Desde Brasilia

Más que amor, frenesí. Jair Bolsonaro puso todo de sí para demostrar cuánto aprecia a Mauricio Macri, quien le devolvió los gestos de simpatía a lo largo de las casi cuatro horas compartidas ayer en Brasilia: desde que subió la rampa del Palacio del Planalto bajo un sol abrasador acompañado por una marcha militar que interpretó la banda de los Dragones de la Independencia, hasta que dejó la Cancillería a las 14.25 locales.

Frente al palacio de Itamaraty, sede de Exteriores, un trompetista disidente hacía sonar la melodía que tiene por letra “olee, ole, ole, ola, Lulaa, Lulaa”. La policía lo corrió, pero al rato volvió.

Los presidentes, ministros y diplomáticos almorzaron en el primer piso de Itamaraty, donde las mesas se identificaron con nombres de glorias futbolísticas: Pelé, Maradona, Zico, Di Stéfano, en un clima de cordialidad  insistente. Había que demostrar que el faltazo del argentino a la ceremonia de asunción de su colega, el 1 de enero pasado, no dejó secuelas. Y que las declaraciones del ministro de Economía, Paulo Guedes, ninguneando al Mercosur y la Argentina fueron un arrebato retórico.

Lo cierto es que el amor recíproco no llega al frenesí del bolero. Tanto Bolsonaro como el ministro Guedes, un “Chicago boy”, desconfían de la cambiante Argentina, ora macrista, ora cristinista. Prefieren al previsible Chile, cuyo modelo neoliberal parece inexpugnable.

Bolsonaro y Macri comparten, eso sí, la tesis de erradicar las marcas políticas de la integración regional de la década pasada, para suplantarlas por una regresión a los años 90, cuando nació el Mercosur bajo la influencia del Consenso de Washington. 

Una de las ideas en danza para reformar la arquitectura política sudamericana, más allá del Mercosur, es acabar con lo que resta de Unasur, y reemplazarla por el Prosur, un proyecto lanzado por el presidente colombiano, Iván Duque, que tiene el apoyo de algunos bolsonaristas.

Para el Mercosur, la receta es reducirlo a un área de Libre Comercio, según opinan los más radicales, como Guedes.

Es necesario “valorizar la tradición original, la apertura comercial y la reducción de barreras y burocracia. Nuestro propósito es reconstruir el Mercosur para que tenga relevancia y sentido”, dijo ayer Bolsonaro.

El Mercosur tiene que “avanzar hacia una especie de integración que se adapte a los desafíos del siglo XXI”, se sumó Macri, presidente pró tempore del bloque hasta julio.

Posiblemente el punto más alto del consenso entre los mandatarios fue Venezuela. “No aceptamos esta burla a la democracia (...) La comunidad internacional ya se dio cuenta de que Maduro es un dictador”, afirmó Macri, subiendo la voz para regocijo de su anfitrión, un declarado defensor de la dictadura brasileña a la que le reprocha haber eliminado menos opositores que el régimen de Augusto Pinochet en Chile.

Brasilia y Buenos Aires desconocen al gobierno bolivariano, que acaba de iniciar un nuevo mandato, y reconocen como autoridad a la opositora Asamblea Nacional, en línea con lo planteado por los miembros del Grupo de Lima, salvo el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. En la planta baja de Itamaraty, entre periodistas y diplomáticos hubo quien apostó a que en un plazo no muy lejano Bolsonaro y Macri podrían reconocer al jefe de la asamblea, Juan Guaidó, como presidente de Venezuela.