A través de sus decisiones el Papa intenta transformar el perfil de una institución católica con una estructura difícil de modificar y mecanismos que tienden a resistirse al cambio. Uno de los resortes estratégicos que tiene el pontífice es la potestad de nombrar obispos. Y haciendo uso de esa facultad Francisco acaba de dar un importante golpe de timón en la iglesia católica de Perú. El 28 de diciembre pasado, al cumplir los 75 años que establece la ley eclesiástica para que los obispos presenten renuncia a sus cargos, hizo lo propio el cardenal de Lima, Juan Luis Cipriani, miembro del Opus Dei, conservador y batallador incansable contra toda perspectiva progresista dentro de la Iglesia. El arzobispo renunciante fue un constante perseguidor del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, el más importante exponente de la teología de liberación en América Latina, quien terminó por radicarse en Europa acogido por la congregación de los dominicos, para poder continuar así con su tarea teológica. Apenas 29 días tardó el Papa para nombrarle reemplazante a Cripiani, cuando en muchos casos la aceptación de la renuncia se demora meses hasta como una forma de reconocer al obispo saliente. Sin embargo la mayor sorpresa fue el nombre de quien será a partir de ahora arzobispo de Lima. El elegido es Carlos Gustavo Castillo Mattasoglio, un sacerdote de 68 años, doctor en teología, amigo y discípulo del teólogo Gustavo Gutiérrez y un hombre de clara visión renovadora y de compromiso social. Un cambio que implica una decisiva modificación del rumbo pastoral de la iglesia en Perú.