Desde Jerusalen Este

Una vez más, es necesario derribar el muro de la indiferencia, la apatía y la comodidad, que muchas veces se convierte en franca complicidad. Lo acontecido hace algunas semanas en el barrio de Wadi al-Hummus (en árabe algo así como "el valle de la pasta de garbanzos")-Jerusalén Este sorprendentemente trascendió las fronteras de los medios más críticos y logró escalar hasta los espacios de comunicación (y de poder) menos pensados. Lamentablemente, la euforia y la preocupación de los mismos generalmente se miden en rating, lucro y/o intereses individuales o corporativos, y no tanto en compromiso honesto frente a las complejas realidades que se viven a lo largo y ancho de esta dolida Madre Tierra.

Al momento de escribir este relato, probablemente la "noticia" ya no sea noticia para la mayoría. La información dura de lo que ocurrió en la madrugada del 22 de julio pasado está disponible y bien cubierta.

Como parte de un nutrido y diverso grupo de organizaciones y colectivos de DDHH que se encuentran en Palestina acompañando a las comunidades que son víctimas de la ocupación y de la violencia que ella ejerce sobre las personas, los territorios, la tierra y todo lo que en ella habita, fuimos testigos directos de la manera en que opera esta máquina de destrucción masiva. Estuvimos presentes desde casi el inicio de las acciones que los y las habitantes del barrio comenzaron a desplegar para impedir la injusta decisión de la Corte Suprema de Justicia del Estado de Israel de demoler infinidad de las viviendas que pertenecen a familias palestinas por cuestiones de "seguridad".

Para los que todavía no logran entender bien estas geografías espaciales: existen unas fronteras internacionalmente reconocidas entre el Estado de Israel y Palestina (la que se denominó como "Línea Verde"), que hace siete décadas atrás estableció a la fuerza los supuestos límites entre dicho Estado naciente y Palestina. En ese contexto se determinó que Jerusalén era la capital compartida de ambos pueblos, con la parte Oriental formando parte de Cisjordania y la parte Occidental como parte del Estado de Israel. Al finalizar la Guerra de los 6 días en 1967, Jerusalén fue ocupada y sometida completamente a la autoridad israelí, y luego formalmente anexada en 1980. Esto contradice el supuesto de que la ocupación es temporal en esencia. Más adelante en el tiempo, el entonces primer ministro israelí Ariel Sharon -genocida al igual que su colega de hoy día, Bibi Netanyahu- ordenó el 16 de junio de 2002 la construcción del "Muro de Separación" (denominado también "Muro de la Vergüenza" o "Muro del Apartheid"), de 723 kilómetros de largo y varios metros de altura, y que invade de manera evidente e intencional el territorio palestino. En 2003, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó una resolución exigiendo a Israel que interrumpiese la polémica iniciativa. Y el caso fue remitido a la Corte Internacional de Justicia (CJI) de la Haya, que el 9 de julio de 2004 dictaminó que la construcción del muro israelí en Cisjordania es ilegal, ya que constituye un incumplimiento de las obligaciones contraídas por Israel en virtud del derecho internacional humanitario. Ese es el marco.

Wadi al-Hummus -que pertenece al barrio de Sur Baher- como tantos otros distritos, se encuentra pegado a estos límites que contradictoriamente parecen volverse ilimitados. Y esto para el Estado de Israel -según dicen- constituye "un riesgo para la vida de civiles y de las fuerzas de seguridad, ya que pueden servir para ocultar a terroristas". Conocemos muy bien la manipulación de la palabra "Seguridad Nacional" para justificar extensas violaciones a los derechos más elementales, entre los que se halla el derecho a la vida misma. Contra este argumento no existe nada ni nadie que se le oponga. Ni siquiera el derecho internacional humanitario y mucho menos la reconocida soberanía de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para otorgar permisos de construcción en un área bajo su control civil, que les fueron otorgados a estas familias hace por lo menos varios años atrás. Lo curioso es que en este, como en muchos otros casos, el Muro -que en esta parte todavía no está construido de concreto y en su defecto es un alambrado de separación- divide a través de este alambrado y una calle que solamente utilizan las fuerzas de ocupación israelíes y algún que otro colono a comunidades palestinas unas de las otras. Esto deja en descubierto uno de los propósitos reales de este artefacto y a simple vista se puede apreciar que no tiene nada que ver con "Seguridad". Al día siguiente a la demolición, algunos vecinos del barrio nos comentaban que las fuerzas de ocupación de Israel solían y suelen recorrer bastante seguido esta zona e incluso algunos hasta han estado por años tomando té o café con algunas familias. De repente estos se vuelven temibles enemigos y representan un peligro.

