Stefano Bollani toca y el aire circula de otra manera ante la expectativa de que, si no todas, muchas cosas podrían suceder en nombre de la música. Extrovertido, lúdico, amablemente irreverente y por momentos deslumbrante, el pianista y compositor italiano es un performer formidable, que logra divertir sin dejar de ser profundo. Desde cierto gesto mordaz sabe llevar su música hacia horizontes más interesantes, con soluciones de cierta complejidad armónica y un lenguaje pianístico sofisticado. Placer y saber, con muchos aplausos, se conjugaron sucesivamente en los dos conciertos que Bollani ofreció en Buenos Aires. El primero, solo piano en el teatro San Martín, para luego ampliar su música con orquesta en el Coliseo.

En el último de esos conciertos, el miércoles, como parte del ciclo Nuova Harmonía, el pianista y compositor estrenó su Concerto Verde, junto a la orquesta Sin Fin, dirigida por Exequiel Mantega. El programa comenzó con Obertura para orquesta, del mismo Mantega, y se complementó con tangos, arreglados por Diego Schissi para piano y orquesta. Sin separarse demasiado del anterior Concerto Azzurro, que en Buenos Aires ofreció el año pasado, el Concerto Verde refleja esa idea de jazz de aliento sinfónico, abierto a influencias que directamente bajan de la canción. El núcleo de la música de Bollani está en el complejo y riquísimo universo de la canción italiana, más como un repertorio de afectos que como estructura. Ecos del Nino Rota que compuso para el cine, sones de la televisión en blanco y negro, tropicalismos de maqueta y otros saborizadores sonoros del imaginario popular del siglo XX pasaron por el tamiz de un músico perspicaz y virtuoso. Al frente de un trío de solistas que se completó con Bernardo Guerra en batería y Juan Pablo Navarro en contrabajo, el pianista elaboró estímulos a los que la orquesta, bien llevada por Mantega, respondió con versatilidad y buena fibra.

En la segunda parte Bollani abordó un repertorio de tangos de distintas épocas, con la colaboración de Guillermo Rubino en violín y Santiago Segret en bandoneón como solistas. Desde el primero –“Revirado”, de Astor Piazzolla–, el italiano dio muestras de que también este género entra en su amplia biblioteca musical. Enseguida llegó un momento que quedó entre lo mejor de la noche, con “Uruguay”, una milonga maravillosamente indefinida del mismo Schissi, y “Tu pálida voz”. El arreglo de Schissi sobre el vals de Charlo y la sensibilidad de los intérpretes lograron una versión que por el juego de luces tenues que reflejaba merecería colgarse las acuarelas del Museo Nacional de Bellas Artes. “Don Agustín Bardi”, de Horacio Salgán, cerró la serie ciudadana, antes del final con el tercer movimiento del Concerto Azurro y los reclamados bises con “Libertango”. Ya solo al piano, Bollani se despidió con “Reginella”, bellísima canción de la tradición napolitana, de las que alguna vez el inolvidable Roberto Murolo supo exaltar con su particular estilo. Bollani la recogió en el piano con fraseo cálido y elaborada austeridad.

Con el mismo bis Bollani había respondido a los interminables aplausos en su primer concierto en Buenos Aires, el martes en la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín. Fue, ahí también, un cierre sentimental y coqueto para lo que antes había sido un florilegio de canciones elaboradas para piano solo. Canciones propias y de otros, como Renato Carosone y Toto Cutugno, del inagotable libro de la canción italiana elaboradas en la dinámica del tema con variaciones, amplificadas en idas y vueltas por las más variadas latitudes estilísticas, entre Prokofiev y Bill Evans, Fred Astaire e Iva Zanicchi. Canciones con la carga de música, afectos y sentimientos que en un breve espacio se condensan. Canciones traducidas al lenguaje de esa caja insondable que es el piano, cuando lo toca Bollani.