En 2008 leí un cuento de Alberto Moravia en el que un hombre no soporta el dolor de la culpa porque ha matado, sin testigos y accidentalmente, a otro. Más o menos durante esa época se estrenó la película La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, y la fui a ver. Entonces, casi hijo de la literatura y del cine, me empezó a crecer un cuento incómodo. 

La tortuosa duda y la enloquecedora certeza: por ahí iba la cosa. Entre esas dos bestias iba a transitar Beltrán, el conductor de lanchas y protagonista de Franco. El cuento fue publicado en 2009 y aunque sufrió –y seguirá sufriendo (o gozando)– varias correcciones, el texto siguió navegando. Un día de 2016 me avisaron que le habían acercado mi historia del lanchero de Tigre a Chicha Mariani y que ella había sentido allí “que los cabos sueltos pueden tejerse”.

El cuento me encontró parado exactamente entre un libro y una película. Sólo lo escribí y todo comenzó a tener sentido algunos años más tarde cuando me enteré de que a través de Leticia Finocchi, Verona Demaestri y Marina Arias, a Chicha Mariani le había llegado mi abrazo.

Franco fue publicado en el libro El salto del final, Editorial de la Universidad de La Plata, (EdULP) 2009.