El 6 de agosto de 1945, cuando se aproximaba el final de la Segunda Guerra Mundial y la Alemania nazi ya se había rendido, Estados Unidos lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima. Tres días más tarde, el blanco fue Nagasaki. La devastación en las dos ciudades japonesas fue total y más de doscientas mil personas murieron. Cuatro años antes, en 1941, el físico alemán Werner Heisenberg, conocido por formular el principio de incertidumbre, visitaba a su colega y maestro danés Niels Bohr, en Copenhague.

El nombre de la capital danesa fue justamente dio título a la obra del dramaturgo británico Michael Frayn, quien imagina lo que ocurrió en ese encuentro entre los dos físicos, ambos Premios Nobel de Física, que contribuyeron en la investigación de la fisión del átomo y de la física cuántica, descubrimientos que posibilitaron la construcción de armamento nuclear. En escena se reúnen, después de muertos, Heisenberg, Bohr y su esposa Margarita para recordar aquel diálogo que por momentos se transformó en un duelo de egos e ideas donde ya asomaba el uso de la bomba atómica como una posibilidad. 

Luego de una puesta memorable realizada en 2002 en el Teatro San Martín, dirigida por Carlos Gandolfo, y protagonizada por Alicia Berdaxágar, Alberto Segado y Juan Carlos Gené, Copenhague vuelve a la cartelera teatral de la mano del director Mariano Dossena, con las actuaciones de Patricio Contreras (Bohr), Sergio Griffo (Heisenberg) y Alejandra Darín (Margarita). Para la nueva versión local, fue Griffo quien adquirió los derechos de la obra y convocó a Dossena. Más tarde, se sumó el resto del elenco. “Estaba medio alterado con la situación del país, y me pareció una fortuna que a alguien se le ocurriera llamarme para hacer una obra del prestigio y el nivel de esta pieza. Como venían las cosas, dudaba de que alguien me ofreciera algo que me atrajera. Y esto me pareció que era un lujo”, cuenta Contreras. Para Darín, los motivos que la llevaron a aceptar la propuesta parecen más simples: “Me atrajo la idea de trabajar con Patricio, y también con Mariano, a quien ya conocía”. Ambos, marido y esposa en la ficción, se lucen en una obra compleja en contenido y forma, y se prestan a una lectura profunda del material.        

–El texto de la obra tiene un lenguaje muy científico. ¿De qué forma trabajaron esa complejidad?

Alejandra Darín: –El director hizo que viniese un profesor de física, que además es actor. Lo que hizo él fue explicarnos el texto de una forma divertida, y me quedé asombrada de haber entendido las herramientas con las que se mueve la física cuántica y de qué trata. Siempre me resultaron complejos algunos términos y eso me sacaba la curiosidad que yo pudiera tener. Pero nuestro profesor fue maravilloso, y nos dio libros para que nos informáramos y profundizáramos un poco. Y eso hicimos. 

Patricio Contreras: –Debo decir que la más aplicada fue Alejandra. Me sigue admirando cómo entendió lo básico de los términos. A veces, ella explicaba algunas cosas que los demás no entendíamos bien, y eso fue una gran contribución.           

–¿Indagaron en la vida de sus personajes más allá del texto?

A. D.: –No leí libros, pero sí busqué información y leí bastante de la vida de ellos. También vimos fotos, porque la imagen cuenta mucho no sólo de los personajes, sino también de la época. Y buscamos detalles que pueden ser pintorescos. Por ejemplo, de todos los hijos que tuvieron Margarita y Niels, uno de ellos también ganó el Premio Nobel de Física. Y ese es un detalle que comparte Bohr con Marie Curie, porque ella y su hija obtuvieron el Premio Nobel. Eso es algo particular, y habla de la pasión de esos hombres y mujeres por la ciencia, transmitida a sus hijos de una manera directa. 

–¿Usted también buscó información para interpretar a Bohr?

P. C.: –No. Yo estaba desesperado tratando de ver cómo iba a aprender esa letra. Decía: “¿Cuándo estrenamos?” Quería que fuera diciembre de 2019, para ya haber pasado por esto (risas). Tenía temor de olvidarme el texto. No lo pasé bien, y por eso me dediqué a trabajar no buscando características morfológicas o psicológicas, sino intentando deducir el personaje que construyó Michael Frayn, y lo que yo veo en él de irónico, ególatra, generoso y tierno. Eso que percibí fue lo que me hizo construir este personaje. Y lo hice gustoso, porque es alguien sabio, de una gran soberbia y de un sarcasmo muy sutil. Entonces a mí me divierten sus respuestas, que no son ofensivas, pero tienen un delicado sabor a ironía que busca poner en evidencia la ignorancia del otro. Me encantó encontrarme con zonas en las que puede aparecer un cierto humor, no desde el chiste, sino desde la inteligencia. 

