Juan Martín Del Potro estaba listo para protagonizar el gran asalto. Como tantas otras veces en su carrera. Sin embargo, los infortunios tomaron protagonismo y detuvieron su marcha en un momento inoportuno. Su trayectoria sigue signada por el contraste entre el éxito y la frustración, aunque los instantes en los que llegó a tocar el cielo trascienden todo tipo de desilusión.

Luego de aquel sprint de fines de 2017 que lo dejó en el umbral de la elite, el tandilense no necesitó más que un torneo para regresar al selecto grupo. Haber alcanzado la final de Auckland le resultó suficiente para volver a meterse entre los diez mejores del mundo. De ahí, todo un año para crecer.

Entre febrero y marzo llegó su primer gran pico. Conectó quince victorias al hilo, una de las mejores seguidillas de su vida: fue campeón en Acapulco tras vencer a tres top ten –Thiem, Zverev y Anderson–; conquistó su primer título de Masters 1000 en Indian Wells, luego de una final antológica con Federer; y llegó a semifinales en Miami, donde lo frenó el gigante Isner. Esa racha lo catapultó al 6° puesto.

En el polvo de ladrillo, la superficie en la que menos cómodo se siente, recibió el primer golpe inesperado. Después de perder con Lajovic en Madrid, debió retirarse contra Goffin en Roma por un desgarro de grado 1 en el aductor izquierdo. Peligró su participación en Roland Garros, claro, pero Del Potro, un perseverante incurable, no sólo jugó en París sino que también se dio el gusto de volver a las semifinales luego de nueve años.

No encontró demasiadas posibilidades ante Nadal en Francia, aunque sí batalló de igual a igual con el español semanas después en Wimbledon. Otro pico que aún no había llegado a su techo, porque lo esperaba un gran logro.

Dejó de lado el torneo de Washington que tantas alegrías le había dado para jugar en Los Cabos, la ciudad balnearia en la que alcanzó la final sin exigirse a fondo. La baja en Toronto para cuidar su muñeca izquierda, operada tres veces, no le impidió hacer historia: llegó el tropiezo de Zverev, quien defendía gran cantidad de puntos en aquella gira, y Del Potro se ubicó como número tres del mundo, el ranking más alto desde que se convirtió en profesional –Argentina no tenía un jugador entre los tres mejores de la ATP  desde el 30 de octubre de 2006, el último día de Nalbandian en ese lote–. El broche ideal para una década ganada, diez años después de su explosión en el segundo semestre de 2008.

Pero lo mejor aún no había llegado: el hombre que todo lo puede volvería a disputar la final del US Open después de nueve temporadas, la segunda de Grand Slam desde aquella gran conquista de 2009. Sólo Djokovic en su mejor versión se interpuso entre Del Potro y su segundo título grande.

La pelea de arriba lo dejaba incluso con posibilidades de ubicarse como número dos hacia fin de año. Después de llegar a la definición en Beijing, no obstante, sufrió un golpe que lo obligaría a dar por finalizada su temporada. La fractura de su rótula derecha en Shanghai lo dejó sin Masters y sin un cierre glorioso. El próximo año marcará otro regreso de alto vuelo. Del Potro, al cabo, es un obstinado que sólo piensa en resurgir.