Al comienzo era solamente un rumor algo alocado y fantástico, un poco inverosímil. Algunos vecinos de La Boca y Avellaneda decían haber pasado momentos felices de su juventud, hace cuarenta años o más, en una playa en pleno Dock Sud, en un balneario natural donde gastaban días enteros tomando sol, nadando y remando. Con el perímetro costero de la ciudad actual amurallado detrás de containers, muelles, diques y un sinfín de obstáculos para acceder al río, la existencia de Puerto Piojo sonaba como un paisaje inaudito; una playa ubicada en un terreno asediado por la industria petroquímica y la actividad portuaria, atravesado por tuberías y muelles de descarga de combustible. La fábula trataba sobre la última playa de arena de Buenos de Aires, el último rastro de una ciudad que en un pasado no tan remoto había mantenido un contacto amigable con el Río de la Plata.

En 2014, Sonia Neuburger, Juliana Ceci, Carlos Gradín, Carolina Andreeti y Pablo Caracuel, los integrantes del colectivo Expediciones a Puerto Piojo, escucharon con atención esas versiones y se lanzaron a la búsqueda y redescubrimiento de la última playa de Buenos Aires. Alfredo Rodríguez era remero en el Club Regatas Almirante Brown, asociación que históricamente tenía su sede en Dock Sud. En los setenta, tras el relleno del Arroyo Maciel para la construcción de la autopista Buenos Aires - La Plata, el Club se quedó sin salida al agua y desapareció hasta el año 2010, cuando pudieron volver a remar en el Riachuelo. Rodríguez fue quien guió a los integrantes del colectivo hasta la ubicación exacta del ex balneario perdido, una playa que de forma insólita se extiende a pocos metros de la desembocadura del Riachuelo. Se trata de un breve fragmento de costa, pero tal vez el último lugar donde todavía existe el contacto original con el agua y una perspectiva completa del horizonte. Desde ese primer encuentro, el colectivo comenzó a realizar expediciones regulares que tuvieron como objetivo primero constatar y después divulgar la existencia de Puerto Piojo. Un año después de comenzada la aventura, en 2015, presentaron los primeros resultados de su investigación en el Espacio Contemporáneo de Fundación Proa; y desde entonces continuaron realizando las expediciones hasta la playa fantasma.

“El proyecto busca señalar la supervivencia de un lugar que tiene algo extraño para la historia de la ciudad. Una playa donde la gente iba a pasear, meterse al agua y nadar. Para lo que fue el desarrollo de Buenos Aires durante el siglo XX, termina siendo algo un poco delirante. Ver gente divirtiéndose en la orilla del río, metiéndose al agua, remando, encontrándose con amigos en una playa. Es una postal que resulta casi fantástica. El objetivo del proyecto es rescatar esas imágenes y comprobar que eran ciertas”, apunta Carlos Gradín desde el Museo Comunitario de Isla Maciel, donde ahora están presentando la actualización de este archivo social e itinerante conformado de recuerdos, imágenes y travesías.

Después de obtener las autorizaciones pertinentes frente a los organismos implicados en el control de la zona (la Dirección de Puertos y Prefectura), para llegar a pie hasta la playa de Puerto Piojo es necesario atravesar la zona portuaria operativa de Dock Sud: pasando Villa Inflamable, después de los predios petroleros y de tratamiento de aguas, se accede finalmente al viejo balneario. A pesar de los obstáculos, burocráticos y geográficos, el equipo emprendió reconocimientos regulares junto a otras asociaciones afines nucleadas en el Colectivo Ribereño. En cada peregrinación fueron capturando viejos objetos abandonados por la marea, que ahora forman parte de la colección y archivo del Museo Puerto Piojo. Ladrillos redondeados por la erosión marina, fragmentos metálicos corroídos, juguetes de origen remoto. El heterogéneo catálogo sintetiza una arqueología singular que denota la travesía de los desechos y su persistencia, y la travesía de los investigadores, que llegaron hasta la playa para desenterrar el pasado de un territorio olvidado que al mismo tiempo dice algo muy concreto sobre el presente y la relación de la ciudad con el río. 

