La catedral parisina de Notre Dame estaba ardiendo todavía y Arroyuelo corre a Google Maps para corroborar si las llamas afectaron lo que considera el mayor tesoro de ese monumento: los Jardines Juan XXIII, ubicados en la parte trasera y hoy enrejados. “Sí”, dice por teléfono, “allí están aún”. Durante décadas, esos jardines fueron babilónicos, cuenta él que los vivió de cerca. Tierra de orgías, levantes y ejercicios paganos para sacerdotes, inmigrantes, locas y locales. El lugar, aún vía internet, le trae muchos recuerdos, vivió a pasos de allí durante unos 40 años aunque en su presente no haya flanerie mejor que pasear por la Avenida Pavón. Javier Arroyuelo nació en Avellaneda, en el seno de una familia ligada paternalmente a la carne, y vía mamucha, al magisterio. Estuvo allí hasta los 17, poco antes de  terminar el Colegio Nacional Buenos Aires. Entre tantos compañeres ahora ilustres, fue amigo de la antrópologa Rita Segato, con quien luego mantuvo una distancia de casi 50 años a causa de un malentendido resuelto mágicamente a partir de la entrevista en 2015 a la autora en las páginas de este suplemento. También fue amigo de Manuel Puig, o como él dice, fue su hija. “Él tenía hijas, tenía dos estudiantes de cine en México que lo habían entrevistado y el decidió adoptarlas como sus hijas y les había puesto los nombres de las hijas de Rita Hayworth, porque por supuesto estaba poseído por Rita Hayworth.” Fue responsable y creador del sello “Mandioca, la madre de los chicos”, con Rafael López Sánchez y Jorge Álvarez. Vivió en París, en Nueva York. Hoy vive en Banfield, en una calle empedrada. “Yo siempre pensé que tenía que venir y vivir de adulto en Argentina, porque me había ido con 18 años y nunca había tenido una verdadera vida de persona mayor.” Hoy, Javier dicta cursos y seminarios, vive con sus gatos y escribe sobre moda para dos medios locales. Su look mezcla prendas en sincronía total y su objetivo, claro, está en la muerte de la ropa dividida por género, la sustentabilidad de las propuestas y el lugar de los hombres.

Después de casi cuarenta años viviendo en París, en 2006 decidiste volver a Buenos Aires. ¿Por qué?

Me habían invitado a participar de una mesa redonda sobre Manuel Puig en el Centro Cultural Borges. Cuando me llamaron yo estaba haciendo lo que llamaba “shopping de ciudades”, porque después de prácticamente 40 años me iba de París por infinidad de razones: por una cuestión de meteorología, el clima de París me agobiaba, un clima cultural, un clima social, un clima de tensiones. Todo un clima que no me iba para nada. 

Decís “estaba buscando a dónde ir” y no “estaba buscando volver”…

No venía tan seguido. No me gustaron nada los 90 en Argentina, había un clima decadente. Había artistas que me podían interesar, pero moverme en el mundo de la moda no tenía sentido, porque para mí no había una moda argentina. No había una industria. No encontraba mi lugar, salvo el afectivo.

¿Viviste en Nueva York?

Iba y venía. Estaba por pedir un uniforme de azafata, dispuesto a asegurar el reemplazo a las chicas. Escribía para revistas allá y Nueva York, que es una ciudad internacional realmente, era una ciudad que fue hasta los 80, hasta la Trump Tower, muy estimulante. Con la Trump Tower y la instalación del neoliberalismo se volvió un lugar, de a poco, bastante regimentado, disciplinado. Luego, con las Torres Gemelas fue otro universo, porque de repente todos los estadounidenses que odiaban Nueva York comenzaron a quererla de algún modo.

¿Qué pasaba en Nueva York en los 80 que ya no pasa?

Pasaba de todo. La década del 80 es la época en la que David Bowie hace “Young Americans”. Había una cantidad de cosas sumamente estimulantes y creo que esto se extiende un poco hasta la década del 90. Al globalizarse todo, Nueva York se va haciendo una ciudad de ricos y ahora lo es ya definitivamente. A mí personalmente no me interesa.

Todo aquello que te empieza a interesar en tu vida, ¿te empieza a interesar por qué?  

