La primavera en la que la política como discurso parecía florecer hoy se asoma como una ilusión olvidada. En los noventas se buscaban cantantes, deportistas, actores, técnicos o militares para ocupar puestos de gobierno. Hoy nos vuelven a hacer creer que es posible la toma de decisiones en forma inmediata y todo lo que tenga que ver con la “representación” no hace más que complicarlas. “La democracia no sirve” pareciera ser la premisa, por lo tanto, eliminemos sus instituciones y el presupuesto que insumen para imponer la acción directa. La tentación es fuerte y a esta lógica se suman sectores de arcos políticos diversos. Paradójicamente, esto confluye con la “vuelta a la naturaleza” por parte de un pseudojipismo descafeinado que ha asumido que el ser humano en estado natural es bueno.  

Naturaleza y cultura, el campo y la ciudad, la Biblia, el Corán, el “libro de la naturaleza”, funcionan como dispositivos de autoridad cuyo contenido es utilizado como sostén de la verdad. Las advertencias ya estaban dadas por Aristóteles: el ser humano por fuera de los símbolos es una bestia o un dios (en caso potencial). Sin embargo, se insiste con que la cultura ha “contaminado” la pureza del “hombre”. 

A esto se suman los medios de comunicación, ya no indicando a los candidatos “correctos” sino interpelando a su público a través de doble discurso: la política no sirve y es costosa. “Nadie duda sobre la conveniencia de reducir los cargos políticos que pagamos todos” exponía Clarín ya en julio de 2001 en una editorial. Los candidatos ofrecidos por este mismo medio son “mentirosos” y “corruptos” pareciera ser el mensaje, sin importar al partido al que pertenezcan (el mismo candidato hoy glorificado por los informativos mañana puede ser llamado a su lapidación). “A través del voto no va a cambiar nada”, esbozó Bolsonaro unos años atrás: “solo va a cambiar… haciendo el trabajo que el régimen militar no hizo”. Ahora su hijo amenazó con cerrar la Corte suprema y encarcelar a sus jueces. Y a intervalos aparece la publicidad –diferenciada de la propaganda aunque funcionen mancomunadas– que, si en primera instancia pareciera ser circunstancial y el sostén del resto de la programación, la lógica es completamente inversa: es el resto de la programación la que funciona en pos de la misma, que –de soslayo– logra imponer la lógica de lo inmediato y las características de los nuevos gobiernos. El ser “cool”, el “ser joven”, “estar en onda” son premisas mucho más efectivas que cualquier bajada de línea directa. Y estar en onda es siempre estar alejado de la política, la política es obsoleta y lo viejo no resulta cool, ni siquiera soporta el trazo de lo vintage.

Más allá de las ilusiones esencialistas, el hombre en estado de naturaleza es un ser salvaje carente de cualidades superiores, en el mejor de los casos funcional a un sistema sin moral y sin historia. Del otro lado se encuentra el ser aristotélico-hegeliano-incluso marxista, el “ser cultural”, que tampoco tiene nada de positivo en sí mismo, más allá de ser dueño de su destino, la posibilidad de elegir, construir y transformar su mundo, mejorándolo y acabándolo definitivamente. 

La política como representación es un sistema complejo y tedioso, precisamente a causa de la inexistencia de garantías, la dilación de sus tiempos y, al no haber una finalidad determinada, siempre se tiene el sabor amargo de no saber si se están tomando las decisiones correctas. En una época en que los medios nos inducen a lo inmediato, las mediaciones tienen mala prensa y lo necesario es infinitamente más tentador que lo contingente. La angustia existencial y su explotación mediática prometen el incentivo de los atajos y la aparición de candidatos omniscientes que nos ahorren el trabajo y los costos institucionales; al igual que los libros sagrados, lo “natural” o sobrenatural, al estar ligados a la idea de “pureza” –criticada por Gramsci a causa de la lógica conservadora que promueve–, nos ahorrarían el peso de las decisiones. La “idea” de la naturaleza funciona del mismo modo que la ficción publicitaria, siendo lo ajeno a lo político y la promesa de la desaparición de los símbolos.

De este modo, suena lógico que el sistema electoral pueda reducirse a un mínimo –ya se piensa en eliminar las PASO–, quizás a un simple clic en el mouse de la computadora o el celular: la ilusión de una democracia directa griega pero sin cuerpo. Los Bolsonaro y los Macri, al venir por fuera de la política y renegar de ella –al mismo tiempo que viven de la misma–, siendo jóvenes y exitosos, cumpliendo con el estereotipo del nomadismo publicitario, nos tientan con la eliminación de las mediaciones.

* Docente UBA y Universidad de Palermo