Casi siempre es así: si se sostiene a lo largo del tiempo, por algo es. Alguna riqueza intrínseca garantiza su permanencia. Se aplica al arte (allí están los clásicos para demostrarlo) y a casi todos los ámbitos de la vida (a excepción de algunos gobiernos, justo es observarlo). Es el caso del teatro negro, que como técnica y escuela tuvo su cuna de oro en Europa del Este, muchas décadas atrás. Y que sigue enganchando y sorprendiendo a espectadores de todas las edades, como demuestra la Kompañía Romanelli, que llegó desde Uruguay con su espectáculo El gran truco, una de las propuestas de la calle Corrientes en esta temporada de vacaciones de invierno.

Los Romanelli traen un modo especial de llevar adelante su teatro negro a la oriental. Suman la técnica del bunraku, las marionetas japonesas, con lo cual podría decirse que su teatro es doblemente oriental (cuac). Y así, en plena oscuridad, y por completo ocultos por la magia del juego de las luces ultravioletas, trabajan detrás de los muñecos y objetos (que sí se ven y resaltan, fosforecentes). Los manejan con largas varas, de modo que cada muñeco implica la manipulación de entre tres y hasta cinco titiriteros ahí detrás.

El truco de ese milagro escénico del teatro negro y de las marionetas manejadas con varillotas queda expuesto al final, cuando termina la función y los titiriteros y actores invitan a conocer ese detrás de escena, en escena. Con una advertencia: si algún espectador quiere quedarse con la magia del teatro, es el momento de retirarse, según se avisa. A nadie se le ocurre moverse de su butaca en tiempos en que todo cómo se reclama inmediato, al alcance de un click. Ya sin luz negra, el descubrimiento es asombroso.

Pero hay otros asombros antes, mientras transcurre la obra. Todo sucede en el contexto de un circo, con un histriónico presentador que da la bienvenida en varios idiomas y va anunciando los números sensacionales. El pequeño aprendiz de mago Olej lo interrume, mientras va ganándose el cariño del público (sobre todo de los chicos más chiquitos, a quienes mejor les va la propuesta). En el medio, malabaristas y equilibristas sobre cuerda provocan el asombro.

Puede ser que uno de ellos se desarme en el aire, y que sus partes vuelen para transformarse en otro. O puede haber una escena (de las más poéticas del espectáculo) con un juego con pelotas que vencen la gravedad, y que parecen tener vida, y hasta sentimientos, propios. Aunque hay momentos de risas, palmas, de interacción con el público, la invitación a la contemplación es la mayor apuesta de este espectáculo.

Son otros tiempos, más calmos, los que se proponen transitar en determinados cuadros. En esa apuesta, valiosa de por sí (a la que cada espectador responderá a su modo, pero que seguramente fluye a contracorriente de tiempos de fragmentada atención como los actuales), lo más flojo de la propuesta es la música, reiterativa y escasa de recursos. En contraposición, la belleza plástica de los muñecos, sin rasgos en sus caras y con formas geométricas, y también de sus movimientos, resulta lo más cautivante.

La Kompañía Romanelli en su taller de Montevideo.

La Kompañía Romanelli gira con este espectáculo desde hace quince años, todo un tiempo de evolución. Aunque la cosa arrancó con otro nombre: antes se llamaban Bosquimanos Koryak, después Pampinak teatro, y el espectáculo, El truco de Olej. En Uruguay y en los países por los que giran tiene otras obras en cartel, como Bajo el árbol y Kohi. En su taller de Montevideo, ellos mismos crean todos los objetos y marionetas con los que trabajan, con sus correspondientes mecanismos, las herramientas escénicas para lograr que funcionen. Hasta fabrican la pintura de los muñecos, mezclando pigmentos flúo con una pasta transparente.

El resto sucede en completa oscuridad, donde brilla el teatro.

 

 

El gran truco
Por la Kompanía Romanelli
Todos los días a las 17, domingos a las 16.30
Paseo La Plaza, Av. Corrientes 1660
Entradas: $ 450 y $ 520. Hay promociones

 

Director general: Martín Romanelli
Elenco: Federico Bordach, Sebastián Ferro, Agustín Hirigoyen, Martín Romanelli, Fabián Príncipi, Andrés Sparpaglione.