceta de la actividad. En el ambiente interconectado se estimula y moviliza continuamente la atención y se debilita la capacidad de concentrarse en un único flujo de información.”

Se trata, para Bifo, de la alteración de la capacidad mental para elaborar la experiencia. A medida que la información se acelera, el tiempo para la elaboración disminuye y, por ende, la capacidad crítica se hace cada vez más difícil. En un mundo en que ya no hay tiempo para la experiencia, la capacidad empática se ve más reducida y el contacto con el dolor y el sufrimiento del otro se desvanece. 

Pero también sucede que toda la vida sexual se empobrece al no poder destinarle tiempo a la experiencia. Quienes atendemos parejas vemos el efecto de desconexión amorosa y sexual a cada paso. Parejas que ya ni siquiera miran juntos la tele o series a la noche, más o menos cerca sus cuerpos, dando lugar a que por lo menos a veces, algo de eso que miran juntos los afecte amorosamente. En cambio, muchos permanecen acostados cada uno mirando su propia pantalla alejados del otro en cuerpo y alma. 

Al mismo tiempo, la lógica del consumo y de la eficacia ganan el escenario. Un grupo de varones al que pertenece un paciente cuenta en un chat las “minitas” que consigue cada uno en el fin de semana y –Viagra de por medio– cuantos “polvos” se echaron cada noche. “Entre nosotros no nos vamos a mentir” dice, iluso, sin advertir que ganar la competencia entre machos es uno de los elementos centrales en la vincularidad que los une.

Días después de suscitado el episodio que hizo saltar a la in-fama a Rodrigo Eguillor, un nuevo videíto se hizo público. Ocurría en un tren. Alguien filmó un escrache al joven. Un hombre, al que se veía musculoso, bien “machito”, lo insultaba y lo invitaba a bajarse en cualquier estación a pelear. “Bajate, cheto, yo soy de Congreso y te bajo todos los dientes, forro”. El, devenido auto-rrepresentante de los varones, le iba a enseñar cómo es ser un hombre. Mientras tanto, de fondo, se van escuchando otras voces de otros hombres que aseguran que él (Rodrigo), se hace el macho con las mujeres, solamente. El nuevo personaje no lograba divisar que su accionar respondía a la misma lógica que los reiterados abusos sexuales  que Rodrigo había hecho. En nombre de una logia de machos, ajusticiar a otro macho que se había pasado de rosca. Fue una mujer, finalmente, la que poniendo alguna palabra sensata, frenó el linchamiento y logró que en la estación siguiente, Rodrigo se bajara del tren sin más consecuencias que eso. Ahora bien, el “retador” de esta escena, ¿tendrá alguna idea de cómo se juega en él la masculinidad? 

No parece ser fácil desmontar el aparato patriarcal en el que hemos sido criados y subjetivados. Hoy nos encontramos con personas que no saben cómo hacer jugar lo erótico sin entrar en el campo del acoso. Bifo Berardi planteaba muy bien el problema: no hay ninguna duda de que “no es no”. Los tiempos actuales exigen eso para frenar la brutalidad, los abusos sexuales y los femicidios que no decaen. No es no. Punto. Sin embargo, tengamos presente el problema que tenemos y es que la sexualidad erótica exige algo de la ambigüedad, que es inherente a la seducción entre las personas y que la oposición binaria sí-sí y no-no, anula. 

Problematizar los modos en que la sexualidad transcurre, dar lugar a las diversas modalidades en que las personas intentan articular la escena sexual y amorosa en la relación al semejante, es una  tarea que se nos hace necesaria como psicoanalistas en nuestros consultorios o en los diversos ámbitos en los que ejercemos nuestra práctica. Pero también como ciudadanos, insertos en la vida de nuestra tierra, la tarea continúa, incesante.

* Psicoanalista. Miembro Titular de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo.