Malos tiempos para lograr testimonios en Florencio Varela. Las imágenes de Sabrina, Denise, Némesis y Magalí desplomadas entre su propia sangre funcionó a la perfección: el vecindario enmudece para no convertirse en la próxima selfie-con-cadáver, las madres reconstruyen estrategias de supervivencia para que a sus hijas e hijos no les ocurra “lo mismo que”, otros se ensombrecen porque la disciplina del terror volvió a encapotar el barrio. Hay versiones cruzadas, relatos anteriores que completan el rompecabezas de la crueldad. Esa palabra que aparece constante en la boca de todos, una adjetivación de época para el cuerpo de las mujeres como territorio, esa línea conceptual que Rita Segato describió a propósito de Ciudad Juárez y que se replica como fenómeno regional en Honduras, El Salvador, República Dominicana, Guatemala y la Argentina. Los nuevos territorios de la fiereza patriarcal, misógina y machista se alían en una matriz común de redes narcos, connivencia judicial y policial, ventas de armas y tráfico de niños, adolescentes y mujeres para su explotación sexual o como mulas, chorros y víctimas que alimentan nuevos semilleros. “Hay una ruta de la droga entre Florencio Varela y Quilmes Oeste que se está desplazando a otras localidades. Capta  pibes y pibas de las periferias y los asentamientos para venderles u obligarlos a vender drogas o a hacer pases, porque no es novedad que siempre se busca al más pobre y más desesperado.” La explicación de Laura (su nombre es ficticio para preservarla) parece un mantra gastado por el cansancio de lo que teme irreversible. Vivía en Varela antes de la crisis de 2001 y resistió desde su militancia en el MTD Solano hasta que la lucha por la tierra y las denuncias contra organizaciones mafiosas que tomaban los asentamientos la obligaron a huir con su familia a Quilmes Oeste, donde hoy es referente del Movimiento de Colectivos. “Nos quemaron la casa, amenazaron con matarnos a mí y a mi familia. El control del territorio se politizó y mediatizó, los grupos narcos lograron establecerse y hoy siguen extendiéndose.” Por eso no le extraña lo que sucedió con las cuatro chicas, la punta mediática de lo que asegura es un paisaje cotidiano: “Un estado de dominación y mercantilización de las vidas de las mujeres: no valen nada, se las utiliza para distintos trabajos entre comillas, en los boliches, en fiestas de drogas, vinculando a otras mujeres en esas trampas. Sucede lo mismo que en Mar del Plata y en Rosario, donde gobiernan otros grupos narcos y no hay posibilidades de zafar. Entonces para esas chicas y chicos la vida cobra un nuevo sentido desde ahí, pero en la pirámide de responsabilidades sólo se ve lo que hacen ellos. Se está construyendo una mirada muy fascista hacia los adolescentes.”

En Florencio Varela hay unos 65 asentamientos donde viven 20.400 familias. Una vista aérea permitiría identificar entre calles destruidas los perímetros marcados por bunkers de droga que la Justicia ordena demoler con topadoras. Le declararon la guerra al narcotráfico, aseguran las autoridades locales, pero las cuevas vuelven a levantarse contra operativos que sucumben frente al narcomenudeo en un horizonte de pobreza y de distribución prioritaria en barrios. “La autoorganización colectiva que se había logrado se derrumbó durante el último año junto con la precarización, el desempleo y la caída de programas sociales como Argentina Trabaja”, explica Laura. “Mujeres y varones se las rebuscan con economías creadas según sus posibilidades, en cooperativas o changueando. Hay pibes que comen una vez al día. Los más chicos, de entre 8 y 11 años, no van a la escuela y acompañan al resto de la familia con ventas callejeras o en carritos para juntar cosas. Mientras que a sus madres y hermanas las destroza año tras año una violencia de género progresiva y creciente.” Encarnizada, desliza, como la que se derramó sobre Denise, Sabrina, Némesis, Magalí y sus familias. “Por ajustes de cuentas, por acoso, por disciplinamiento o modos de vincularse, en el conurbano profundo la violencia envía mensajes permanentes de crueldad. Hay una sociedad que señala a los más jóvenes y responsabiliza principalmente a las madres por las `juntas` de sus hijos, por la ropa que usan sus hijas, porque vuelven a la madrugada o van a boliches.” No se detecta o se enmascara, concluye Laura, que en realidad se trata de un Estado ausente, de escuelas que no pueden contener a una comunidad desbordada y de centros de salud incapaces de responder a las urgencias sanitarias básicas.