¿Por qué nos gustan tanto los libros de Vivian Gornick? ¿De qué manera nos interpela esta feminista neoyor-quina de ochenta y dos años en el presente al punto de leerla con voracidad? Veamos. 

No es casual que con un feminismo activo como el que tenemos, revisemos el pasado encontrando joyas perdidas, eligiendo a nuestras precursoras. Y a Vivian Gornick fue el tiempo el que la puso en su lugar, porque Apegos feroces –un suceso editorial en España y ahora también en el país– se publicó en 1987 y recién treinta años después fue traducido al español y adoptado por las lectoras que se lo pasan de mano en mano. Estas memorias parten de la premisa de que toda feminista empieza por cuestionarse a sí misma. Y en este sentido, Gornick escribe con conciencia de clase (nació en una familia judía tipo del Bronx en 1935), y a partir de su experiencia de hija se autoexamina sin compasión. Nadie va a encontrar en sus páginas el perfil de una feminista moderna orgullosa y poderosa que cree tener la posta, sino todo lo contrario. Gornick no pretende enseñarnos nada, ni inculcarlos tal o cual conducta o pensamiento, sino que es gracias a la escritura que descubre qué le fue pasando a ella. 

Contadas a partir de breves escenas que de ninguna manera vuelven fragmentaria su escritura, las memorias de Apegos feroces desgranan situaciones de su educación sentimental, intelectual y de su abrazo al feminismo radical al tiempo que revelan la intimidad de una familia en un gran edificio de familias judías. Gornick sabe que no va a encontrar ahí el origen de todos los males pero sí de un montón de roles arquetípicos que le llevarán toda una vida asimilar y deconstruir. Y entre esos vínculos enfermizos y punzantes, el más fuerte, ese “apego feroz” del título, es el que establece con su madre, una señora de atributos conservadores muy activos, sumados a la profunda depresión que experimentó por quedar viuda a los 46 años –cuando la pequeña Vivian tenía sólo 13.

¿Qué hacer con las madres?

Qué hacer con las madres es una pregunta que toda feminista alguna vez se hizo, sobre todo si no comparte con su progenitora la adhesión al movimiento, y en cambio debe batallar con una figura poco emancipada que prefiere el sometimiento a la libertad. En el caso de Vivian Gornick, su madre fue la típica ama de casa abnegada, absorbida por la vida matrimonial, férrea defensora del amor romántico, que vio morir todos sus sueños y sus aspiraciones con la repentina viudez que nunca pudo superar. En cambio se transformó en una señora cínica, algo resentida, muy juiciosa y chismosa, que tiene en su hija a su principal aliada y a la vez a su más feroz enemiga. 

El relato de los años de la infancia en el Bronx, la formación de su sensibilidad lectora, la aparición de sus propios deseos y la pregunta sobre qué hacer con su vida para no terminar como su madre atraviesan Apegos feroces con una prosa prístina, esclarecedora, de esa que se presta al subrayado. Y lo interesante es que no se trata de un libro necesariamente nostálgico sino que el pasado tiene un contrapunto con el presente, en el que esa madre ya anciana y su hija ya divorciada dos veces caminan por una Nueva York movediza deteniéndose tanto en una esquina o un bar como en un recuerdo tumultoso de ese pasado en común. Ellas intentan reconciliar sus vidas, buscar puntos de contacto, y una y otra vez, cuando parece que lo están por lograr, fracasan. 

Si en el centro de Apegos feroces está entonces la madre quejosa que se pasea con su hija, la contrafigura, o el tercer vértice del triángulo amoroso y pasional es Nettie, otra judía joven y pelirroja con una vida mucho más libre y disipada, que le enseñó a la pequeña Vivian que hay otros despertares menos prejuiciosos y más sensuales. La relación erótico-afectiva de Vivian con Nettie es tan clave que la marca para siempre. Otra clave es la muerte del padre y la aparición de distintas figuras masculinas que no terminan de conformarla. Y otra es el refugio en la escritura, que va encontrando de a poco su cuarto propio. Lo que tiene de bueno Apegos feroces es que ningún modelo le cierra del todo a Gornick: su camino es sinuoso, y se va perfilando a fuerza de decepciones propias y ajenas.

Te amo, te odio, dame más

Suerte de continuación natural de Apegos feroces, pero escrito muchos años después –en 2015– , La mujer singular y la ciudad vuelve a poner en escena una serie de conversaciones y escenas con el trasfondo urbano de una Nueva York más sucia y menos glamorosa que lo acostumbrado. Acá los diálogos de Gornick están repartidos entre los tires y aflojes con su madre y con el sarcástico y cómplice Leonard, su amigo gay con el que lo une una relación de más de veinte años. Parece que el paso del tiempo hizo mella en ella: en este libro la observación es todavía más descollante, la lucidez más arrolladora y la reflexión está mucho más depurada.  

¿Y los hombres? Ese sería otro tópico desde el cual abordar sus libros: las relaciones sexuales y carnales con ellos –incluso sus matrimonios fallidos– tienen algo que aportar sobre la estereotipia el amor romántico: “Conforme fueron pasando los años, comprobé que el amor romántico estaba inyectado como tinte en el sistema nervioso de mis emociones, entrelazado a conciencia en el tejido del deseo, la fantasía y el sentimiento (...) Sería un motivo de sufrimiento y conflicto durante el resto de mi vida. Atesoro mi corazón endurecido, pero la pérdida del amor romántico todavía puede desgarrarlo”, dice Gornick haciéndose cargo de esa carga martirizante que sufrieron –y todavía sufren– tantas generaciones de mujeres educadas con ese estigma. Y aquí es importante mencionar que el título original del libro era The odd woman and the city.  Y “odd” puede traducirse como “extraña”, “rara”, pero también como “sin pareja”. Gornick entonces es también esa mujer independiente, sin pareja y sin hijxs, que camina y frecuenta la ciudad, que toma notas, que escribe, que critica.

Como periodista y escritora con una marcada perspectiva de género, Gornick confiesa sin embargo uno de sus mayores fracasos: “Intenté por todos los medios que mi madre fuera feminista, pero esta mañana compruebo que, para ella, nada es más importante en este mundo que la lucha de clases. No importa. Al final, para sentirse estimulada, una cosa es tan buena como la otra”. 

Gornick escribe para no convertirse en alguien como su madre, para no ser ella. Y sin embargo genera un efecto interesantísimo en quienes la leemos: hace que sus libros interpelen tanto a madres como a hijas. A Apegos feroces y La mujer singular y la ciudad los disfrutan mucho mujeres de distintas generaciones que se identifican tanto con la autora como con su progenitora y todas salimos fortalecidas de esa lectura. Empatizamos con los estragos que las maternidades hicieron en nosotras y a la vez con la emancipación crítica de las hijas. Nos reconocemos en esos apegos y en esos desapegos, en las frustraciones y en la soledad que implica ser una feminista actual que le hace espacio a sus problemas  para aceptarlos y compartirlos.

Apegos feroces

(Sexto Piso) Traducción de Daniel Ramos Sánchez 

y Prólogo de Jonathan Lethem

La mujer singular y la ciudad

(Sexto Piso) Traducción de Raquel Vicedo