En julio de 1969, el número 27 de la revista uruguaya Cuadernos de Marcha estaba destinado al Cordobazo y llevaba el título “Otro Mayo Argentino”. Escribían, entre otros el obispo Jerónimo Podestá (“El vacío de poder se llena con pueblo”), Roberto Carri (“La crisis de la ‘Revolución Argentina’ y las movilizaciones populares”) y Arnaldo Cristiani sobre “La Iglesia ‘tercerista’ en los sucesos de mayo y junio de 1969”. Este periodista, que se presentaba como “un joven militante del progresismo católico” había adelantado, algunas semanas antes una serie de impresiones sobre el mismo tema en el semanario de la misma publicación.

En estos textos Cristiani buscaba interpretar la participación del clero en el Cordobazo. En su opinión, su presencia tenía que ver con un fenómeno nuevo que se advertía en la política argentina. Escribía: “Los estudiantes rechazaban la participación de los políticos tradicionales en sus filas, pero recibían con alborozo a un nuevo estilo de combatientes, los sacerdotes revolucionarios. Ellos encabezaban manifestaciones callejeras, organizaban ollas populares, prestaban sus atrios para dictar clases, enfrentaban a la policía, publicaban manifiestos de solidaridad con los que luchaban por el cambio del sistema, criticaban la represión policial. Los obispos se sumaban a la protesta”.

Esta presencia tan ostensible para quienes participaron en este ciclo de revueltas -que incluyó otros “azos” como el Rosariazo o el Tucumanazo- sin embargo, no ha sido considerada relevante en muchos de los análisis posteriores centrados, prioritariamente,en el papel de los sindicatos, sobre todo los clasistas, y de los estudiantes. Pese a ello, aquella protesta obrero-estudiantil, que con el paso de las horas se transformó en rebelión popular y en insurrección urbana, se sostuvo e intensificó con la participación de distintos actores, entre ellos los provenientes de un mundo católico en plena transformación.  

Las principales expresiones de estos cambios involucraban a obispos y a sacerdotes. Los primeros se habían reunido en 1968 en la Conferencia del Episcopado en Medellín y,desde la realidad latinoamericana, sus conclusiones ensanchaban las líneas del Concilio Vaticano II. Por su parte los obispos argentinos elaboraron el Documento de San Miguel, apenas un mes antes del Cordobazo, donde afirmaban la necesidad de “la liberación en los jurídico, político social y cultural desde la perspectiva del pueblo, especialmente de los pobres”. En cuanto a los curas, el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) se reunía por segunda vez en Colonia Caroya a principios de mayo con la participación de ochenta sacerdotes de veintisiete diócesis.

Más al ras del suelo se amontonaban otros gestos y acciones en distintas provincias: a principios de marzo tenían lugar las renuncias de los treinta sacerdotes rosarinos enfrentados con su obispo por su negativa a aplicar el Concilio; en San Juan los párrocos denunciaban “la deplorable situación de injusticia”; el párroco Uberto Cuberli de la catedral de Resistencia ofrecía ese espacio para el comedor estudiantil clausurado por el rector de la universidad local y en Tucumán varios sacerdotes junto a la Fotia lideraban las luchas sindicales. 

Los curas no irrumpían por primera vez en la política. Lo venían haciendo desde los siglos coloniales y los años de la independencia integrando los ejércitos, las asambleas legislativas y los congresos constituyentes. Los hubo unitarios y federales, peronistas y antiperonistas. Sus intervenciones no fueron siempre iguales y hubo configuraciones cambiantes de su participación en los escenarios de conflictividad social y política. De lo que no cabe duda es que las creencias religiosas portaban significados políticos y el catolicismo era una usina productora de mensajes: de subordinación, reconciliación y legitimación, pero también de rebelión y liberación.

En este punto resulta indispensable mirar más de cerca lo que pasaba en el catolicismo cordobés en los años previos al mayo del ‘69. Allí aparece la figura de Enrique Angelelli que actuó como obispo auxiliar y también se había desempeñado como asesor de la JOC (Juventud Obrera Católica)y como rector del seminario. Esta etapa cordobesa del Angelelli es bastante menos conocida que la “riojana” y fue probablemente eclipsada por la intensidad que imprimió a su tarea allí desde 1968 hasta su asesinato en agosto de 1976. 

Angelelli tuvo la oportunidad de revisar sus propias posiciones asumidas hacia finales del primer peronismo. El, como buena parte de los sacerdotes, se había alistado en la vereda antiperonista. Al cabo de unos pocos meses muchos de ellos hicieron una relectura de su relación con los trabajadores y de modo más general, del peronismo. Luego del golpe del ‘55 en los Congresos de asesores de la JOC proponía la necesaria revisión de la pastoral del mundo obrero, una reinserción de los sacerdotes y el desarrollo de nuevos roles para el laico en las comunidades parroquiales. Y afirmaba:”Ante la clase obrera hemos aparecido como extranjeros; no hubo diálogo materno y filial; hemos usado lenguaje distinto y nos hemos presentado ante ella como una Iglesia burguesa. Con o sin razón, así nos han visto los obreros.”

Esta autocrítica fue cediendo a una prédica, que denunciaba la desocupación, los bajos salarios,el déficit de viviendas, la niñez desamparada y muchas otras situaciones de injusticia que no hacían más que negar “los derechos humanos y cristianos de la persona”. Su rol como rector del seminario lo fue acercando a otros jóvenes, los seminaristas para quienes tampoco pasaron inadvertidas las jornadas de mayo de 1969. 

Distintos testimonios recuerdan la experiencia del seminario. El seminario era “distinto”, de puertas abiertas, lo que les permitía trabajar durante la mañana e ir incorporándose al trabajo en las parroquias de los barrios, muchas de ellas administradas por miembros del MSTM o por curas obreros. Uno de los seminaristas recuerda “Cuando llegó el Cordobazo, los que ya eran curas: Carlos Fugante, Victor Acha de Villa El Libertador, el vasco Hilario Irazábal de Barrio Comercial y el turco Abdon Layud de Talleres, fueron todos a la calle y participaron de las manifestaciones de ese día. A nosotros nos encargaron que estuviéramos atentos y si llegaba gente corrida por la policía, que abriéramos la puerta del seminario para que se pudieran refugiar. Esperamos ansiosos y cuando un grupo llegó a la plaza Vélez Sarsfield se toparon con la policía que reprimía, abrimos la puerta, la gente entró y Hugo Borget los sacó por los fondos, haciéndoles saltar la tapia. Era nada, pero estuvimos muy orgullosos de nuestra participación”. El Cordobazo los marcó y muchos profundizaron su compromiso social y político. Uno de ellos recuerda: “Yo empecé a reflexionar sobre los problemas sociales con el Cordobazo. Fue tan grande esa movilización popular que me hizo pensar sobre lo que podía hacer por la gente, desde el sacerdocio para el que me estaba preparando”.