“Tengo miedo a la muerte/ y no sé qué puede pasar allá afuera”, canta Sam Cooke en su último hit, “A Change Is Gonna Come”, en el que es visible la influencia de Bob Dylan, el de los primeros himnos de letras proféticas. En el caso de Cooke, la profecía resultó más personal y de corto plazo que esos ambiciosos frescos whitmanianos de Mr. Zimmerman. A Cooke se lo conoció, tal vez por su soltura en escena, como “el Sinatra negro”. Más tarde, se lo llamó “el rey del soul”, un título que desde Curtis Mayfield hasta James Brown (que debió conformarse con el de “padrino” del género), pasando por Marvin Gaye, Stevie Wonder y Otis Redding, se quedaron ambicionando para siempre. Finalmente (o en primer lugar), el biógrafo Bruce Eder lo nombró, de una, como “el inventor del soul”. En las votaciones organizadas periódicamente por la revista Rolling Stone figura en el puesto 16 como “Mejor artista de todos los tiempos” (1999) y cuarto como “Mejor cantante” (2008). La plataforma Netflix subió recientemente Remastered: El doble asesinato de Sam Cooke, un título doblemente engañoso, ya que el documental no se ocupa primordialmente de eso, ni tampoco representa ninguna remasterización. 

Lo del “inventor del soul” tiene que ver con que Cooke perteneció a una época en que todavía no se sabía ni cómo nombrar a esa música negra. ¿Góspel? ¿Blues? ¿Rhythm and blues? ¿Funk? ¿Rock and roll? No, lo que estaba en el medio y comenzaba a desarrollarse, al menos en su versión televisiva para audiencias multirraciales, en los primeros ‘60. Cooke nació con el apellido Cook (le agregó la “e”, según explicó, para simbolizar su nuevo nacimiento; curiosamente, más tarde Marvin Gaye hizo lo mismo, pero por otras razones, y Al Green lo contrario: se sacó la “e” final) a comienzos de los años ‘30 en Mississippi. Ocho hermanos, hijos de un pastor (como Aretha Franklin, como el propio Gaye). Se mudaron a Chicago cuando Sam tenía dos. A los 6, se sumó al grupo de góspel de sus hermanos. A los 19, fue primer cantante en el grupo The Soul Stirrers (el término andaba dando vueltas) y escribió sus primeras composiciones. De 1956 fue su primer hit en solitario, “Lovable”. ¿Quién cantaba soul en ese momento? Para tener una idea, James Brown grabó su primer tema con su banda de entonces en 1958. The Supremes, Marvin Gaye, Aretha y Stevie Wonder, todos en 1961. The Temptations, en 1962. The Four Tops, al año siguiente. Al Green y Curtis Mayfield, ni hablar: 1969 y 1970. O sea que el señor Eder está en lo correcto: Sam Cooke inventó el soul.

Desde el debut hasta 1964, grabó clásicos a paladas. Y todos, o casi todos, escritos por él. “You Send Me”, “Chain Gang”, “Wonderful World”, “Twisting the Night Away”, “Another Saturday Night”, “A Change Is Gonna Come”. Por su canto fluido y voz aterciopelada, más que “el Sinatra negro” se lo podía haber llamado “el Nat King Cole del soul”. Los temas de Cooke solían ser baladas y midtempos melancólicos, en una suerte de medio camino entre el pop y el soul. “Wonderful World” es el temazo (“Don’t know much about History/ don’t know much Biology”) que Harrison Ford y Kelly McGillis bailan en el granero en Testigo en peligro, en la que es definitivamente una de las más bellas escenas de seducción de la historia del cine. “Twisting the Night Away”, que más tarde versionaría Rod Stewart, es un tema inusualmente alegre y movido para los estándares de Cooke. Su último hit, “A Change Is Gonna Come”, alude a los derechos civiles, una causa a la que el vocalista había comenzado a prestarle atención. Pero ojo, él era un cantante comercial y no un songwriter, por lo cual no debe extrañar que en su repertorio se cuidara de incluir un cha-cha-chá o una bossa.

