El 10 de diciembre de 1983 Alfonsín recibió la banda y el bastón presidencial de manos del ex defactísimo señor general golpista Bignone, que los tenía en su poder porque se los había otorgado no el pueblo, sino Nicolaides, aunque ninguna canción patria se refiere “al gran Nicolaides argentino” en lugar de “al gran pueblo argentino”.

El pueblo festejó el ascenso de Alfonsín, o al menos la retirada de Bignone. La autoamnistía de los militares fue declarada “nula de nulidad absoluta”; se designó al Consejo Supremo de los Fuerzas Armadas para que juzgase si lo hecho por los militares había sido malo, malísimo, horrible o desastroso. 

Alfonsín instituyó la Conadep para investigar los crímenes, aunque ya se sabía quiénes habían sido los culpables. El Consejo Supremo determinó que las Fuerzas Armadas nunca había hecho nada malo, que nunca hubo dictaduras, que si las hubo fueron en otro país, que si fueron en este país jamás se persiguió a nadie, que si se persiguió a alguien fue para saludarlo, que si fue para saludarlo era porque se movía, y que si se movía cuando le dijeron “Alto o disparo” no era culpa de los militares.

Muchos volvieron al país, incluso algunos que jamás se habían ido. Buscaban un futuro mejor, o un pasado mejor... 

La CGT decidió enfrentar duramente a la dictadura militar, y ambas centrales obreras se unieron a tal efecto: “Ahora que se fueron, les vamos a dar con todo”.

Con respecto al conflicto por el Beagle, Alfonsín llamó a un referendum, que es en latín, como el Papa.. 

En 1985, se realiza el Juicio a los ex comandantes, a quienes la Justicia militar había declarado inocentes, invisibles, insípidos, incoloros e inodoros. La Cámara Federal aceptó lo de “inodoros”, considerando que habían sido unos gobernantes de merde. Los acusados no negaban haber cometido actos atroces o aberrantes, pero no veían cuál era el delito..

 “¡Ufa, todos los juicios por violación a los derechos humanos son contra nosotros!”, protestaban los militares, que estaban hartos de que los tomaran de punto. Entonces, a fines de 1986, salió la “Ley del Punto Final”.

La economía se fue tan abajo, que llegó al Austral. Le sacaron otros tres ceros al peso argentino. Ya le habían sacado nueve ceros en quince años, o sea que 1 austral = 1.000.000.000 de pesos moneda nacional; moneda que nadie usaba, pero que muchos argentinos recordaban. 

En la Semana Santa de 1987, algunos militares decidieron maquillarse antes de ir a declarar, para lo que se pintaron la cara con betún. Luego se dieron cuenta de que estabam infringiendo el código militar, ya que lo que se pinta es lo que está quieto, no lo que se mueve. Alfonsín anunció que “la democracia no se negocia” y envió al general Alais, al mando de las tropas supuestamente leales al gobierno, a decirles a los rebeldes que se rindieran, o al menos se sacasen el betún de la cara., Alfonsín llegó a un acuerdo de rendición con Rico. Alfonsín entendió que el que se rendía era Rico; Rico, que era Alfonsín. 

Días después salió el proyecto de ley de “Obediencia Debida”. El Congreso aprobó la Ley, aunque a muchos no les gustaba, a algunos les daba náuseas; a otros, arcadas; el asco era un síntoma casi endémico al votar esta ley. Pero la votaron. Todos sentían que era un mal menor, comparado con el mal mayor, el mal coronel o el mal general que los amenazaban.

Los radicales confiaban en ganar las elecciones del ’87, a Diputados, gracias a los errores del PJ en el gobierno, sin tener en cuenta que en el gobierno estaban ellos (error muy común entre los radicales). 

Un ex personaje de la dictadura, Domingo Cavallo, se metamorfoseó cual personaje de Kafka; logró ser diputado peronista de Córdoba, cual personaje de García Márquez; y hay quien lo imaginaba como uno de los futuros ministros de Economía, cual personaje de Bram Stoker

En enero de 1988, apareció Rico en Monte Caseros, Corrientes, cubierto de betún, aunque no era Carnaval. Desconcertó a todos al declarar: “Yo soy mezcla de gallego y asturiano, así que no me rindo”, se esperaba una proclama más ideológica y menos genética y ridícula.

El PJ y la UCR se preparaban para las elecciones del 89. El PJ eligió a Cafiero, pero también eligió a Menem; y los dos no podían ser candidatos por el mismo partido. Menem organizó una gran comida de ñoquis; Cafiero propuso: “Con el peronismo unido, el ’89 es pan comido”; los peronistas prefirieron los ñoquis al pan comido.. 

Los radicales tenían un solo candidato, Alfonsín, pero como ya era presidente y no valía repetir, lo nombraron a Angeloz, que prometía nombrar ministro de Economía a su lápiz rojo. 

Los conservadores disfrazados de liberales no tenían candidato, y siguieron sin tenerlo al nombrar a Alsogaray.

Sectores necionalistas conspiraban contra el gobierno. Antes de fin de año, los carapintadas volvieron al maquillaje; al mando del coronel Seineldín se acuartelaron en Villa Martelli; luego de tres días de terribles amenazas de ambos lados, de feroz intercambio de insultos, de violentos improperios que no dejaban dormir la siesta a los vecinos, se rindieron. 

El ’89 fue el año más largo de la historia argentina. Fue el año del triunfo del norepismo, o sea, del peronismo al revés, que se impuso de la mano de Menem.

El verano estuvo marcado por acontecimientos como el trágico copamiento del Regimiento de Tablada y el estallido del Plan Primavera. El dólar, de los 17 australes que valía, pasó a más de cien. Cavallo, convenció a los inversores de que no le prestasen plata a la Argentina, recordándoles que sería él mismo, como futuro ministro de Menem, quien tendría que devolverla, lo que disuadía al más temerario.

          

La gente no tenía ni un peso en el bolsillo, y a los pocos segundos no tenía ni un centavo. Viajaban en precio, porque era lo más veloz: “¿Qué me lleva a Mar del Plata?” “¡El precio del queso, si está apurado; si tiene un poco más de tiempo, puede tomarse el del champú!”.

En las elecciones del 14 de mayo ganó Menem, y anunció la “revolución productiva y el salariazo”, sin definir en qué consistía cada uno, lo que le permitiría luego señalar cualquier cosa y decir “esto es la revolución productiva, y esto otro, el salariazo”.