Desde Barcelona

UNO Damas y caballeros: allá van de nuevo, de uno en uno y de mayor a menor  (representación parlamentaria). Ronda de consultas para la investidura en el Palacio de la Zarzuela. Y Felipe VI “El Preparado” los recibe con una sonrisa entre piadosa y resignada. Como de la quien contempla a fenómenos de un circo en el que él es el gran maestro de ceremonias pero quien, también, arriesga poco y nada. No sube a alturas de vértigo ni mete cabeza en boca de leones. Lo suyo es limitarse a poner un cierto orden entre los freaks. Así, aquí vienen los resucitados y los muertos vivos y los brutos fuerzudos y los siameses opuestos canturreando como en aquella película eso de “Uno de nosotros... Uno de nosotros... Gabba Gabba... Nosotros te aceptamos”. 

Y, hey, están todos tan pero tan desafinadamente mal escritos.

DOS De ahí que –a modo de antídoto– Rodríguez haya vuelto tantos años después a un libro sin edad y que no envejece. 

Amor de mostruo –Geek Love en el original– de Katherine Dunn (Estados Unidos 1945-2016) es, desde su estreno en 1989, un clásico moderno, un fenómeno de culto (lo que no le impidió ser finalista al National Book Award), un best-seller a prueba de décadas y, por último y no en último lugar y de aquí a la eternidad, una obra maestra. 

Y dicho lo anterior Rodríguez podría terminar aquí para que ustedes no pierdan más tiempo en ir a buscar y a encontrar o a reencontrar (porque alguna vez fue editado entre nosotros como Amor profano en la colección Tiempos Modernos, en su momento también primera anfitriona de esa otra magistral monstruosidad que es American Psycho de Bret Easton Ellis) este libro que ahora la editorial Blackie Books rescata y relanza por y a lo más alto de la carpa de nuestro circo.

He aquí un fenómeno literario de una escritora freak que se nutrió de fuentes claras y turbulentas como la ya aludida y maldita/bendita  Freaks de Todd Browning, El circo del Dr. Lao de Charles G. Finney, La feria de las tinieblas de Ray Bradbury, las fotos de Diane Arbus y ciertas mutaciones de Philip K. Dick para, enseguida, convertirse en hito influyente.

No se puede pensar hoy en Tim Burton (quien quiere llevarla al cine desde siempre) o en los relatos de Kelly Link y Mariana Enríquez y Karen Russell o en las series de t.v. American Horror Story y Carnivale y aquel episodio antológico de Los Expedientes X o en los más transgresor de Chuck Palahniuk o en las canciones de Kurt Cobain y Courtney Love si no se piensa antes en Amor de monstruo. O en las viñetas boligrafeadas de Lo que más me gusta son los monstruos de Emil Farris. En resumen: el libro ideal para todo aquel que se sienta primero la tristeza de ser diferente y casi enseguida la euforia de saberse único.  

TRES  Porque Amor de monstruo –más que bien entendida en su momento por Kirkus Reviews como “una colaboración entre John Irving y David Lynch”– es uno de esos libros que estudian un territorio muy familiar pero lo examinan bajo una lente deformante. De lo que se ocupa Amor de monstruo es, sí, de esa entidad con varias cabezas y muchas piernas y brazos y en la que varios cuerpos están unidos de nacimiento y hasta la muerte les guste o no por la tiranía de la sangre y del apellido. Y esa entidad polimorfa y perversa es lo que se conoce como familia.

Y el apellido de la familia que aquí se retrata es Binewski. Y el matrimonio de Aloysius “Al” Binewski y de su esposa “Crystal” Lil Binewski –cuando el circo ambulante que administran empieza a dejar de funcionar– descubre que hay una manera de potenciar su atractivo y atracciones. ¿Cuál? ¿Cómo? Utilizando drogas variadas y material radiactivo para generar y dar a luz a hijos más que aprovechables como lucrativos y explotables fenómenos de feria. Así, Arty el chico acuático con aletas quien se convierte en creador y líder religioso del “arturismo” predicando la amputación de extremidades, las siamesas Electra e Ifigenia, la enana albina y jorobada Olympia y Fortunato/Chick, quien parece normal pero está dotado con poderes telequinéticos. Toda esta milagrosa corte/parada de monstruos de cuya existencia se entera –tantos años después, educada lejos de ese hogar, deforme hogar– Miranda: hija de Olympia y de Arty con ayuda de Chick, quien utilizó sus poderes para trasladar los espermatozoides al óvulo sin necesidad de contacto sexual. Y Miranda tiene apenas una pequeña rareza: una breve cola que la convierte en estrella de un club de strip-tease para fetichistas y está a punto de caer en las garras deformantes de una tal Mary Lick, afecta a operaciones desfigurantes y... Pero todo esto que parece tan loco (y ya un tanto asimilado por la cultura general, por artistas pop como Lady Gaga y hasta por los video-games aunque, seguro, los “correctores políticos” del presente juzgarían hoy al libro como discriminante) no es lo más importante o valioso de Amor de monstruo. Lo verdaderamente asombroso aquí es la manera en que –bajo tanta rareza– Dunn se las arregla para hacer crecer la certidumbre de que no hay familia que, de un modo u otro, esté compuesta por monstruosidades amorosas. Porque cuál es la justificación de los Binewski antes sus hijos a la hora de hacer lo que hicieron: “¿Qué regalo más grande le puedes ofrecer a tus niños que la habilidad inherente de poder ganarse la vida con sólo ser quienes son?”.

Pues eso.

CUATRO Antes de hacerse famosa con este libro al que dedicó una década de escritura, Dunn había publicado casi veinte años antes Attic y Truck, dos novelas de inspiración autobiográfica (vagó por Europa de joven, estudió filosofía y psicología, fue camionera, camarera de bar, pintora de casas, locutora de radio, profesora de escritura creativa). Y después poco y nada concentrándose en la crónicas de box (y en practicarlo a partir de los cuarenta años), algunos prólogos y la leyenda de una novela in progress que quedó inconclusa y cuyo título sería The Cut Man. Se supo, también, que a sus sesenta y nueve años Dunn se las arregló para perseguir y alcanzar y reducir a un ladrón con la tercera parte  de sus años hasta que llegase la policía. ¡Qué monstrua!, piensa Rodríguez.

La presente reedición –a modo de posfacio– incluye una reveladora y emotiva carta al recién llegado editor Sonny Mehta a Knopf (para la primera edición, aquí la tengo, el gran diseñador Chip Kidd se atrevió a añadirle una pata de más al célebre perro-símbolo de la gran editorial que corre por los lomos de todos sus libros) donde la autora da cuenta de cómo llegó hasta Amor de monstruo y alcanzó ese “autismo privado” que para ella era el acto de la escritura.

Aunque haya muerto, Dunn sigue allí, aquí.

En este libro inmortal y que le hizo decir a Terry Gilliam –otro que siempre quiso llevarla al cine– aquello de “es la novela más romántica acerca del amor y la familia que jamás he leído. Y me hizo sentir tanta vergüenza de ser tan absolutamente normal”.

Pero, claro, ni Gilliam ni nosotros somos tan normales.

Y Dunn lo sabía mejor que nadie.

CINCO  Mientras tanto, allí fuera, en palacio, todos siguen desfilando y exhibiendo sus rarezas y deformidades y, tal vez, bloqueos (y, para Rodríguez, el único freak a admirar se llama Rafa Nadal).

Así que mejor, lejos de ahí y aquí dentro. 

¡Pasen y lean!