Entrevistas de trabajo, sesiones de terapia, consultas médicas, juicios, confesiones religiosas, exámenes orales: todxs hemos estado alguna vez en ese lugar que no es precisamente el banquillo de lxs acusadxs pero se siente como tal, una posición vulnerable en la que rendimos cuentas ante cierta figura de autoridad. Las facultades es la primera película de Eloísa Solaas, un documental de observación que recorta de modo preciso el universo específico de los exámenes en universidades públicas y nos sumerge sin anestesia en ese mundo de apuntes, nervios, lagunas mentales, excusas, y sobre todo jergas propias de cada disciplina, en que se juega el tránsito de estudiantes a biólogos, abogadas, médicos, sociólogos, músicas. El conocimiento, su relación con el lenguaje institucional y su circulación concreta en aulas de paredes gastadas, enormes recintos públicos y hasta cárceles está en el centro de Las facultades, que le valió a Eloísa Solaas el premio a Mejor Dirección en el último Bafici.

¿Cómo llegaste a esta idea tan específica de un documental sobre situaciones de exámenes orales en universidades públicas?

La primera idea fue la escena de examen. Es algo que viví en carne propia varias veces, primero como alumna y después como docente, y siempre me pareció una situación muy rica cinematográficamente. Después me di cuenta de que a través de esa escena, que es dramática, cómica, tiene mucho de interpretación, también había una excusa para hablar de las universidades, espiar un poco desde ahí cómo es la universidad hoy. El recorte de que fueran universidades públicas no estaba a priori, tuve algunas entrevistas en privadas pero vi que en general esta práctica es más propia de universidades públicas. No solo el examen oral sino toda la situación de los chicos fumando en los pasillos, el estrés, que vayan pasando los alumnos durante horas. También agregué un examen de piano, que es en la UNA, como una estrategia para cortar un poco el “sermón”.

Es algo casi secreto dar examen, una nunca se vio a sí misma rindiendo ni tampoco a ningún compañero o compañera, por eso tu película tiene una cualidad como de meterse en un lugar casi íntimo, como un confesionario.

Sí, de hecho el primer examen que rendí cuando estudiaba Diseño de Imagen y Sonido, era mi primer final en la facultad, no sabía cómo estudiar, fui sin dormir, me olvidé de tomar agua, me tomaban dos profesoras y estaban a contraluz, yo no les veía las caras, no sabía qué estaba pasando. Simplemente hablé y hablé pero tenía mucha curiosidad por saber qué habían visto esas personas, porque sentí que yo estaba hablando con la boca seca, sin dormir, y a veces me imaginaba poner una cámara en esa escena, más que nada para ver qué era yo, qué había dicho. La impresión que una tiene durante el examen está totalmente enrarecida. Me pareció que era una situación dramáticamente interesante para registrar.

Uno de los aspectos más notorios de Las facultades es cómo resuenan los distintos lenguajes que son específicos de cada disciplina, ¿lo pensaste cuando elegiste qué carreras ibas a filmar? Son universos completamente distintos con sus locaciones, sus modos de actuar.

Hay algo del orden del lenguaje que me llamaba la atención cuando escuchaba conversaciones de estudiantes de otras carreras. Cada disciplina implica aprender un lenguaje, uno aprende toda una lógica de la carrera, planes, correlatividades, un universo propio. La idea era que estuvieran representadas varias de las grandes disciplinas, estas carreras más bien clásicas y sus materias troncales, que se pudieran identificar rápidamente. Y estar un poco afuera me parecía interesante, yo estudié cine y puedo entender de qué hablan en el examen de cine pero en otros casos no sé, era como asistir con cierta inocencia a cada escena. Por eso también decidí no poner en ningún caso la evaluación, que no pasara por ahí.

Estuviste filmando durante tres años, ¿en qué momento tuviste una idea de cómo iba a ser el documental, encontraste la estructura?