Yo era un niño lector, muy intenso, muy pesado. Me la pasaba leyendo. Me encantaba el cine. Iba con mi madre. Eso fue un disparador muy grande. Y la música. El pop y el rock. Me tocó una vida con muchos golpes militares, las marchas militares, radio Colonia, todo ese universo auditivo que te agobia. El pop argentino fue, ahora lo digo visto desde hoy, una especie de operación un tanto comercial del Instituto Di Tella. En aquel momento había cosas que se hacían que me gustaban mucho. El Di Tella era muy excitante visualmente, con efectos de imagen muy fuertes en una ciudad que era muy gris. 

Te vas del país por tener el pelo largo…

Llegó Onganía, el onganiato, de modo que era querer irse como primera medida. Era muy sofocante y muy alarmante pensar que iba a continuar a empeorar. No puedo comprender como la gente dice “No sabíamos qué iba a pasar esto”. ¿Cómo no sabían? Debo decir que habiéndome asumido como homosexual muy temprano, habiéndoselo dicho a mi madre a los 12 o 13 años, sentía que no había salida en ese momento. Aunque mis convicciones políticas estuvieran a la izquierda, la izquierda no era pro gay de ninguna manera. Era discriminadora, terriblemente patriarcal. Un amigo de mi familia exiliado en Nueva York, en un momento dado me dijo “No entiendo por qué hablás tanto de la homosexualidad”. Le dije “porque se ha convertido en un material político importante que hay que tener en cuenta”. Para mí, venía siempre como consecuencia de todo lo que habían hecho las mujeres.

Pero no era considerado como material político…

No, al contrario. La homosexualidad era un hecho de “decadencia burguesa”.

Cuando llegás a París, ¿a dónde vas? 

Me fui con unos dineros en el bolsillo, casi nada. Con Rafael nos pusimos a vender artesanías en la calle de las Galerías Lafayette y al mismo tiempo escribíamos. Funcionó muy bien una obra de teatro. Llegamos a un hotel del Barrio Latino, un lugar de artistas. Estaba Copi. Recuerdo que a los 15 días de estar ahí, Copi me dijo “Sos insoportable, ¿cómo no te puede gustar París?”. Había una realidad cultural que me encantaba, pero la uniformidad me agobiaba. La ciudad no tenía nada de pop. Luego la empecé a amar. 

¿En qué momento te empezás a interesar por la moda?

Pasó que a esa obra, La historia del teatro, que la hicimos en el 70, vino a verla mucha gente de la moda. Vino el grupo de Yves Saint Laurent, entre otros. Conocí a mucha gente, pero fui íntimo amigo de Loulou de la Falaise y de Paloma Picasso.

¿De Karl Lagerfeld fuiste amigo?

Sí, en la medida en la que se podía ser amigo de Karl. Verdaderamente sí. Yo iba a su casa a la tarde porque tenía una biblioteca fabulosa. Su madre me abría la puerta y yo leía colecciones que él tenía a las que yo no iba a tener acceso. Supe que estaba enfermo antes de que se anunciara, pero igual fue un shock enorme para mí.

¿Y cómo empezaste a escribir sobre moda?

Ocurrió que Vogue Paris todos los años realizaba eventos con gente muy famosa y ese año lo hacía Marlene Dietrich. La pasión de mi existencia era ella. Entonces Karl, que sabía de esa pasión, había hecho el contacto con Marlene y ella preguntó si no queríamos escribir. Imaginate... Y así entramos en Vogue Paris Rafael y yo, escribiendo sobre Marlene Dietrich en un número especial. Luego tuve una columna y escribía sobre temas culturales con un tono irónico, hablaba de teatro, etc. Luego me pidieron que escribiera sobre moda, puesto que vivía en ese mundo y empezaba a conocer bastante. ¿Qué fue lo que me fascinó? La moda te ofrecía la posibilidad de contar el mundo. Me costaba mucho contarme en primera persona y la moda permitía contar las emociones de la gente. 

¿Qué es la moda, en el fondo? 

Tal como la conocemos nosotros, tal como la hemos heredado hasta ahora, la moda ha sido la historia del control de los cuerpos de las mujeres, no de los hombres. Y las mujeres comienzan a cuestionar ese control con la Primera Guerra Mundial, cuando verdaderamente saltan los corsets. Otras mujeres lo habían hecho antes, en el siglo XIX. Pero es a partir de ese momento que se pone muy excitante y a partir de los años 30 cuando eso se democratiza. Y el cine, que instala unas categorías de seducción nuevas como el glamour, un valor totalmente plebeyo, totalmente popular e incorpora la sexualidad de una manera muy fuerte antes de los códigos moralistas. La historia de la moda es una cosa que no me canso de enseñar.