Hace unos años, a Mauricio Macri se le ocurrió crear otro de los espacios “divertidos” que él considera obra pública. Hay que entender que el entonces jefe de Gobierno porteño y hoy presidente no sólo no sabe cómo tomar un colectivo sino que no sabe tomarse un taxi: fue criado entre algodones egipcios de muchos hilos, leves y suavecitos. Por lo que eso de “divertido” es importante, real, para el macrismo, una tendencia política que valoriza las superficies. El objeto fue el Mercado de Pulgas, una entidad comercial que Macri debe haber entendido –en sus viajes debe haberlos visitado en capitales europeas- y por tanto le resulta “divertido”. Nada de malo en esto de renovar el mercado, bastante cachuzón, pero de inmediato empezaron los descuidos, las ocupaciones de espacios públicos por parte de los bares y finalmente la destrucción de la placita Biro para crear más espacios asfaltados y de uso duro. Lo desmañado de la obra quedó en claro cuando se talaron inexplicablemente los árboles viejos de la vereda… un vandalismo que nadie entiende.

Por supuesto, nada de esto es una puntada sin hilo, que por algo el PRO es el representante orgánico y firme de los intereses inmobiliarios. Quien no recuerde esto, quien olvide que el niño Mauricio tuvo sólo algo parecido a un trabajo en su vida y eso fue dirigir la empresa constructora familiar, no entenderá nunca la lógica del macrismo en funciones. Todo lo que sea “divertido” y todo lo que sea útil se juzga así si y sólo si crea nuevas oportunidades de negocios para la industria mimada, la industria propia. Y es lo que está pasando en el entorno del mercado de la avenida Dorrego.

Por ahí se alzan desde hace años los silos, un primer “reciclado” noventista, de cuando se puso de moda hacer Puertos Madero de tierra firme, y era cosa de tiempo para que alguien pensara en la torre, el único formato que parece cerrarles a los especuladores. Como dice un arquitecto que conoce el tema, en nuestra ciudad quedan “apenas” 300.000 terrenos, con lo que cada uno que se logre desarrollar en “su carga constructiva” es un tesoro. Los vecinos se la veían venir con un terreno que llaman “el cañaveral” por la vegetación que le fue creciendo desde cuando el barrio era un arrabal de baja carga urbana. Técnicamente, es la manzana 37A de la sección 35, con frente a la calle Concepción Arenal al 2900. Hace dos años y después de leer sobre el tema en este suplemento, el vecino Gustavo Beade le pidió a la Defensoría Porteña que averiguara qué se planeaba para el terreno, de más de 12.000 metros cuadrados, si es que se planeaba algo. Beade ya sabía que un proyecto legislativo de declararlo de utilidad pública para hacer una plaza había quedado en la nada: a Macri como a su sucesor las plazas les resultan espacios sin construir y por tanto inútiles, un costo. Lo que descubrió la Defensoría y acaba de reclamar el defensor Alejandro Amor es otro caso de vista gorda para amigos, cubierto por las “interpretaciones” del confuso código porteño.

Al tomar la pregunta del vecino Beade, la defensoría le remitió pedidos de informes a las dos entidades que supuestamente ponen orden en estas cosas y que ciertamente aprueban los trámites, las direcciones generales de Registro de Obras y Catastro, y de Interpretación Urbanística. Para marzo de 2015, ambas entidades contestaban que no, no había ningún pedido de permiso de obra, ni presentación de proyectos, ni consulta alguna. La defensoría descansó pero el año pasado volvió a preguntar lo mismo y la respuesta fue casi idéntica, pero no idéntica.  Para mayo de 2016 le contestaron que nuevamente no había ningún plano presentado ni permiso otorgado, pero que sí había una consulta al Código de Planeamiento Urbano que estaba en trámite por vía electrónica. 

Visto con inocencia, este trámite es literalmente una consulta sobre algo que no se entiende o no se sabe si es posible. El código porteño es un documento bizantino y contradictorio, abierto a interpretaciones arcanas, algo más que lucrativo para los que lo entienden y saben hacer lobby para que se acepte la conclusión que de más metros, más altura. En este caso, la consulta fue respondida por la subsecretaría de Registros, Interpretación y Catastros, que forma parte del sector del ministerio de Desarrollo Urbano que, entre otras cosas, encontró la manera de supervaluar la Manzana 66 de Once y hacerla valer lo mismo que una en Nuñez. La consulta era sobre la posibilidad de hacer un edificio de viviendas, con locales y estacionamiento, en el terreno de Concepción Arenal. Según el documento, el lote tiene 116 metros sobre esa calle, 105 sobre la calle Zapiola y 121 sobre Conesa, lo que da 12.700 metros cuadrados de superficie. El proyecto consistía en crear un anillo edificado de 19,10 metros de altura, exento, y adentro ponerle un edificio también exento de 50 metros de altura que toca el anillo sobre Zapiola y Concepción Arenal. Así se podrían construir unos regios 25.400 metros bajo tierra y 56.000 por encima.

El problema para los especuladores es que la manzana que quieren desarrollar tiene una zonificación especial, la U20 que crea algo llamado Nuevo Colegiales. La reglamentación especial es un dechado de ocultismo deliberado, con sus tangentes y excepciones, pero algo queda en claro y muy en claro: la altura máxima es de 26 metros y todo proyecto de más de 2500 metros que quiera hacer otra cosa necesita un convenio urbanístico, que sólo puede ser aprobado por voto de la Legislatura. Pero la subsecretaría consideró la propuesta “factible desde el punto de vista urbanístico”, que es la fórmula arcaica con que se aprueban estas cosas. 

La defensoría no estuvo de acuerdo. Primero porque 50 metros de altura no son los 26 que marca como tope el código. Y segundo porque la resolución de la subsecretaría no parece saber que una U –“U” de urbanización determinada- es una manera de reconocer que una zona de la ciudad tiene características especiales que se busca preservar. En este caso, una característica del Nuevo Colegiales es que no tiene torrezotas de esta escala. Con lo que no extraña que se le recomiende al ministerio que deje sin efecto la resolución tan ciega, sorda y muda que no ve nada de malo en la construcción en altura en el cañaveral. 

La nota menciona en particular al arquitecto Rodrigo Cruz, que es el subsecretario involucrado y fue el cerebro del negocio de la Manzana 66.