Silvia Bignami es la mamá de Julián Rozengardt, quien murió a los 18 en Cromañón, y forma parte de Movimiento Cromañón. En diálogo con PáginaI12 recordó cómo vivió la noche de la masacre y contó cómo viven los familiares la entrega del local a Levy. “Le devuelven el boliche y es como que aquí no pasó nada. Se está tapiando la memoria”, sostiene.

–¿Cómo recuerda esa noche del 30 de diciembre de 2004?

–Fue tremenda. Después por el juicio nos enteramos de que todo estaba conjugado para que pasara algo, pero ninguno de nosotros lo sabía. Julián volvió un día antes de visitar a su papá, que vive en otra provincia, para ir con su novia a ese recital. Ella la había estado pasando mal en ese momento y era una forma de tomar aire. Yo vivía en Palomar y me llamó Florencia, la novia de Julián, llorando y yo no entendía que me decía hasta que prendí la televisión y ahí entendí todo. Después de esa noche nunca más vi televisión, de hecho nunca más tuve una televisión.

–¿Y qué hiciste?

–Salí corriendo a pedirle a un amigo que tenía coche que me lleve. Empezamos a recorrer el lugar y mientras tanto escuchábamos qué decían de los hospitales. Estuvimos muchas horas buscándolo porque el operativo de emergencia de (Aníbal) Ibarra fue un desastre, así que estábamos librados a nuestra suerte. Recorrimos varios hospitales e incluso fuimos a la morgue, aunque yo me negaba porque decía que Julián estaba vivo. En la mitad de la noche me avisaron que estaba internado en el Hospital de Clínicas, lugar por el cual no volví a pasar desde entonces. Me acuerdo del impacto de llegar porque a todo el horror se le sumó la brutalidad del sistema: había una hojita en la puerta de la guardia que decía “internados” y “fallecidos”. O sea que hubo mamás que se enteraron así, por una hojita, que su hijo había muerto.

–¿Y Julián?

–Mi hijo en ese momento estaba vivo, pero en muy mal estado. Tenía un pulmón totalmente destruido y el otro por la mitad. Era muy poco probable que se salvara. Juli estuvo internado casi dos días pero nunca se despertó. Fue una cosa muy confusa porque si bien tenía un color muy raro por la intoxicación, se lo veía entero y entonces costaba mucho pensar en alguien que estaba tan mal. Mucho más no recuerdo, para mí es todo una gran nebulosa, pero hasta ese momento no habíamos medido la magnitud del desastre.

–¿Cuándo tomó magnitud de lo que había pasado?

–Cuando lo fuimos a enterrar a Julián. Tomamos conciencia allí, en la Chacarita, de que todas las tumbas de al lado y de atrás eran muertos de Cromañón. Yo en ese momento me desmayé pero me acuerdo la sensación de ver todo revuelto y pensar “es mucha gente”. Si bien el cementerio de Chacarita no es el único, en toda esa zona son tumbas de los chicos. Fue ver eso y tomar dimensión de lo grande que había sido la masacre.

–¿Cómo era Julián?

–Era escorpiano así que era tremendo. Muy crítico, discutía y cuestionaba todo. Era muy fiel a sus amigos y muy querido. Me acuerdo que en el 2001, yo estaba trabajando y él, que era chico, me llamó al laburo y me dijo ‘me voy a la calle, mamá. Yo me llevo las bolitas’, porque vio en la tele que había caballos. Iba a las marchas. Era muy inteligente pero no le gustaba nada estudiar, aunque decía que iba a estudiar Ciencia Política. Y hacia deportes. Jugaba al básquet y estaba federado. No era un pibe que parara mucho en casa, él iba y venía todo el día. Quería mucho a Florencia, su novia, era una relación importante para los dos.

–¿Que representa para usted Cromañón?

–Para mí es el lugar donde murió Julián. No es que yo tenga muchas ganas de estar allí, me da escalofríos pensar en entrar, pero ante la posibilidad de que vuelva a manejarlo el responsable, los familiares decimos no. Si me dicen que hay cosas de los chicos ahí, hay que rescatarlas; si en las paredes están las marcas de las manos de los chicos, hay que conservarlas de alguna manera. Hay muchas experiencias interesantes, como el destacamento donde torturaron a Luciano Arruga y hoy es un centro para la memoria. Por eso es que nosotros queremos que den marcha atrás con la medida y nos dejen un tiempo de debate para resolver colectivamente qué queremos hacer con Cromañón. El proyecto que presentamos de expropiación del boliche tiene el máximo consenso entre familiares y sobrevivientes, y no hay ningún familiar que esté de acuerdo con la entrega a Levy. Vamos a ver qué pasa en la Legislatura porque sabemos que el PRO tiene mayoría y que no va a ser fácil. Por eso nos parece importante tener el apoyo de la población, porque no se trata de una cuestión económica sino política: un gobierno que gasta millones en baldosas, puede tomar una decisión política de este tipo.

–¿Cree que puede repetirse otro Cromañón?

–De hecho, ya se repitió. Se repitió en Beara, en el incendio del taller clandestino de Luis Viale, en Once, en el incendio de la comisaría en Pergamino y hace poco en Monte Grande. Difieren las formas pero la escena se repite, y en tanto no se toquen los mecanismos de corrupción y negocios, esto no va a cambiar. Por eso decimos que Cromañón es una realidad pero también una metáfora: es todo lo que no funciona, lo atado con alambre, la corrupción, es un modo de hacer las cosas que produce víctimas, es la vida de los jóvenes que no le importa a nadie. Todo eso es Cromañón.