¿Dónde atiende la aduana entre la nostalgia y lo cotidiano? ¿Después, ahora o antes? Polifemo me acompañaba en el exilio. Un vinilo 45 R.P.M.1251 A, metido como último recurso en la valija del adiós.

La canción descansa en el lado más honesto, es el registro más cercano a la realidad. Con los sueños apenitas somos el pogo de la construcción entre los adictos a las noticias falsas.

Puede que no haya sido la del mismo 17 aquella tarde de octubre 1977, pero un asesino serial estuvo a poco menos de tres metros de quien escribe las palabras que estás leyendo. ¿Dónde está la frontera entre el ser y la multitud, cuando todo quiere empezar y nada quiere decir adiós?

El asesino era hijo de otro asesino y también se llamaba Anastasio. Entonces Managua era una ciudad donde el vodka ruso Stolichnaya (contrabando) era 10 veces más barato que una botella de tinto californiano. Esa tarde estaba esperando un bus que me regresara a "mi" barrio: Monseñor Lezcano. Estaba en el By Pass, cerca de la estatua de Luis Somoza Debayle. Ya no recuerdo el número de la ruta del bus. ¿Ruta 6, esos colectivos amarillos?

El instante de los pregones de los vendedores de Leonel Rugama se quebró en el alarde de unas sirenas míticas, las de varios unimogs rezagos de la guerra de Viet Nam y algunos jeeps con los "cara volteadas". Los "cara volteadas" eran los guardias somocistas.

El vinilo original duraba/giraba 3 minutos y treinta y seis segundos. Ya no recuerdo la canción del lado B.

La realidad siempre es salobre, como la distancia tonta entre el rock y una zamba. ¿Depeche Mode ft. Polifemo? ¿Dónde "está" la palabra Revolución?

Militar. Era un desfile bruto/enfermo, unimogs y jeeps yanquis antes y después de un automóvil civil donde un dictador llamado Anastasio Somoza gozaba la seguridad de su "Guardia Nacional", la tranquilidad, el confort y el vicio de una copa llena de ron "Flor de Caña".

Nada tenemos de ángeles ni de santos tenemos, nada; apenas la nostalgia del exilio. Y de todo lo que no fue.

Todavía no sabemos bien la letra de la canción que nadie se atreve a cantar.

En medio del alboroto/vorágine del "poder" desfilando su soberbio despilfarro ante mi vereda cotidiana del exilio, pasó un auto que me parecía conocido. Un oscuro auto civil en medio de los vehículos militares, un auto negro exagerando su sombra oscura en medio de tanto verde "2ª Guerra Mundial". Era un auto muy parecido a un Bergantín IKA que había visto muchas veces en las calles argentinas.

La realidad nunca oculta la verdad, lo hecho, lo cierto. Eso que muchas veces es difícil pronunciar.

El auto negro que pasó a dos metros de mí, donde iba el asesino llamado Anastasio Somoza, un auto blindado hecho en Argentina; uno de los primeros modelos de nuestra Industria Nacional: el "Justicialista".

En 1976 había poca música en las valijas que atravesaban Ezeiza, me atreví algo de rock.

Mi bus/colectivo no llegaba para regresarme a mi casa en barrio Monseñor Lezcano y el dictador nicaragüense pasó con su cortejo mortal en el auto que Juan Domingo Perón le había regalado durante su visita a Buenos Aires en octubre de 1953.

La realidad no vomita sólo en las películas malas de Hollywood.

Tantas ausencias en el mismo instante del atardecer. No me atrevo a recordar los sentimientos "que no son polvos al viento"… El transcurrir siempre es el rasguido de una viola pocas veces afinada.

Llegué a mi casa nica. Nunca sería mi domicilio, por más que amara tanto ese país de Poneloya y Momotombo, camarones empanizados y tantas nalgas imposibles. Horizontes de mar y volcanes, tamales y quesiyo de Nagarote. Busqué el simple, miré los colores sepias de la etiqueta que ahora no se aprecian en el video de Vevo y dejé que el rock me calmara entre tanto Santana y fácil romanticismo caribeño.

El vinilo empezó a girar a 45 revoluciones por minuto, surcos, púas, parlantes. El rock se empezó a soltar para dar posibilidades. La revolución ya no es lo que era.

Sueltate, sueltate rocanrol ¡¡ Sueltate por favor!!

 

Te han mentido verdades…