–¿Cómo creen que dialoga esta obra con la actualidad?

A. D.: –Todos los descubrimientos y las investigaciones que puede hacer la ciencia en sí mismo son buenos, y luego está el uso que se hace de ellos. Por eso lo que plantea la obra es la responsabilidad que tenemos sobre las cosas que vamos sabiendo. Y esto se puede llevar a muchísimos aspectos de la vida. Tenemos que preocuparnos por abonar a la conciencia planetaria y humana, y ver qué hacemos con las herramientas que tenemos. La historia de la humanidad es una historia de construcción y de destrucción. Me parece que en este momento lo que nos interpela es qué hacemos con lo que tenemos ya habiendo vivido muchas situaciones donde las cosas se fueron de las manos. No puede haber cuatro tipos que decidan lo que les pasa a las miles de millones de personas que habitamos en el planeta. Es necesario que nos hagamos responsables de las cosas que hacemos. 

P. C.: –Alejandra habla de responsabilidad, y de eso habla Sartre también. El hombre es responsable, y eso hay que asumirlo. Hay que hacerse cargo de que cada uno, desde su lugar, sea responsable del destino de la humanidad. Creo que a eso apunta la obra. Los descubrimientos de estos personajes se transforman en cosas tan rotundas como una explosión que puede destruir el mundo, pero también conllevan un montón de cosas buenas, por ejemplo, para la medicina. Creo que eso habla de la capacidad del hombre, que es un “work in progress”, porque no está terminado nunca, ni lo estará. Tal vez se pueda destruir a sí mismo, o pueda destruir el mundo, pero mientras él exista, habrá evolución y un cambio permanente, para mejor o para peor. Que haya un sector mínimo de la humanidad, que podría entrar en la platea de nuestro teatro, y que puede decidir apretar el botón rojo y destruir todo, habla de que estamos mal y que en algo nos equivocamos. 

–En la obra se hace evidente que ambos científicos saben que parte de su conocimiento derivó en el uso de la bomba atómica, y sienten ese peso…

A. D.: –A mí lo que me perturba es la idea que atraviesa la obra, sobre la bomba atómica en manos de unos u otros. Hay un exceso en cualquiera de las dos partes. Pero nosotros tendemos a polarizar las cosas y a pensar que si los nazis eran los malos, los Aliados eran los buenos, cuando en realidad la verdadera polarización debería ser entre quiénes están dispuestos a tirar una bomba y a matar a cientos de miles de personas y quiénes no. Porque tanto los nazis, como los Aliados, estaban dispuestos a tirar esa bomba. Más allá de que una bomba es un arma de destrucción masiva, siempre su uso depende de una elección humana. 

–¿Qué lugar cree que ocupa Margarita en esta historia?

A. D.: –Ella ocupa un lugar que pendula entre el amor que siente por Bohr, su familia y sus hijos, y el cariño que siente por Heisenberg, con quien tiene un vínculo de madre e hijo. Este personaje es muy interesante como símbolo de la historia de la mujer, en el sentido que empieza teniendo un rol muy concreto con su marido, de igual a igual, pero en el transcurso de la obra está como por debajo de esos hombres, como si ella no estuviera a su altura. Creo que ella encierra la sabiduría que tenemos las mujeres en nuestro ADN y, sobre todo a la luz de los acontecimientos sociales de estos últimos años, espera el momento para decir su verdad. Estos dos hombres, a su manera, la valoran, pero no le van a dejar fácilmente su protagonismo. Margarita es una mujer inteligente y lúcida, que sabe más de lo que dice, y en la obra ella es un poco la conciencia humana. Ella termina diciendo: “Al final esta primavera luminosa de los años veinte resultó siendo una máquina más eficiente para matar gente”. Me divierte este personaje, y me gusta que sea combativa en el terreno de la intimidad. 

P. C.: –Margarita es la que se hace la pregunta: “¿Qué quedará de todo esto?”

–La bomba atómica se usó en dos oportunidades, pero existe la amenaza de que se vuelva a usar… 

A. D.: –Sí. Los seres humanos tenemos un máster en amenazas, y esta es “la” amenaza.     

P. C.: –Es lo que dijo Einstein, cuando le preguntaron cómo iba a ser la Tercera Guerra Mundial, y él contestó: “No sé cómo va a ser, pero la cuarta será con palos y piedras”. La incertidumbre, más allá de lo que significa para la física, es lo que domina los últimos años de nuestra realidad en la Argentina y en el mundo. Y eso es algo que no te permite imaginar a qué costa vas a llegar. A ninguna abeja u hormiga se le ocurre ser descomunalmente más grande que las otras, sino que trabajan en sociedad. Pero el hombre tiene la desmesura de querer todo, como si fuera a vivir setecientos años.         

* Copenhague puede verse en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), los viernes a las 20.30 y los sábados a las 22.