Fui filmando y editando en paralelo. Al principio filmé Filosofía, Botánica y Física, con esos tres empecé a jugar un poco y fui incorporando carreras. A veces sentía que el material iba pidiendo algo. Por ejemplo cuando decidí filmar en la cárcel, si bien yo de antemano había decidido filmar en Derecho, no tenía preferencia por ninguna materia en particular. Me interesaba Derecho Constitucional, pero una vez que pudimos filmar en la cárcel se me hizo más evidente que era más rico que fuera Derecho Penal, registrar los procesos judiciales para mandar a alguien a la cárcel. Intuitivamente me parecía que iba a pasar algo ahí. En el examen de Filosofía, que es Problemas de la Filosofía Medieval, donde hablan del infinito, se armó un diálogo con Física Teórica, donde los alumnos hablan también del infinito desde otra perspectiva. Había ciertas resonancias que sentí que tenían que funcionar. Después de que María Alché aparece rindiendo examen sobre San Agustín, hablando del alma y el cuerpo, me pareció que podía aparecer Medicina y algún elemento bien material, como Anatomía, donde trabajan con preparados cadavéricos, que es algo medio único de la UBA. En otras universidades se estila hacerlo con muñecos, o con gráficos 3D.

Todo estos lenguajes, esas jergas, funcionando así en el aire, generan una extrañeza, porque están en un ámbito realmente separado de la vida cotidiana. Me acuerdo de Terry Eagleton que decía que los profesores universitarios son los guardianes del discurso, cuya primera función sería que el alumno aprenda a manejarse en cierto idioma. No importa tanto que seas brillante o tengas ideas sino que aprendas a dominar cierto lenguaje, sobre todo en Derecho y Medicina que son tan performáticas.

Sí, se trata de adquirir una competencia lingüística y también como una apropiación lenta, paulatina, de algo que se incorpora a tu identidad. Si en cinco años vos salís abogada o física decís “yo soy”, es algo identitario, y estos exámenes forman parte de los pasos para ir adquiriendo esa especie de personalidad nueva. Se trata de interpretar un personaje, por eso me pareció interesante el examen de Derecho que directamente es montar una escena de un juicio, convencer a los otros de que uno encarna esa identidad. También hay una investidura de cada profesión que tienen que adoptar los alumnos, aunque sean muy jóvenes.

En ese sentido el que rompe el esquema es el recluso, que es el único que le enseña a la docente.

Sí, pasan un montón de cosas en ese examen, hay una inversión interesante porque la docente no deja de estar evaluándolo pero le pide que le explique algo que ella no sabe. Hay algo también en el hecho de que necesite pararse, algo que pasa por el cuerpo. Se trata de una persona que está presa y tiene que circular todos sus días en un perímetro reducido. En el caso de él tiene su propia “carrera”, fijate que también se habla de carrera delictiva, hay algo que aprendió también. Y de repente esto de interesarse por la sociología me parecía un cruce interesante.

Sí, y parece que es el único personaje que no es dócil a la institución. Aparece una cuestión de clase bastante fuerte ahí. La película es muy sobria y apuesta a que el espectador haga su lectura pero, por ejemplo, incluiste un plano de la Villa 31, con el tren.

Es la vista desde la Sala de Audiencias de la Facultad de Derecho, para el lado que no es Figueroa Alcorta. Es una asociación visual que se dio naturalmente, lo mismo que cuando Jonathan (el alumno que está preso) habla del trabajo a partir de Marx, y en los códigos delictivos y en lo jurídico también si alguien roba se dice que alguien trabajó, por ejemplo, en una coautoría funcional con otro sujeto. Se fueron dando esos cruces.

Fuiste programadora del Bafici durante varios años, una de las pocas mujeres en estar en esa posición. ¿Cómo cambió tu relación con el cine, tu manera de verlo? ¿El deseo de hacer cine tuvo que ver con esa experiencia?

En el Bafici empecé en el equipo de producción y después como programadora. Ya era cinéfila pero partir de ese trabajo tuve otro vínculo con lo contemporáneo, una está más actualizada y con más acceso a ver cosas que a las salas no llegan, y es estimulante, te pone en contacto con un tipo de cine más radical. Esta película es documental pero juega mucho con elementos de ficción; esta hibridez, estos lugares medio limítrofes tiene que ver con el tipo de películas que circula en el Bafici, donde se puso en crisis que las películas de competencia no deban ser de ficción. Fijate que hay otros festivales que no programan documentales junto con las películas de ficción.

Igual la mirada del programador se me ocurre que tiene más que ver con la del crítico y en ese sentido, para crear la propia obra, puede ser un arma de doble filo.

Sí, me preguntaba cómo iba a ser recibida la película, sé que el final por ejemplo a algunas personas no les cierra porque se sale de un código. Pero hacer una obra tuya implica poner el cuerpo de una manera distinta, además de que te identificás con tu película. No podés separarte del todo y pensar cómo se inscribe esta película en el mundo.