The new colossus, de Tim Robbins, inauguró el miércoles por la noche la 12° edición del FIBA en el Anfiteatro del Parque Centenario, que estaba colmado. La obra del director y actor estadounidense –quien desde 1981 está al frente de la compañía teatral The Actor’s Gang– aborda la temática de la inmigración y de los refugiados, con un enfoque coral y pretendidamente universal. Once actores y actrices llevan a sus cuerpos y sus palabras las historias de sus antepasados, de familiares que huyeron de sus países de origen por razones políticas, sociales o económicas. Al final de la función, Robbins subió al escenario e interpeló al público: “Les pedimos aceptación de todas las personas que están pasando por momentos difíciles y que les den la bienvenida”, instó.

Surgida para homenajear a los refugiados de la guerra de Siria, The new colossus presenta un planteo simple: todos con valijas, once actores de diferentes ascendencias buscan llevar a la escena el proceso que debieron afrontar sus familiares en diversas épocas (entre 1868 y 2017), la mayoría al ingresar a Estados Unidos. Son pocos los momentos en los que hay subtítulos, y son los más interesantes (sólo cuando los personajes hablan al público en inglés). Luego, el espectáculo consiste en una sucesión de imágenes y escenas que se tornan extensas y confusas, y que aluden al frío, el hambre, la desesperanza y la incomunicación. En todo caso, podrían apreciarse más en un espacio de otras dimensiones, estando más cerca de los actores, que tienen un buen desempeño.

La reiteración y la duración de algunas escenas pueden llevar a algunos espectadores a perder el interés en el relato, como sucede con el grupo de actores y actrices corriendo en círculos una y otra vez. Por todo esto, dramatúrgicamente, The new colossus es simple, tal vez demasiado. Y no hay metáfora; el mensaje es explícito: una invitación a la empatía. “¿Los dejamos entrar?”, se lee en la pantalla de los subtítulos, y el público debe responder por sí o por no. La intención se refuerza luego de la función con la presencia del ganador del Oscar –muy aplaudido–, quien pregunta si entre los espectadores hay inmigrantes y de qué países han llegado. También pregunta por padres y abuelos, y pide a todos que mencionen, al unísono, el nombre del familiar que dejó su tierra. 

En términos políticos –más allá de la ideología que suele manifestar el director en entrevistas–, es curiosa la inclusión del soneto de Emma Lazarus que da título al espectáculo, escrito a fines del siglo XIX, en el que la Estatua de la Libertad asoma como “la madre de los exiliados”. Así, da a entender que el ingreso a los Estados Unidos sería la solución para este lastimado cuerpo colectivo. Al menos, en la obra no se dice lo contrario. También es para pensar el tratamiento por momentos indistinto que se otorga a dos conceptos diferentes, el de inmigrante y el de refugiado.

Una pantalla ubicada detrás de los actores muestra fotos alusivas a la temática y las emociones de la escena son acompañadas por un cello, una batería y en menor medida una guitarra (los músicos, también de buen desempeño, están ubicados a la izquierda del escenario). The new colossus es uno de esos casos en los que un planteo políticamente correcto –a priori, al menos– parece reinar por sobre la teatralidad y la profunda indagación. Es para celebrar que el teatro se ocupe de estos temas y con propuestas accesibles a un público amplio. Pero un buen espectáculo no puede descansar sólo en ello.