“Ella está yendo de este lugar de represión a descubrir quién es, a ponerse en contacto con la furia que tiene, algo que la conduce a este... poder”. Ellen Page está describiendo la trayectoria de Vanya, su personaje en la algo delirante adaptación del comic The Umbrella Academy, que subirá este viernes a la plataforma Netflix. Pero tranquilamente se podría estar describiendo a sí misma. En los primeros doce años de su carrera, Page estaba –según describió más tarde– “muy, muy en el armario”. Tenía solo 17 años cuando protagonizó el espeluznante thriller de venganza Hard Candy (2005) y aún no había descubierto su preferencia sexual para ella misma, mucho menos para el público. Tampoco en 2007, cuando obtuvo una nominación al Oscar por su maravillosa interpretación como la adolescente embarazada de La joven vida de Juno. Poco después empezó a salir con mujeres; como al mismo tiempo protagonizaba películas como Whip It (2009), El origen (2010) y X-Men: Días del futuro pasado (2013), hacía que sus novias salieran del edificio por una puerta diferente, o que se escondieran en el baño cuando llegaba el servicio de habitación en su hotel.

Entonces, en el Día de los Enamorados de 2014, justo cinco años atrás, la actriz canadiense dio un discurso en una conferencia de la Campaña por los Derechos Humanos. Luego de elogiar el trabajo de la organización y condenar los omnipresentes estereotipos sobre la masculinidad y la femineidad, tomó aire profundamente. “Estoy aquí hoy porque soy gay”, anunció. “Y porque creo que quizá pueda hacer una diferencia”. En el último lustro hizo más que vivir de acuerdo a esa promesa, y en el proceso se mantuvo en contacto con su propia furia. 

Hay un caso cercano, la viralización de su aparición este mes en el show televisivo de EE.UU. The Late Show with Stephen Colbert, que fue vista por más de 16 millones de personas. Unos días antes, el actor Jussie Smollett fue atacado por dos personas que le gritaron frases racistas y homofóbicas. Page quería referirse al tema. “Esto es lo que sucede cuando estás en una posición de poder y odiás a la gente”, dijo, para luego mencionar por su nombre al vicepresidente Mike Pence, tirando de un hilo imaginario con su mano mientras hablaba. “Cuando pasás tu carrera tratando de causar sufrimiento, ¿qué creés que va a suceder? Los chicos van a ser abusados, y van a matarse”. Una pausa espesa. “Y la gente va a ser atacada en la calle”. Era algo tan alejado de la habitual cháchara de talk show de celebridades, que prácticamente podía escucharse el aire saliendo del estudio. 

“Es algo que simplemente... sucedió”, dice ahora Page, sentada en el sofá de un hotel londinense. Vestida completamente de negro, tiene una especie de energía nerviosa. Durante la conversación volverá a desencadenar la misma furia justiciera que mostró con Colbert, y toda su conducta se transformará; pero por ahora se mantiene sentada con una actitud que se siente casi frágil, sus manos temblando levemente. Es la faceta de sí misma que Page canaliza, al menos al principio, en The Umbrella Academy, una adaptación en diez episodios del comic de Gerard Way y Gabriel Bá. Page es Vanya, una de varias personas nacidas en el mismo día de 1989... de mujeres que no mostraban ningún signo de embarazo en los días previos. El excéntrico billonario Sir Reginald Hargreeves adopta siete de estos niños, incluyendo a Vanya, y los cría en una casa estricta y sin amor, entrenándolos para combatir el crimen. De todas sus “hermanos”, sin embargo, Vanya es la única que parece no poseer superpoderes. Con un padre adoptivo que le ha dicho que “no hay nada especial” en ella, crece como una mujer solitaria y tímida, aterrada de ocupar demasiado espacio en el mundo. 

“En última instancia ella es una persona que ha tenido una infancia realmente abusiva”, dice Page. “Su padre fue horrible con ella, los chicos fueron horribles con ella, y ahora está en sus tempranos 30 y apenas puede lidiar con eso. Está deprimida, sufre de ansiedad, apenas sabe cómo tener una amistad –ni hablar de una relación íntima–, y lucha con estos sentimientos de total y absoluta inutilidad. Todo ese arco en general fue como... ‘sí, por favor’. Inmediatamente me conecté con Vanya”. A causa del secreto que cargaba, Page también luchó por mucho tiempo con las relaciones íntimas. “Quiero decir, apenas me animé a tocar una mujer en público hasta que tuve 27 años”, dice, y sacude la cabeza: “Muy loco”. Salir del armario tiene que haber sido un gran alivio. “Enorme, sí. Y en el momento no estaba muy bien físicamente. Me pasaban muchas cosas. Era muy susceptible a los ataques de pánico. Y salir del armario...”, dice y chasquea los dedos, “fue como si me transformara de la noche a la mañana”.