“Ver un juguete expuesto en la pared te transmite todo el viaje que hicimos para recuperarlo. Se trata de señalar el recorrido que hizo a través de un río que vos no ves porque ya no podes acceder a verlo y, simplemente, te podemos contar la historia de cómo fue recuperado de esa playa a la que poca gente puede llegar. Somos como transmisores de un paisaje casi desconocido, que cuando lo ves es realmente muy hermoso”, calcula Gradín. “Cuando llegas a Puerto Piojo, se abre el río y desde ese momento comprendes que, viviendo al lado de uno de los ríos más anchos del mundo, esa experiencia del horizonte abierto en ciento ochenta grados frente a vos te da la posibilidad de quedarte todo un día mirándolo. Como la gente que va a ver el Glaciar Perito Moreno”.

MUSEO PUERTO PIOJO EN ISLA MACIEL

AGUA QUE NO HAS DE BEBER

Rodeada y atravesada por el agua, y al mismo tiempo sin poder acceder a ella desde ningún punto, la ciudad de Buenos Aires, a través de las sucesivas obras de ingeniería realizadas sobre su ribera, finalmente terminó sepultando cualquier contacto con sus arroyos y con el río que le dio vida. Siguiendo el modelo de urbanización aplicado en otras capitales del mundo, los múltiples cursos de agua que atraviesan el mapa de la ciudad en diferentes barrios al norte y al sur fueron entubados y convertidos en alcantarillas. El arroyo Vega, que desemboca en Nuñez, corre silencioso en las catacumbas de la calle Blanco Encalada. El Maldonado, sumergido bajo la Avenida Juan B. Justo. Desaparecidos, convertidos en vertederos espectrales de los desperdicios que la ciudad necesita expulsar para seguir creciendo, son paisajes soterrados que siguen palpitando de forma misteriosa. Hay transmutación de los credos y las autopistas, aunque tal vez no por mucho tiempo, ocupan ahora sus lugares como símbolos de la circulación.

Así como existen los ríos perdidos de Buenos Aires, también están sus playas perdidas, zonas de la costa que años atrás eran lugares en donde las personas podían arrimarse los días de calor a tomar sol e incluso nadar. Puerto Piojo es el último de esos sitios que todavía conserva al menos parte de su fisonomía original, como una puerta de acceso a un paisaje extinto. Su clausura durante la dictadura militar formó parte de una política urbana mucho más amplia que se encargó de cercenar los últimos espacios ribereños que todavía funcionaban como zonas de recreación popular. La histórica bajada al Río del Plata que también existía en donde actualmente se encuentra la Reserva Ecológica de Costanera Sur era un balneario concurrido y activo hasta que fue sepultado bajo los escombros de un proyecto inmobiliario fallido impulsado por los militares. Fue el epílogo de un larguísimo derrotero de embates de la ciudad contra el río en su misión de ocultarlo y, al mismo tiempo, prosperar gracias a su existencia.

“Si estudiás la historia del puerto de la ciudad confirmas que nunca hubo una presencia ni un esfuerzo por mantener esos lugares de apertura como espacios públicos. Si ves la historia de la ciudad, hubo otros puntos que en algún momento se hubieran podido convertir en zonas de playa. Había un balneario, un poco informal, no planificado, que se llamaba Saint Tropez. Estaba cerca de lo que hoy es Aeroparque. En la década del 60 se puso de moda ir a tomar sol a ese lugar. Durante algunos años se tomó como un lugar que era un nuevo punto de paseo para la ciudad. Puerto Piojo te hace pensar que en algún momento la ciudad podría haber tenido un lugar a donde ir, como mínimo, a mirar el río. Nosotros decimos que es la última playa de Buenos Aires para señalar que la ciudad las perdió todas y porque fue el último lugar donde algunas personas todavía mantuvieron esa idea de tener un sitio a orillas del río para ir a pasear”, analiza Gradín.

