¿Existe el temor a desdibujar la tarea científica si los investigadores intervienen en debates públicos?

–Lo mismo vale para la divulgación, un “si saco mucho los pies de plato, me expongo”. Podemos ver el vaso medio lleno también: las generaciones jóvenes consideran que hay que salir, que somos actores sociales.

–En particular en este momento de la ciencia argentina.

–Hay un reclamo clarísimo de presupuesto y cargos. Pero también es un reclamo cultural acerca de qué lugar ocupa la ciencia para el Estado, cuál es el motor de política pública, si el Estado ve en la ciencia la herramienta para mirar el mundo de manera más racional. En Latinoamérica en general es raro que los científicos se involucren activamente en cuestiones sociales, salvo las propias. Alguna vez vi el dato de cuántos científicos son legisladores en América latina, no recuerdo el número pero se cuentan con los dedos de las manos.

–La representación política y la investigación científica son actividades excluyentes, ¿no? 

–Y… tendrías que elegir el mal camino. También es cierto que acá no ejercitamos el lobby ciudadano: no es que cuando se vota tal cosa en el Congreso, llenamos de mails con, por ejemplo, opiniones científicas a los representantes, como sí ocurre en Estados Unidos, donde el lobby de las sociedades científicas es fuerte.