Las voces africanas componen un coro heterogéneo que dinamita los estereotipos de la barbarie. “Mamá, no estuve ahí para cubrir tu cuerpo, y no tengo más que palabras –palabras de una lengua que no comprenderías– para cumplir con lo que me pediste. Y estoy sola con mis palabras, con estas pobres frases que, sobre la página del cuaderno, tejen y retejen la mortaja de tu cuerpo ausente”, se lee en la extraordinaria La mujer descalza (Empatía), traducida por Sofía Traballi, con prólogo de Christian Kupchik. La que narra, en esta especie de biografía novelada sobre su madre, es la escritora ruandesa Scholastique Mukasonga (Gikongoro, 1956), cuya infancia transcurrió en el exilio de Nyamata junto a centenas de deportados tutsis, que vive en Francia desde 1992, dos años antes de la masacre de los tutsis en manos de los hutus en la que fueron asesinados 27 miembros de su familia, incluida su madre Stefania. Mukasonga no pudo cumplir con el pedido materno: “Cuando yo muera, cuando ustedes me vean muerta, tendrán que cubrir mi cuerpo. Nadie debe verlo, el cuerpo de una madre no puede quedar expuesto. Serán ustedes, hijas mías, las encargadas de cubrirlo, solo a ustedes les corresponde hacerlo. Nadie debe ver el cadáver de su madre porque si no, eso las perseguirá... las atormentará hasta el día de su propia muerte, cuando también ustedes necesiten que alguien cubra sus cuerpos”. El cuerpo de su madre no fue cubierto. Ella no estuvo ahí para hacerlo; los huesos de Stefania se perdieron en la pestilente fosa común del genocidio en Ruanda.

Empatía es la primera editorial de autores africanos contemporáneos, al margen del mainstream que tiene como principal protagonista al sudafricano J. M.Coetzee, Premio Nobel Literatura, que además dirige la cátedra Literaturas del Sur en la Universidad Nacional de San Martín; la sudafricana Nadina Gordimer (1923-2014), también Premio Nobel de Literatura; al escritor angoleño José Eduardo Agualusa o a la nigeriana Chimamanda Adichie. La creadora de esta editorial –que publicó el primer título Antología: Escritores Africanos Contemporáneos en 2018– es Marcela Carbajo, formada en Letras en la Universidad de Buenos Aires y cofundadora de una empresa de tecnología. En la introducción a la antología, que despliega once relatos de tres autores de Nigeria (E.C.Osondu, Helon Habila y Chika Unigwe), tres de Sudáfrica (Cat Hellisen, Siphiwo Mahala y Mandla Langa), dos de Kenia (Lily Mabura y Binyavanga Wainaina), uno de Uganda (Doreen Baingana), uno de Camerún (Patrice Nganang) y uno de Yibuti (Abdourahman Waberi), Carbajo explica la propuesta editorial. “Africa, cuna de la humanidad. Africa, el continente negro. Los latinoamericanos contamos con tan pocas ficciones provenientes de esa porción del planeta, más allá del cliché de las jirafas contra un sol rojo en la inmensa sabana, que se nos hace difícil forjarnos imágenes mentales de la realidad y la individualidad de sus más de mil millones de habitantes y sus cincuenta y cuatro países”, plantea la editora.

“Hay experiencias de peso que atraviesan por igual a la mayoría de los países africanos –afirma Carbajo–. Una etapa precolonial, con sus formas sociales, sus estructuras familiares, sus creencias y sus dioses, sus relatos orales. Luego, los colonizadores: ingleses, franceses, holandeses, portugueses, españoles, italianos, belgas, alemanes; un período de opresión, lucha, imposiciones, conflictos culturales y resistencia. Las antiguas fronteras tribales se vieron borradas bajo el trazo de divisiones políticas artificiales y la convivencia forzada encendió muchas veces la mecha de cruentas guerras civiles. Y por último, la etapa postcolonial, una primavera esperanzadora que generalmente derivó en pesadilla –dictaduras, corrupción, persecución política, prisión, muerte, diáspora– pero también despertó una enorme energía y una imperiosa necesidad de contar, de escribir sobre los valores de los ancestros y los que aportaron los colonizadores, sobre el exilio, la belleza de los paisajes, la turbulencia de las ciudades, los futuros posibles. Han pasado menos de sesenta años desde que la mayoría de los países africanos logró su independencia: se vive aún la urgencia de darle sentido al pasado y forma al futuro a través de la ficción literaria”. 