PEREGRINOS FLUVIALES

Tal vez fue el paisaje que Pedro de Mendoza vió desde el mar antes de desembarcar en La Boca en 1536. Un terreno pantanoso e inundable que alojó el primer y breve asentamiento que siglos después se convertiría en la capital de un país. Por ese entonces, el Riachuelo era un pozo de barro; solamente después de las obras de canalización realizadas en las primeras décadas del siglo XX asumió un aspecto más parecido al que conocemos actualmente. La peregrinación fluvial de los expedicionarios de Puerto Piojo también permite reflexionar sobre el devenir de la ciudad, que se fundó a sí misma en un territorio para posteriormente expulsarlo de su crecimiento. Pero, como si las capas psíquicas sedimentadas en una geografía regresarán, como burbujas, el origen plebeyo y pantanoso de toda la mítica de origen de la capital emerge en forma de inundación, incendio y contaminación. Reconocer la supervivencia de esta zona fronteriza mitiga entonces la amnesia impuesta por el estado de obra permanente de la ciudad de Buenos Aires. 

Los tripulantes de la expedición a Puerto Piojo, como caminantes melancólicos, como poetas civiles, dejan deambular su imaginación en un territorio olvidado buscando los rastros de un paisaje eclipsado por la modernización. La travesía se transforma así en una aventura psicogeográfica que vuelve a preguntarse acerca de las razones que hicieron de la ciudad un puerto sin ciudadanos, sólo habitado por containers y rascacielos. Constatar la supervivencia excepcional de una playa que se creía perdida encierra así una reflexión sobre la medida sobrehumana de la industria sepultando la geografía primitiva que le dio cobijo. Es un gesto que, tensionado entre la nostalgia y la promesa, señala la evidencia sólida de algo perdido y devela el alma geológica del lugar. Otorga valor al recuerdo y a la vez advierte sobre los entornos en vías de extinción. 

De todas formas, los participantes saben que es ingenuo suponer una relocalización de los gigantescos emprendimientos energéticos, petroquímicos e hídricos que custodian Puerto Piojo y son vitales para sostener el ritmo de la metrópoli. El objetivo, más modesto que intentar torcer el rumbo implacable del desarrollo industrial o inmobiliario, es reconocer y resguardar la existencia de un territorio oculto que a pesar de ser público al mismo tiempo es casi intransitable. Gradín explica que “la idea es reconstruir y tratar de comunicar y dejar documentado con imágenes y testimonios, y con muestras que extraemos y exponemos como si fueran piezas arqueológicas de ese pasado, una experiencia que ya no está disponible para las personas que viven en la ciudad, pero que de todas maneras dice algo sobre como es la experiencia de la ciudad hoy”.  

En un ejercicio de topografía inmersiva que permite reconstruir mediante una caminata consciente el paisaje y la materialidad de un área antes de la modernización, los investigadores-artistas propone un ejercicio de arqueología social, una exhumación emocional que queda plasmada en el museo social de la memoria de una región. En contraposición con la actitud profana de los turistas y policías que patean los adoquines de La Boca, la actitud del proyecto es como la de una peregrinación hacia un terreno místico, buscando dejarse influir por el paisaje y energía ribereña. “Es hacer una geografía reconstruida a través del caminar e intentar recorrer los espacios y comprobar que esas dificultades que terminas teniendo para llegar a la orilla del río te empujan a investigar un poco la historia del crecimiento de la ciudad y de las políticas que se llevaron adelante. Decisiones de urbanismo que tuvieron en cuenta estos espacios para cerrarlos, no para conservar áreas recreativas populares relacionadas con espacios naturales. Todo lo contrario. Mirar el horizonte en Puerto Piojo te sitúa en el territorio y en la historia de Buenos Aires”, concluye Gradín.u

La exposición ¡Dos museos se saludan! Puerto Piojo en Isla Maciel puede visitarse todos los sábados hasta el 18 de mayo en el Museo Comunitario Isla Maciel. El domingo 5 se realizará una visita a la playa de Puerto Piojo. El punto de encuentro es al pie del Puente Transbordador, en La Boca. Más información y contacto en el Facebook de Expediciones a Puerto Piojo y en expedicionesapuertopiojo.wordpress.com