Como las grandes marcas que enumeran capitales del mundo (Londres/New York/ Paris) donde hicieron base, podríamos presentar La cabeza contra el suelo con una topografía prêt à porter: Oscar Wilde/Marcel Proust/Paco Jamandreu. Tres puertos donde la moda, la literatura y la sodomía consiguieron volverse último grito. Tres expertos en superficialidad, observadores externos de un entramado de convenciones que se delatan por la costura, la impertinencia de un color o de unas joyas demasiado verdaderas. Escritura producida bajo los efectos del encumbramiento, la adrenalina de la diferencia y bajo permanente amenaza de expulsión (fiscales y acreedores siempre al acecho) de la fiesta que ellos mismos animaron. Aunque el último arranca en un pequeño pueblo de Buenos Aires cuando los otros dos ya forman parte de su biblioteca familiar, La cabeza contra el suelo lo posiciona en esta serie pero sin moverlo ni un centímetro de otra yunta más originaria: Zully Moreno/ Joan Crawford/ Evita Perón/ La Paquito. La Eva vestida de gala o con el trajecito de trabajadora social diseñados por Paco cuando todavía no había cumplido 17 años, así como cada desplante (va del peligro de suicidio al de asesinato) que hoy lo reduciría en la categoría de mediático, cumplen con las máximas más provocadoras de Oscar Wilde, sobre todo con la que dice: "si te vas a portar mal, debes de ser malo pero con un vestido memorable".

La memoria de Jamandreu no va en busca de un tiempo perdido. No lo pescaremos interrogando a los olores, ni al aire, ni a las texturas. No es un descrifrador de emociones inconscientes sino un magistral practicante del chisme, del anecdotario y de la cita textual. ¡Es que ha sido educado desde niño con un combo pop! Revistas del corazón, la radio, el cine y las novelas nada menos que de Roger Peyreffite, el francés que despliega a mediados del siglo XX sus deseos degenerados amparado en su condición diplomática y su pluma gentil.

Es capaz de transcribir diálogos enteros de su infancia, de sus amores, de sus levantes, de quien sea, como si Manuel Puig le hubiera prestado su grabador. Así, se da el gustazo de reiterar agravios y de ajustar cuentas: “Aquí hay monstruos sagrados, más monstruos que sagrados”, cuenta que dijo en público refieriéndose a la pareja Tinayre & Legrand. Escracha a quienes abandonaron en la mala a Fanny Navarro, da su propia teoría sobre la personalidad de Eva Perón, habla mal de mucha gente como si la escritura lo protegiera en una esfera virtual. El amor que no puede decir su nombre ha quedado en el siglo anterior y en la vida cotidiana de los demás. Paco da nombres, da detalles y redefine un amor/ deseo que deambula entre el hambre y el metejón.

La vida aparece hilvanada con una consigna que hoy entendemos como Orgullo. Cuando le para el carro a Zully Moreno que se atreve a opinar delante de él mal de los homosexuales, cuando se acuesta con un hombre heterosexual, su relación con el chico más lindo del mundo, el aprendiz, el chongo olvidable y el inolvidable. Cuando lo marica no le quita autoridad para mandonear ya sea entre señoras bien como en el mundo del hampa. Están los secretarios locas y los contactos del medio, también locas, que forman una mini sociedad no tan mini. La moda aparece de soslayo, como dato que completa el episodio donde siempre un personaje famoso o familiar se luce en una escena memorable. Si se asume que la literatura nacional empieza con la escena de la violación de El Matadero, la historia del orgullo lgbtti argentino tiene en La cabeza contra el suelo un manual de estilo, y como escena fundante, una relación ocasional y consensuada entre dos muchachos vírgenes.