Empatía ha publicado también la novela Abigail, de Chris Abani sobre una adolescente nigeriana forzada a viajar a Londres con un pariente de escasos escrúpulos, con prólogo de Gabriela Baby; y La Montaña, del argelino Jean-Nöel Pancrazi, prologada por Luciano Lamberti. En los próximos meses llegarán Esperando un ángel, del nigeriano Helon Habila; Minutos de gloria y otros relatos, del keniata Ngugi wa Thiong’o; y Mapas, del somalí Nuruddin Farah. “Cuando tenía 7 años, leí La cabaña del Tío Tom (de Harriet Beecher Stowe) y me di cuenta de lo que era la esclavitud –recuerda Carbajo a PáginaI12–. La ficción te permite una vivencia afectiva que te acerca más al imaginario de una época y de un lugar. África es un continente que no está tan lejos, pertenecemos al mismo hemisferio, somos países tercermundistas, estamos en el sur, pero no sabemos nada. Los africanos saben más de nosotros de lo que nosotros sabemos de ellos. La parte más compleja fue encontrar a las escritoras y escritores, saber quiénes eran”.

–¿Cómo iniciaste el trabajo? ¿Fue como una pesquisa detectivesca?

–Sí (risas). Al principio empecé a buscar quiénes habían ganado premios, porque hay un par de premios en Africa. A medida que encontraba nombres, les empecé a escribir a los mails a fines de 2017; muchos dan seis meses de clases en alguna universidad europea o en Estados Unidos y después vuelven a sus países, y por medio de las universidades pude conseguir algunos datos. Yo era como Heidi en mis correos: “Hola, quiero hacer una editorial de autores africanos”... Tuve un gran apoyo y todos siguen muy entusiasmados. Ahora me escriben y me dicen “Voy a sacar una novela, ¿querés publicarla?”. Después de que hacés el libro, el tema es cómo distribuirlo; es muy difícil cuando le decís a un librero que la editorial es nueva. En general me dicen “Vení en un par de años”. Lo bueno es que, como la literatura africana no es un tema tan frecuentado, hay lectores que preguntan por autores africanos, que piden recomendación. Eso ayudó a que en algunas librerías me aceptaran los libros.

–¿Qué aprendiste o descubriste de Africa durante este año de trabajo?

–Lo primero que descubrí, aunque sea obvio, es que no hay una imagen de Africa; que no tiene nada que ver un ugandés con un keniata, con un egipcio o con un marroquí. Esa idea de Africa como un todo es una construcción falsa. Pero hay cuestiones que sí atraviesan a todos los países, como el imperialismo. El tema del exilio es muy común en la literatura de casi todos los países africanos. Yo estuve en Sudáfrica, en la Feria del Libro, con Mandla Langa, el autor de unas memorias de los años presidenciales de Nelson Mandela, y conversamos sobre varias cuestiones culturales. El apartheid no terminó hace tanto, todavía no se cumplen veinte años; pero hay cosas que no se olvidan fácilmente. Los negros ganan un veinte por ciento menos que los blancos. No hay más apartheid en los papeles, pero siguen separados. Cuando empezás a leer las historias de la colonización de los países africanos, te preguntás de qué lado está la barbarie, pero también podés ver esa otra forma de civilización que tenían muchas tribus, con unas normas éticas y morales muy fuertes. Los libros que publiqué dinamitan el concepto de barbarie.