Encapsulado entre dos obras maestras de Beastie Boys, Check your Head (1992) e Ill Communication (1994), el segundo disco de Cypress Hill vino a completar el brillo de un arranque de década glorioso para el hip hop. Se llamaba Black Sunday y fue –como sucede a menudo– una bendición y una maldición. La tripleta de arranque con “I Wanna Get High”, “I Ain’t Goin’ Out Like That” e “Insane in the Brain” era demasiado como para no dejarse enfermar por B-Real, Sen Dog y DJ Muggs, que no mucho tiempo después probaron ante el público argentino que estaban lejos de ser un experimento de estudio. Más allá de la simpatía que pudiera despertar su militancia marihuanera, lo que fascinaba de Cypress Hill era su nota distintiva en un género que, mal llevado, podía llevar a la franca monotonía. Era muy mala idea no estar al tanto de Black Sunday, con sus beats gomosos y rimas arrastradas en voces que parecían salir del parlante desconado de un Winco, todo eso presentado con un arte de tapa con la estética de Black Sabbath.

Como les pasó a tantos, en años posteriores a la Colina de Cipreses le costó estar a la altura de semejante logro. En los 2000, Skull & Bones y Stoned Raiders marcaron sus momentos quizá menos inspirados, no porque fueran “malos” sino en todo caso por previsibles, por abrevar en fuentes demasiado conocidas para una banda que había sabido ser original. Rise Up (2010) fue un disco potente y movilizador, pero la misma presencia del master de la guitarra Tom Morello llevaba a pensar más en Rage Against the Machine que en Cypress Hill.

Pero a veces hay que dar la vuelta completa, llegar hasta el fondo del callejón, entender frente a la pared que hay que hacer una pausa y ver qué pasa. Lo que pasó fue casi una década y la decisión de darle el timón de la producción no a un equipo de profesionales sino al mismo Muggs, que fue al hueso del sonido de Cypress Hill. Ese beat profundo, contracturado a la hora de dibujar paisajes siniestros, pero también capaz de poner en marcha un groove que lleva al baile hipnótico. El trío (aumentado a cuarteto por Eric “Bobo” Correa, percusionista ex Beastie Boys) invirtió cierto tiempo en parecerse a otra cosa, hasta que recordó que lo mejor era parecerse a sí mismos.

Desde el título nomás, Elephants on Acid invita a calzarse los auriculares. Está claro que detrás de semejante imagen no puede sino haber un viaje sónico, capas de sonido y trucos de mezcla para hacer que la música se deslice insidiosamente por el universo auditivo. Detrás del asunto está el espíritu de obras como Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band: no es un capricho por meter a The Beatles en todo, basta escuchar el muy específico “Muggs is Dead”, que abreva en sonidos orquestales similares a la vez que utiliza la frase del título para replicar aquel enfermizo “number nine... number nine” del White Album. Por otra parte, no es la primera vez que se menciona la inopinada influencia de Liverpool en los artistas del hip hop: Paul’s Boutique fue muchas veces mencionado como “el Sgt. Pepper de Beastie Boys”, y no por casualidad. 

Como en ese disco y como en el Odelay de Beck –ambos producidos por The Dust Brothers, partícipes necesarios–, Elephants on Acid hace un uso altamente creativo del cut & paste. Y le agrega pincelazos que dan otro ambiente, como la participación de músicos callejeros egipcios en la apertura de “Tusko / Band of Gypsies”. Los raros instrumentos de aquel lado del mundo y los beats de diseño a veces producen piezas de easy listening adocenado y a veces generan grandes maridajes: el comienzo del noveno disco de Cypress Hill entra claramente en la segunda categoría.

En un campo donde abunda el personalismo, de allí en adelante el trío construye de manera colectiva un disco multifacético, en el que cada quien aporta y redobla la apuesta del otro, juega para un monstruo de varias cabezas. Lo hace un poco al estilo de Massive Attack –otra referencia importante en la naturaleza tripera del disco–, pero también al uso de Cypress Hill. Hay notorias intenciones lúdicas, casi de Cheech & Chong o de dibujito animado, en un par de pasajes explícitos hasta la autoparodia: allí está el infecciosamente pegadizo “Oh Na Na”, que va tirando las frases más típicas sobre el consumo de la hierba santa, pero lo hace sobre un tempo tan marchoso y un flow tan irresistible que a nadie le importan los lugares comunes. O “Crazy”, que se apoya en un beat y una temática igualmente juguetones, con la participación de la rapper estadounidense Brevi. Pero también, claro, hay lugar para la furia vitrólica de “Warlord” o el giro de profunda hipnosis de “Reefer Man” y el aire a la Portishead de “Jesus Was a Stoner”, percusiones gélidas en juego con arrastradas, oníricas rimas. Desde los 70 y 80, bajo el puente del hip hop ha pasado una buena correntada de agua: Cypress Hill se las arregla para mantenerse a flote.