La vieja lección sigue sin aprenderse. Y ayer fue duramente reactualizada. Desde el Mundial de Rusia del año pasado, antes incluso, se sabía que con Lionel Messi sólo no alcanzaba. Que su genialidad resultaba insuficiente si por delante, por detrás y a los costados, no tenía un equipo rodeándolo. Su regreso tras nueve meses de ostracismo volvió a encender los fuegos de la ilusión. Pero el golpazo de ayer fue tremendo. Porque con Messi otra vez en la cancha, la Argentina perdió con una Selección, como Venezuela, que nunca jugó un Mundial y que más allá de su progreso inocultable (de hecho, no se la pudo vencer en las Eliminatorias pasadas) todavía queda lejos de la elite del fútbol internacional.

En estos días previos, la cátedra futbolera argentina trató de averiguar o de descifrar quien podía ser el nuevo socio de Messi. Y no lo encontró. Porque el socio de Messi debe ser el equipo antes que las individualidades. Y es ahí donde hace rato que las cuentas no cierran. En los últimos 15 años, ninguno de los tantos técnicos que tuvo la Selección encontró la forma de que la individualidad genial de Messi potencie la colectividad. La mayoría sólo apostó a que los salve con un rapto de inspiración suprema. Y al final, no se salvó nadie.

Messi ayer hizo lo que pudo. Y no alcanzó. Arrancó jugando por detrás o en la misma línea que Lautaro Martínez a quien en la primera etapa, le puso dos pelotas en la cabeza que el delantero del Inter no pudo resolver. Después terminó haciendo lo mismo que hace cada vez que el juego no le llega: bajó hasta la media cancha y se alejó del área rival. Tanto que en el segundo tiempo se movió muy por detrás de Blanco, Lautaro Martínez (luego Benedetto) y Matías Suárez, mas cerca de Paredes y Lo Celso que de ellos.

En la jugada del gol de Lautaro Martínez, Messi habilitó a Lo Celso y luego, se entendió mejor con Matías Suárez por la izquierda que con “Pity” Martínez. En los últimos minutos, lo invadieron el desánimo, la resignación y recién después, la fatiga. Y es lógico. Porque pasan los años, los jugadores y los técnicos, se renuevan las esperanzas y la Selección no arranca, más bien se devalúa. Duele decirlo. Pero el fútbol argentino lleva ya casi tres largos lustros sin saber cómo sacarle provecho a uno de los cinco mejores jugadores de la historia. Con un agravante: el tiempo pasa. Y Messi se va poniendo viejo. Y cada vez más impaciente con quienes lo usan. Pero no lo entienden.