Todo comenzó en las afueras de Cracovia, Polonia, allá por fines de junio de 2013. Portishead estaba a punto de presentarse en el marco del festival Sacrum Profanum en una antigua fábrica de acero de Nowa Huta, un enorme complejo industrial levantado a mediados del siglo pasado por el régimen soviético. En algún momento indeterminado entre la prueba de sonido y el comienzo del recital, el promotor local Filip Bercowicz se acercó a la cantante y compositora Beth Gibbons y, en medio de la charla, le sugirió que, si se lo proponía, podía cantar la tercera sinfonía de Henryk Górecki, también conocida como la Sinfonía de las canciones tristes. La célebre antidiva británica siguió adelante con la gira europea de su banda, pero tomó nota mental de aquellas palabras. Finalmente, recogió el guante y le dedicó no poco tiempo y energía al inesperado plan para llevarlo a cabo.

No era, claro, una misión sencilla. Gibbons alcanzó su estatura definitiva como artista al frente de la nave triphopera que, junto a Massive Attack, proyectó la escena de Bristol a escala planetaria. En su currículum la música clásica brillaba por su ausencia. Tampoco sabía leer partituras ni mucho menos hablar en polaco. El otro desafío era puramente musical: su registro de voz es contralto, pero Górecki había escrito la pieza para una soprano. Tuvo que prepararse durante meses, en los que trabajó junto a profesoras de canto y fonética como Caroline Jaya-Ratnam y Anna Marchwinska, esta última integrante de la Ópera Nacional de Polonia. “Es realmente difícil cantar en polaco, hasta para los polacos. Tenemos muchas consonantes”, explicó Marchwinska, que viajó varias veces hasta la casa de Gibbons, cerca de Bristol, en las que completaban tres sesiones diarias de una hora de duración. 

Más que las cuestiones técnicas o idiomáticas, la obsesión de Gibbons pasaba por conectar con los sentimientos de los personajes. “Yo lo disfruté, pero para ella fue muy difícil. Muchas veces se frustraba y hasta quiso renunciar, cuando le pareció que no le estaba haciendo justicia al componente emocional de la música”, contó Marchwinska al periódico The New York Times. La cantante, se sabe, casi no da entrevistas, pero en su página web plantea la cuestión medular que atravesó  el proceso en los siguientes términos: “¿Lo más importante es la técnica o el efecto que tiene en el corazón?”. Las dudas quedaron flotando en el aire hasta último momento. “Sabía que ella se había preparado bien, pero estaba muy tenso cuando apareció en el escenario”, recuerda Bercowicz, el agente incentivador de la movida. “Pero apenas empezó a cantar, las lágrimas me empezaron a correr por las mejillas”.

La hora de la verdad llegó el 29 de noviembre de 2014 en el Gran Teatro de Varsovia. Gibbons estuvo acompañada por la Orquesta Sinfónica de la Radio Nacional Polaca, bajo la dirección del reconocido Krzysztof Penderecki. El programa de la velada también incluyó dos piezas de guitarristas e integrantes de sendos grupos de rock: “48 Responses to Polymorphia”, de Jonny Greenwood (Radiohead), seguida por “Résponse Lutoslawski”, de Bryce Dessner (The National). Otro elemento a considerar: el puente entre el mundo del rock y el de la música clásica que se levantó esa noche se ubicó a kilómetros de distancia de las versiones “sinfónicas” típicas del género. La obra de Górecki ocupó la segunda mitad del concierto y se llevó toda la atención del público. El resultado quedó registrado en el disco Henryk Górecki: Symphony No. 3 (Symphony of Sorrowful Songs), lanzado por el sello Domino a fines de marzo pasado.

Mientras los fans siguen aguardando un nuevo disco de Portishead, Gibbons se despachó con este tan demorado como inesperado segundo trabajo solista, que sigue a Out Of Season (2002), el notable álbum que grabó en el amanecer del nuevo milenio en colaboración con Rustin Man, el alias de Paul Webb, ex bajista de Talk Talk. Y si en aquel se alejaba de las costas de Bristol, la capital del trip hop, para surfear olas folkies y jazzeras, en este caso suelta amarras y se interna en aguas profundas. “Su voz sufriente, susurrante parece estar tan lejos como alguien puede estarlo del disciplinado mundo de una cantante de ópera”, escribe el crítico John Lewis en The Guardian. “Gibbons es menos efectiva cuando trata de imitar esas claves operísticas”, sigue Lewis, pero “su natural, casi conversacional aproximación le aporta indefinibles características humanas al trabajo”.

La historia de la Sinfonía N°3 es la de un éxito azaroso. Escrita a fines de 1976, fue estrenada en abril del año siguiente y, desde entonces, Górecki fue poco más que un secreto para iniciados. Hasta que en 1992 el sello Nonesuch lanzó una grabación de la pieza que vendió un millón de copias en Gran Bretaña y Estados Unidos. Fue un verdadero hit en el rubro y, a continuación, las versiones se multiplicaron y llegaron al cine, la televisión, la publicidad. El eje pasa por la maternidad y los vínculos rotos por culpa de la guerra. Dividida en tres movimientos, el primero (“Lento-Sostenuto tranquillo ma cantábile”) está basada en un lamento que se le atribuye a la Virgen María; el segundo (“Largo e Lento-Tranquillissimo”) se centra en un mensaje escrito por una prisionera polaca en la pared de una cárcel de la Gestapo; el tercero (“Lento-Cantabile semplice”) retoma una canción folclórica en la que una madre busca a su hijo, asesinado durante la insurrección de Silesia en 1919.

“Mi querido hijo, mi predilecto/ comparte las heridas con tu madre”, es lo primero que canta Gibbons, en la piel de la madre de un tal Jesús. Y lo que viene a continuación no se parece ni remotamente a nada que se haya escuchado antes asociado a su nombre, empezando por el Roseland NYC Live de Portishead. El andamiaje armónico y melódico de la sinfonía es de apariencia simple, pero está sostenido por cientos de detalles ínfimos de los que depende toda su estructura. Apoyada sobre la orquesta dirigida por Penderecki, la cantante apela a una fragilidad, una vulnerabilidad extrema para recorrer pasajes desoladores, oscuros, dramáticos, en los que por momentos vibran emociones que supo abordar, desde un lugar muy distinto, con Portishead: angustia, miedo, desesperanza, soledad. En definitiva, se trata de canciones tristes para sentirse mejor o, al menos, acompañado por un rato.