Las balas que no se escucharon aquella mañana en las inmediaciones del Concejo Municipal, parecen tener ahora un estruendo renovado. Después de las declaraciones de compromiso, de los análisis con cassette puesto, aparecieron entre la dirigencia política las preguntas que el ciudadano común se hizo desde un comienzo. La primera: ¿cómo es posible que en un lugar fuertemente custodiado y plagado de cámaras de seguridad, nadie haya escuchado nada? ¿Cómo los tiradores tuvieron tiempo de pasar primero a pie, dejar un cartel amenazante y después descargar 18 disparos sin que nadie los escuchara en el silencio de la noche en un espacio abierto? ¿Cómo transcurrieron 9 horas hasta que notaron el atentado? ¿Cómo es posible tanta impunidad?

Este es el eje en el que hace pie el concejal Pablo Javkin que supera la preocupación por el "ataque institucional" y lo transforma en lo que verdaderamente es: un modus operandi que exaspera y desorienta a las autoridades. Las desafía porque puede hacerlo, porque hay parte de la fuerza policial que es inoperante en el mejor de los casos y connivente en el peor de ellos.

Y el poder político sigue el juego hasta el extremo sin tomar nota de lo grave que es la espiral. Las demandas de la política nos van a hundir a todos. La política se sobregira sin parar y tiene urgencias que son peligrosas y delicadas frente al narcotráfico. Tira para adelante, como los sicarios, y no mide las consecuencias. Sin este transfondo es impensable que uno de los máximos responsables de la seguridad en la provincia haya dicho que estos -y todos los disparos en la noche- son producto de bandas que están acorraladas por el eficiente combate que ha hecho contra ellas el Estado. Es extremadamente poco conveniente plantear triunfos donde nunca los hay en guerras inventadas que traen penosas consecuencias. La guerra en la que cree Pullaro es comunicacional. Y lo avisó en un reportaje: "Nosotros no vamos a tolerar las críticas sin sentido y vamos a responder a todos los cuestionamientos", dijo por Canal 5 en una entrevista de meses atrás. Es la única batalla real y también con resultados inciertos. Pullaro nunca ha negado sus aspiraciones políticas, que son legítimas, pero que difícilmente se puedan desarrollar en el área de su competencia. Es de los funcionarios que más trabaja y más enjundia le pone a sus tareas, pero esta no es una cuestión de voluntarismo. Es un asunto de políticas públicas. Jueces, fiscales y hasta miembros de la Corte están hartos de recibir las descargas de este dinámico funcionario que los ha señalado por todos los males que ocurren en la provincia, con tal de sacarse responsabilidades de encima.

Ahora el ministro relevó a la cúpula de la policía de Rosario en un gesto que tiene corto alcance porque ni los periodistas expertos en noticias policiales recuerdan el nombre del jefe y subjefe de la fuerza en Rosario. Esta ciudad, para bien o para mal, tiene una historia de jefes policiales conocidos y con predicamento en la tropa. Desde hace años, nadie sabe quién ocupa esos cargos ni cómo son elegidos para tal fin. La intendenta Mónica Fein tiene pocas reuniones con ellos y escasa ingerencia en su designación. Sabe lo que pasa en la seguridad de su ciudad tanto como cualquier ciudadano que la habita. Y eso no es bueno. Pero no es su culpa, no puede exigir nada en materia de seguridad pública porque son sus superiores en la provincia los que toman las decisiones. Hoy no hay una policía de Rosario que tenga compromiso con sus habitantes. Son miles de uniformados anónimos que deambulan por las calles, muchos de ellos, ni siquiera las conocen porque vienen de otras localidades.

El concejal Javkin se ha transformado en un testimonio interesante por el rol que le toca cumplir: no quiere ser arrastrado por el efecto negativo de la inseguridad como precandidato a intendente del Frente Progresista y tiene que diferenciarse de su opositora interna, Verónica Irízar, que nunca podrá criticar a su propio partido por los desaciertos en la materia.

A la vez, Javkin vigila de cerca los movimientos del PRO y dice para quien quiera oírlo que la ministra Patricia Bullrich tuiteó después del atentado al Concejo en solidaridad con el candidato a intendente de Cambiemos en Rosario, Roy López Molina. Pero como hay posibilidades de que haya otro candidato tuvo que hacer otro twitter para Gabriel Chumpitaz que recorre los barrios de la ciudad, hace afiches donde la palabra "Cambiemos" resulta ilegible y sigue bajando de peso.

El peronismo rosarino mira estas disputas con tranquilidad porque sabe que serán sus candidatos a gobernador los que descargarán toda la artillería pesada sobre la cuestión apenas se caliente la campaña. Tanto Omar Perotti como María Eugenia Bielsa son durísimos respecto del tema y responsabilizan directamente a los dirigentes socialistas por la penetración y el desarrollo del crimen organizado en el territorio.

El de la seguridad pública va a ser sin duda un eje de campaña en el 2019, y no siempre se asistirá a un debate con la altura que el tema merece. Todos los candidatos estarán obligados a hacer propuestas sobre el tema y convencer a la población que espera algo más que críticas certeras  en la materia. El camino es fino y hay que resistir la tentanción de decir lo que la gente quiere escuchar. Los términos "combate", "mano dura" y "no negociar con las mafias", ya están gastados y hay que ofrecer cuestiones más tangibles y, sobre todo, prometer medidas realizables. Abandonar el "ensayo error" de planear una policía comunitaria y después desarticularla, o prometer una policía municipal que no ha tenido buenos resultados en el país. O pretender leyes de narcomenudeos o derrumbar búnkers como si esa fuera la manera de golpear eficientemente al narcotráfico.

Pullaro sabe que la ministra Bullrich lo va a "entregar" apenas llegue el momento de arrinconar al socialismo para tener una posibilidad electoral en la provincia o en la ciudad. Pero no tiene otra alternativa que seguir el juego porque necesita de los recursos federales y porque sabe que la prédica de mano dura y habilitar a la policía a que le tire a lo que se mueva, le ha dado resultados formidables al macrismo al punto de disimular en parte la catástrofe económica nacional.

Como lo contó el diputado Alfredo Olmedo tras su reunión con Jair Bolsonaro en Brasil. Vio cómo en una playa carioca la gente aplaudía el paso de un helicóptero a baja altura con un tirador montado con una ametralladora al costado del aparato. La demagogia punitiva parece irresistible para los políticos.