Page lleva casada un año con la bailarina Emma Portner, pero su conocimiento de primera mano del daño que la represión puede provocar es lo que hace que se encienda tanto con la intolerancia. Se niega rotundamente a la idea de que hay que tratar de llevarse bien con aquellos con una ideología diferente. “Hay un lado que está bien y un lado que está mal”, dice. “El matrimonio gay no es un debate. Tener el derecho religioso de no atender a una persona queer o trans no es un debate. Y los medios necesitan dejar de tratarlo como si lo fuera”. La energía nerviosa se ha evaporado. “No. Es. Un. Debate. Nunca lo fue. Basta”. Dice todo eso de manera vehemente, y lo repite: “Basta”. Todavía lo está diciendo cuando trato de empezar otra pregunta. “Literalmente... ¡basta!”, grita, y cuando ve mi gesto sorprendido dice “¡No, no vos!”.

De la manera en que lo ve Page, hay un nexo irrefutable y directo entre las políticas anti LGBTQ y la violencia física. “Conocí personas que tuvieron que lidiar con el más jodido trauma por la retórica y las políticas promovidas por la gente en el poder”, dice. “Y es absolutamente devastador. Creo que la gente podría estar más al tanto si tuviéramos más representación LGBTQ en los medios. Tuve ejemplos de primera mano en Gaycation”, señala, en referencia a la serie documental en la que ella y su mejor amigo Ian Daniel exploran las comunidades queer alrededor del mundo. “Tuve llamadas telefónicas que realmente me sorprendieron, por lo tristes: gente diciendo ‘me siento muy mal por cómo traté a la gente, las cosas que dije. No lo haré nunca más’. Esta comprensión de ‘Dios mío, cuando le decía marica a ese pibe en la escuela...’: llegar a una conciencia real de lo que significaba”.

Es interesante que la gente sienta la necesidad de ponerse en contacto para hablar de sus actos pasados de odio. ¿Se disculpan o esperan ser exonerados? ¿Hay mérito en simplemente asumir los prejuicios pasados? Liam Neeson admitió recientemente que una vez recorrió las calles, luego de que una amiga cercana fuera violada, buscando a un “negro bastardo” para matarlo, pero insistió en que estaba avergonzado de ello. “Bueno...”, dice. “Si querés asumir eso, OK, pero estás reconociendo que sos un maldito... tan maldito, más allá de lo maldito... sos un jodido racista. Y lo podés decir y asumir, pero entonces tenés que prepararte para la respuesta que la gente te va a dar. Podemos reconocer las cosas y pedir perdón, pero no podemos asumir que seremos perdonados. Y no podés hacerlo con esa expectativa, porque entonces no es una verdadera disculpa. Para ser honesta, es difícil encontrar las palabras para esa entrevista de Neeson. Seré honesta: está muy, muy jodido”.

Lo mismo para Mike Pence: ella preferiría que se guardara su odio para sí mismo. “Si quiere ir a casa y, mientras prepara el desayuno en la mañana, estar pensando en cuánto odia a los gays, y que no quiere que sean felices, que conviva con eso en su cabeza”, se encoge de hombros. “Pero si estás creciendo en una sociedad en la que está bien tener una conversación sobre si los derechos de la gente LGBTQ existen o no... si un chico crece en un ambiente homofóbico, es un ambiente abusivo. Detención total. Simplemente está mal, y creo que hay que empezar a atravesar eso, la gente tiene que saber que hay consecuencias desastrosas. No me lo estoy inventando”. 

Unos días después de la entrevista, Page está en guerra de vuelta, señalando al actor Chris Pratt por ir a una iglesia “famosa por su postura anti LGBTQ”. “Si sos un actor famoso y pertenecés a una organización que odia a cierto grupo de personas, no te sorprendas si alguien se pregunta por qué no decís nada al respecto”, tuiteó. Es claro que Page ya no quiere reprimir su bronca nunca más. “Para la gente, esto es la vida o la muerte”, dice. “Es la vida o la muerte. Y no es una exageración”.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.