Cooke fue también el primer músico negro, un par de años antes que James Brown, en fundar su propio sello, SAR Records (un nombre que no era el colmo de lo ganchero), que contaba entre sus contratados al grupo vocal de Bobby Womack y sus hermanos. No sólo eso: Cooke abrió también una firma de publicidad y management, y una de edición de discos. Era, entonces, un cantante que componía y arreglaba, y también su propio empresario. Lo cual le permitía, obviamente, negociar contratos en condiciones de mayor paridad que sus colegas. Para el año 1963 había un afroamericano que se consideraba el más grande, y creía que además de él había otro que era el más grande y se llamaba Sam Cooke. Muhammad Alí no había peleado todavía por el campeonato del mundo, pero se comportaba como si ya hubiera ganado la corona. Editando un LP, por ejemplo, que se llamaba I’m the Greatest. Como Alí no era el mejor vocalista y lo sabía, le pidió a su admirado Sam Cooke que lo ayudara un poco. Dos potencias se saludaban.

Seis meses más tarde —en febrero de 1964—, Alí finalmente lo consiguió, tirando a la lona a Sonny Liston. Ocurrió algo asombroso: terminada la pelea y mientras Alí abría la boca, gritaba y levantaba los brazos, se vio cómo sus labios pronuncian “Sam Cooke, Sam Cooke”, llamando a su amigo a subir al ring. Otro que andaba por ahí era Malcolm X, artífice de la conversión del boxeador a la Nación del Islam: en el momento de la pelea con Liston se llamaba Cassius Clay; a la mañana siguiente, Muhammad Alí. Y el cuarto amigo era Jim Brown, fenomenal jugador de fútbol americano que en algún tiempo más se convertiría en actor de cine. Cooke, que manejaba su repertorio, su imagen y su carrera con extrema prudencia, había comenzado a interesarse por lo que tenía que ver con la identidad negra y las muestras de rebelión, según detalla el documental. Pero a su vez seguía dirigiéndose a un público mixto, tal como confirma el show que dio en el Copacabana, quizás el mejor de su carrera, en julio 1964. O sea que su relación con Malcolm X no parece haber ido más allá de lo ocasional.

En diciembre de ese año, Cooke levantó a una prostituta y fueron a parar a un hotel. Hubo una discusión, un incidente, intervino la administradora del hotel, forcejearon y la mujer le acertó un tiro a la altura del pecho. Cooke no tenía camisa, pantalones ni ropa interior. Según testimonios de terceros, en el pantalón Cooke tenía un grueso fajo de billetes, que no tuvo la prudencia de no exhibir en público. La presunción es que su acompañante se habría ido con su ropa, en busca de ese fajo, y buscándola a su vez, el cantante fue hecho una furia a la oficina de la administradora. Un año antes, el magnicidio de John Fitzgerald Kennedy había dado comienzo a la era de la conspiración en Estados Unidos. Al año siguiente sería asesinado Malcolm X. Las teorías conspirativas, por otra parte, siempre son atractivas. Hay quienes alegan que la muerte de Cooke habría sido una conspiración, pero nadie hasta el momento presentó pruebas de ello. Existe una segunda teoría, tal vez más factible, aunque más crasa: el responsable sería Allan Klein, el manager de Cooke, al que el documental acusa de haber querido “pasarlo” con un acuerdo comercial.

La referencia al “doble asesinato” se justifica, según el propio documental, por el hecho de que en ese hotel mataron a Cooke, y que al hacerlo eliminaron también su legado. No es cierto. Si se refieren al legado de su repertorio, está todo ahí, no falta nada. Si aluden a un legado más amplio, el de la música soul que el músico echó a rodar, más todavía: fue a partir del momento de su muerte que el soul invadió radios, estudios de TV, shows y bailes, disparándose hacía el futuro.