“Podríamos decir que las mujeres modernas de clase media que ingresan en el mercado matrimonial no conciben al tiempo desde la perspectiva privilegiada de la muerte, sino de la fertilidad” afirma Eva Illouz, señalando su parodia a Heidegger. “En el ámbito del amor, la finitud para las mujeres está marcada por el horizonte del embarazo” Para comprender esto en toda su dimensión habría que aclarar que contextualmente no hace una alusión  a la mujer en general y que su análisis sociológico también tiene un marco temporal bien definido. 

En Mañana tendremos otros nombres, obra merecedora del Premio Alfaguara de novela 2019, Patricio Pron aborda esta problemática desde distintas perspectivas. Ella y Él están cerca de cumplir cuarenta años, Ella es arquitecta y Él, escritor de no ficción. Hace cinco años que alquilan juntos un departamento y el amor maduró lo suficiente entre ellos como para hacer de la rutina un lugar donde se desarrollan los ritos simbólicos de cualquier pareja, simbólicos y de los otros, los concretos, pequeños datos autobiográficos que excluyen al resto del mundo en su particularidad –cada pareja es un universo en sí mismo– como cocinar juntos, compartir lecturas y bibliotecas, películas y series, paseos y momentos en familia, incluso las discusiones o cambios de ideas aparentemente irreconciliables cuyo enriquecimiento mutuo no siempre es tan sencillo de aceptar, el sexo y la pasión pudo haber menguado un tanto pero todas las parejas tienen sus altibajos; no es fácil madurar al lado de alguien, no todos crecen del mismo modo y llega un día en que no alcanza con explicar las necesidades nuevas, sorpresivas incluso para uno mismo, no ya una revelación luego de una noche de insomnio sino una comprensión arraigada en lo más intrínseco de la existencia que surge de pronto para desbaratar la noción del tiempo, ahora tan decisivo y urgente, un tiempo que apremia y nos obliga a mirarnos frente al espejo de la cotidianidad: asusta ver reflejado un animal bicéfalo donde en un principio había dos labrando un destino en común. “Ella había pensado mucho en el tema, casi desde la adolescencia: había una especie de mandato biológico y ese mandato recaía en primer lugar sobre las mujeres, a las que la biología les imponía un límite, al menos uno temporal. Algunos hombres no sentían ese mandato, no parecían siquiera capaces de comprender en qué consistía”. Y más adelante: “Si Ella no lo hubiera conocido tan bien, es posible que en esas circunstancias hubiera apelado a su sentido de transcendencia. Pero sabía que Él no tenía nada semejante: en esos cinco años había perdido algunos familiares a causa de enfermedades diversas y, en líneas generales, como resultado de la edad; en todas las ocasiones, Él había realizado sus duelos mayormente a solas  y con discreción, y un día le había confesado que Él nunca echaba de menos a personas que hubiesen muerto: su pérdida las conservaba tal como habían sido para Él en algún momento, y eso le bastaba”. Ella decide dejarlo a Él, termina con la relación y se queda un tiempo en la casa de una amiga. Sólo que Ella no le dice la verdadera razón por la cual decide separarse. Miente. Y es justamente a partir de esa mentira donde Patricio Pron divide la trama de la novela y la lleva en paralelo hasta el final con un gran trabajo estilístico, vertiginoso, prácticamente carente de diálogos, donde el narrador alterna la focalización de sus personajes para poner de manifiesto no sólo las consecuencias íntimas, incluso muchas veces inefables, que implican la ruptura de una pareja sino algo mucho más complejo  que se abre como un abanico para abarcar los cambios de los paradigmas culturales. Los personajes son Ella y ÉL, deliberadamente no hay nombres propios. ¿Son nadie y al mismo tiempo todos? No se ha diluido la identidad, simplemente se trata de un desplazamiento para poner en perspectiva otras reflexiones que van más allá de los vínculos personales. Si uno de ellos mira por la ventana familiar a sus padres es capaz de reconocer que ya llevan cuarenta años juntos pero que también intentaron separarse en varias ocasiones y no lo hicieron pese a las infidelidades y las adicciones a las pastillas. ¿Es un logro? Para la generación de los padres, en cambio, “las vidas de sus hijos eran demasiado complejas, tan distinta a las suyas que no era posible decir nada acerca de ellas realmente: los estándares morales con los que habían orientado las suyas habían saltado por los aires y carecían de utilidad para juzgar la vida de sus hijos” Y definitivamente: “creían habitar en  mundos virtuales que requerían que se les otorgase una atención y una devoción religiosas, vivían más bien aislados, no podían proyectar nada, estaban perdidos”. 

Somos hijos de nuestro tiempo, de acuerdo pero ¿cuál es el tiempo que le toca vivir a Ella y Él? La prosa íntima de Patrio Pron logra que tanto Ella como Él transiten por su propia contemporaneidad a partir de la separación. Un viaje a Brasilia será decisivo para Ella pero antes estarán sus amigas que representan otras maneras de relacionarse con el deseo y la libertad, mujeres con puestos empresariales importantes que mantienen a sus maridos mientras ellos se ocupan de la casa y los niños, parejas libres sexualmente o aquellas que no quieren compromisos y viven su sexualidad de manera ocasional mediante redes sociales. Nada nuevo bajo el sol. Mientras tanto Él también tendrá su propio recorrido, intelectual y emocional, introspección que lo llevará no solo a conocer a otras mujeres sino también y, por sobre todo, a pensar sobre aquellos mandamientos que recaen sobre lo que significa ser hombre para una sociedad que necesita cambios. Reinventarse. Y es justamente sobre la idea de reinventar el amor que trata Mañana tendremos otros nombres.

Mañana tendremos otros nombres Patricio Pron Alfaguara 267 páginas