Para el/la que no conoce, la religión y la fe son parte central de la cultura del pueblo palestino, y por tanto muchas de las iniciativas materiales que se llevan adelante en cualquier ámbito de la vida también cuentan con un componente espiritual. Y esta no fue la excepción. A partir de la mencionada decisión del Supremo Tribunal el día 11 de junio de denegar la petición de varias familias para enfrentar una orden de demolición emitida sobre 16 edificios, incluidos 100 departamentos -algunos habitados, otros listos para serlo, algunos todavía por terminar de ser construidos-, desde varias organizaciones locales se convocó a un rezo todos los viernes en reclamo y solidaridad por dicha arbitraria medida. Ahí estuvimos hombro a hombro junto a la comunidad del barrio y diferentes líderes -entre ellos el gobernador de Jerusalén por parte de la ANP, Adnan Geith, quien no es reconocido como una figura oficial por parte del Estado de Israel-, con la esperanza de que la creciente popularidad del caso les proteja a través de la posible presión internacional. Como de costumbre, la generosidad, hospitalidad y fortaleza de este pueblo nos enseñó en acciones lo que implica la humanidad y lo que ellos denominan como Sumud (un término arabe que habla de la perseverancia, de la vida en comunidad, de la solidaridad y el bien común). Tanto ellos -los palestinos- como nosotros -los internacionalistas solidarios- sabemos que nuestra presencia acá no va a impedir que las diferentes violaciones a los derechos humanos se desarrollen, pero sí estamos convencidos de la potencia del "estar al lado", de compartir nuestra indignación ante cualquier forma de violencia, de reconocernos también como protagonistas de un necesario cambio en grandes (y pequeñas) escalas que requiere del aprendizaje mutuo y la organización en todos los niveles y lugares, del poder decirnos "no están/mos solos", de compartir todo lo vivido por todos los medios y canales posibles en la búsqueda de trascender las barreras mediáticas que nos imponen desde arriba.

Con la proximidad de la fecha límite que el Estado de Israel dispuso para la autodemolición de las propiedades, nuestra presencia en el barrio fue cada vez más regular. En los días previos, diferentes cuerpos de las autoridades militares israelíes estuvieron presentes en la zona para diagramar en el terreno cómo llevar adelante el siniestro operativo de demolición. Como dicha resolución caía durante el Sabbat -el ritual de descanso semanal de los creyentes del judaísmo que inicia cada viernes a la caída del sol y se extiende hasta la madrugada del domingo-, se estimaba que el riesgo mayor iba a ser el domingo. Por tanto, con mis compañeras de equipo nos preparamos para ir a pasar esa noche acompañando a las familias afectadas en caso de que algo sucediera. Y lamentablemente sucedió lo peor. En lo que para muchos significó una de las mayores operaciones de demolición de construcciones palestinas desde el inicio de la ocupación en 1967, las autoridades israelíes declararon la zona bajo jurisdicción militar y bloquearon con retenes de agentes y soldados todos los accesos para impedir la presencia de la prensa, de observadores internacionales y de la comunidad local. En la mitad de la noche, mientras nos encontrábamos en la casa de Ismail Obeidi junto a él, sus hijos mayores, otros jóvenes de la familia y algunos internacionales de diferentes organizaciones, escuchamos el llamado de alerta de que las fuerzas de ocupación estaban ingresando a la zona. A partir de ahí, todo fue surrealista y mucho más impactante que cualquier película de ciencia ficción. O de terror. Más de una decena de buses cargados de agentes de diferentes fuerzas de ocupación comenzaron a poblar el lugar, acompañados de otros incontables vehículos militares. Con ellos también llegaron en manada los tan temidos "bulldozers" -topadoras que en estas circunstancias se transforman en los verdugos de la destrucción-. En las noticias se menciona que hubo cerca de 1000 agentes desplegados en el terreno para desalojar a 17 civiles palestinos de sus casas y echar abajo 10 construcciones que incluían cerca de 70 viviendas. No sabemos el número exacto, pero me consta que la dimensión de esta acción fue inusual. Tal vez porque también era la primera vez que los argumentos oficiales por detrás de estas medidas iban a ser puestos en práctica, lo que sentaría un temido precedente que pueda luego extenderse a otras tantas de las miles de construcciones ubicadas a lo largo de este muro de segregación.

Durante más de 20 horas estuvimos como testigos de este crimen contra la humanidad.

Primero, vimos cómo cuando los buses repletos de soldados llegaban a la zona, algunos de estos jóvenes "saludaban" de forma burlona y cínica a las familias palestinas. O cómo un soldado declaraba orgullosamente que estaba disfrutando mucho esta situación. Algo que retrata el gran trabajo de lavado de cabezas (y de corazones) que el Estado de Israel impone a sus ciudadanos, a través del miedo, la mentira, la victimización y/o el castigo. Segundo, cómo un grupo de activistas israelíes en contra de la ocupación se solidarizan con sus hermanos y hermanas palestinos y se hacen presentes incluso interpelando de forma respetuosa pero crítica a sus compatriotas convertidos en soldados del poder. Al igual que otros internacionales que exponiéndose ante la brutalidad física y psicológica de estos, se plantan con todo lo que tienen a su alcance: su creatividad, convicción y coraje. ¿Cuál fue el resultado de esto? Gas pimienta, gas lacrimógeno, bombas de sonido y una sádica violencia física ejercida en su contra que les costó la hospitalización a una gran parte de ellos. Tercero, cómo los palestinos se disponen a rezar y confirmar su fe aún en los momentos más difíciles, rodeados de animosidad, tensión, desconfianza y odio. Cuarto, cómo los organismos y las agencias internacionales son "expertos" en escribir reportes, declaraciones o informes pero qué poco se les ve cuándo y dónde realmente tal vez podían hacer la diferencia. Lo mismo con la prensa internacional. Una discusión aparte merece el debate sobre el sistema político palestino y sus funcionarios. Quinto, cómo para el pueblo palestino la familia (y la tierra) es la célula desde la cual surge el Todo.

Seamos capaces de conocer del pasado, de aprender de él, de no olvidar. Seamos capaces de cuestionar nuestro relativo confort y nuestras certezas para entre todos sentar las bases de este presente y futuro que todos necesitamos, con dignidad, paz, libertad y justicia.

 

Acompañante Internacional(ista).