La coreógrafa y directora Diana Theocharidis estrena dos espectáculos escénico- musicales que tienen similitudes y diferencias entre sí, ambos con música de Martín Matalón. Formas in pulvere reúne músicos, cantantes y bailarines y gira en torno al tópico de la materia y el tiempo, a partir de poemas de Omar Khayyam. En tanto que Formas circulares mixtura circo y danza, en diálogo con piezas del ciclo “Traces” de Matalón, concebido para instrumentos solistas y dispositivo electrónico. Despliega una poética con el círculo como eje. “Me interesa la forma, no tan explorada, que no es ópera, ballet ni danza, que está en un territorio entre la música, la poesía, la luz”, se define Theocharidis.

En orden de aparición, la primera será Formas in pulvere (viernes, sábado y 13 de agosto en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, Libertad 621). Artistas del canto, la música instrumental y la danza, tanto profesionales como en formación --participan alumnos del Instituto Superior de Artes del teatro-- se unen en torno a la idea del polvo como símbolo de desintegración. La música está pensada para cinco voces femeninas, percusión y electrónica, y trabaja sobre texturas polifónicas. “La puesta está basada en un concepto de espacio capaz de contener una pluralidad de elementos. Todos ellos se encuentran en un terreno donde la idea de la materia y su opuesto constituyen el núcleo y la problemática central”, amplía la directora artística del Teatro de la Ribera.

En cuanto a Formas circulares, se podrá ver en el Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151) el 23, 24 y 25 de este mes. Es un espectáculo de música y danza construido sobre piezas del ciclo “Traces”, de Matalón, “síntesis entre la música instrumental y las múltiples e inagotables posibilidades de la electrónica con todas las extensiones del sonido, del timbre y de la superposición de distintos planos sonoros”. Intervienen intérpretes de la danza y el circo, disciplina con la que Theocharidis ha trabajado ampliamente, con Varieté, de Mauricio Kagel, como caso emblemático. Aquí el eje “abstracto” es la idea del ciclo, del círculo, y tienen relevancia los “entrelazamientos entre acciones sonoras y visuales”.
En los dos casos la puesta en escena y la coreografía son de Theocharidis, la dirección musical es de Matalón --compositor de la ópera La sombra de Wenceslao-- y Gonzalo Córdova está a cargo del espacio y la iluminación. “Así como con Martín tengo una colaboración muy larga, trabajo hace muchísimo tiempo con Gonzalo. En los dos espectáculos estoy en una asociación muy íntima con ellos”, dice la coreógrafa. Pero esta “sociedad” no es lo único que Formas in pulvere y Formas circulares poseen en común. “Hay una conexión entre los espectáculos. Formas in pulvere habla de la fragilidad de la vida y de la materia: hay un ciclo, porque permanentemente la materia se desintegra y se transforma. Trabajamos sobre la transformación de materiales, movimientos y lugares escénicos. Y en Formas circulares damos vueltas y vueltas alrededor de la idea de la esfera. ‘Trances’ es un trabajo que Martín hace desde hace 20 años, lo que nos remite a la idea de un ciclo”, detalla la artista.
“En ninguna de estas obras hay argumento”, aclara, profundizando en lo que tienen en común los nuevos materiales, que en este punto se distancian de la ópera Oficina 470, de Tomás Bordalejo, con puesta en escena suya. “Ahí sí trabajé con una obra absolutamente argumental. No es lo mismo hacerlo cuando no hay argumento. Me interesa la forma que no es ópera, ballet ni danza, que está en una especie de territorio con la música, la poesía y la luz. Stravinski decía que la emoción no siempre está primero. A veces está después, en el encuentro, la combinación de formas y materiales. No es que siempre traducimos la emoción en movimiento y sonido. A veces es al revés. En el mismo trabajo surgen lo emocional, lo dramático, el personaje”, analiza.
Sobre la mixtura de las artes, característica de su impronta, asegura: “Para mí nunca estuvieron desunidos” los lenguajes. “Thierry de Mey, un compositor que me gusta mucho, dice que en el origen, en el niño, no se dividen las artes. El gesto productor de sonido y el de movimiento están localizados en la misma área del cerebro. Yo no soy científica, no soy quien para validarlo, pero desde la experiencia es así, forma todo un mismo tejido. De eso trata un espectáculo escénico-musical, no hay áreas divididas sino todo lo contrario”, explica.
Por otro lado, algo que distancia a Formas in pulvere de Formas circulares es la relación entre directora e intérpretes. En el primero trabajan alumnos del Instituto Superior de Artes del Colón, a quienes Theocharidis no conocía. “Son bailarines de danza clásica, nunca hicieron contemporánea. Y los cantantes tienen la formación de un teatro como el Colón; en general no hacen música contemporánea. Fue un material muy nuevo para todos. En Formas circulares trabajo con intérpretes que elegí, acostumbrados a vincularse con música contemporánea. Son dos formas de trabajo diferentes”, compara. “Cada intérprete es un mundo en sí. Ese es el material con el cual trabajamos. Pero por más que los conozca, cada vez que una empieza un proceso hay todo un descubrimiento”, concluye.
“Me gusta empezar un trabajo y que sea rumbo a lo desconocido. Trabajando en el Colón hay que llegar al primer ensayo con un montón de cosas organizadas, pero me gusta ese viaje que una hace cuando empieza una obra, sin saber exactamente qué va a pasar, hacia dónde se va a mover”, desliza la coreógrafa, quien también suele pensar su trabajo a partir del tópico del ciclo. Para ella, no existen obras por separado, sino “la obra”, vista como totalidad y continuidad. De nuevo la idea del viaje, materiales que pasan de un trabajo a otro, pulverizándose, quizá para transformarse y reiniciar.