Con una filmografía que suma cinco títulos en algo más de una década, el uruguayo Federico Veiroj ha logrado constituirse en una de las voces cinematográficas más reconocibles del cine latinoamericano contemporáneo. El estreno de Así habló el cambista, su último trabajo, llega a la pantalla apenas meses después del anterior, Belmonte, con el que el director ya había confirmado su calidad de creador de mundos personales e inconfundibles, a partir de una mirada que aborda la realidad siempre de forma sensible pero oblicua, volviéndola ligeramente desconcertante, y de un sentido del humor que gana potencia en el gesto imperturbable con el que enfrenta su propia naturaleza extraña.

Adaptación de la novela homónima de 1979 escrita por su compatriota de origen polaco Juan Enrique Gruber, Así habló el cambista no es la excepción, aunque también representa para Veiroj un salto hacia territorios desconocidos. En primer lugar porque se trata de la primera película realizada sobre un texto ajeno, pero también porque representa un desafío mucho mayor en términos de producción respecto de su obra anterior. Gran parte de ese volumen tiene que ver con el hecho de ser también el primero de sus trabajos que no ubica la acción en tiempo presente, sino en la década de 1970, cuando su país, igual que la Argentina, se encontraba bajo una dictadura militar. Detalle que es determinante en la historia que se cuenta.

El protagonista es Humberto Brause (el popular actor Daniel Hendler, también uruguayo), dueño de una casa de cambio en la city de Montevideo, cuya ambición lo lleva a meterse por los caminos más oscuros a los que se puede llegar cuando se elige andar de la mano del dinero. Una oscuridad que inevitablemente representa también la de su propio contexto histórico. Filmada en la capital oriental y en Buenos Aires, Veiroj consigue que en su película lo siniestro se filtre por todas las grietas que el relato abre en la realidad, sin resignar la sensibilidad que define su mirada cinematográfica.

“Mi encuentro con la novela fue medio azaroso y lo que me atrajo fue el lomo del libro, justamente el título”, revela Veiroj. “Hace siete años estaba con un casting para una serie y me encontré con el libro. Mientras hacía tiempo me puse a leer y en esos tres minutos me atrapó tanto que decidí que en algún momento iba a hacer una película con eso”, continúa. “Lo que me atrajo fue sobre todo el punto de vista del personaje, el humor que tenía y lugar desde dónde contaba su historia. En el guión le quitamos algo del cinismo que tiene en el libro, porque nos pareció que iba a ser imposible de mantener dentro del arco dramático de alguien que visto desde la actualidad resulta un ‘villano’. Me gustaba más la posibilidad que el personaje me daba para hablar de Uruguay desde un punto de vista con el que nunca había tenido relación”, concluye el director.

-A pesar de ese anclaje en la realidad tampoco se trata de un film realista.

-Hay algo de absurdo en el humor, en la ironía con la que por momentos el personaje ve la realidad. Me gustan mucho las partes de la novela en las que aparece cierta fantasía que le permite tomar ese vuelo que muchas veces tiene y que en la película no están tomadas literalmente, pero casi.

-¿Trabajar sobre un material adaptado lo enfrentó a algún desafío adicional?

-Creo que el mayor desafío fue mantener el deseo de hacer esta película durante siete años. Desde el momento en que decidí convertir al libro en una sabía que iba a ser necesario trabajar con un elenco de actores con experiencia, que no iba a poder hacerlo con gente que no tuviera experiencia previa, como los protagonistas de mis películas anteriores. Además la película me enfrentó a un despliegue de producción mayor al que estaba acostumbrado. Pero al mismo tiempo contar con un equipo más grande también me liberó de tener que ocuparme de muchas cosas a la vez y me permitió concentrarme exclusivamente en el trabajo de dirección.

-¿Siente que trabajar el relato de manera más clásica o la necesidad de un contexto histórico que lo alejó del presente continuo de sus películas anteriores generó una distancia emocional con el personaje o la historia?

-Es cierto que lo emocional fue distinto, sin embargo me sentí cerca del personaje ya en aquel momento en el que leí el libro por primera vez. Sentí que muchas de sus sensaciones también me tocaban y por más que la película está basada en una novela no dejo de sentirla como algo personal. Y no se trata de que solo sea capaz de filmar aquello que pueda volver personal, sino de que uno siempre se vincula de forma íntima con el material con el que trabaja. Sobre todo después de siete años de convivir con él. Entiendo que mis películas anteriores tienen un aire de familia, tal vez por el tipo de personaje, pero tampoco es que las hice pensando en cómo vincularlas con mi propia historia. Eso no me pasa. Creo que si hay una emoción distinta tiene que ver con esa posibilidad de apropiarme de lo ajeno.

-Acaba de usar la palabra apropiación y antes definió al protagonista como un “villano”. ¿Le resultó sencillo apropiarse de este villano?

-Es cierto que puede ser un villano en tanto personaje de película, pero por otro lado lo que siento, lo que me ató al personaje, es que no puede evitar ser él mismo. Y en eso se vincula con los personajes de mis otras películas. Pero tiene una naturaleza tan particular y le toca vivir un momento histórico tan complicado, que se conecta con una veta no te diría “del mal”, porque eso sería juzgarlo, pero si con una moral distinta del 95% de las personas que van a ver la película. Porque es cierto que el personaje hace cosas que obviamente son condenables, no solo desde la moral sino por ley.

-Pero en eso la película es justa con él, porque evita convertir al cine en un órgano legal o moral y se permite retratarlo en su complejidad.

 

-Eso fue un desafío: ¿cómo filmar a un personaje como este pero intentando humanizarlo? Permitir que nos cuente su historia y que sea él mismo el que nos muestre en qué se ha convertido, sabiendo que desde la primera frase de la película te está diciendo que sabe que los hombres como él son los culpables de todos los males. Traté de mantener la curiosidad por su historia tratando de no juzgarlo y buscando la complicidad del espectador. Hay algo de su torpeza emocional y social que incluso tiene que ver con la idea de lo masculino en su propia época: si la película transcurriera hoy hay cosas que llamarían mucho más la atención y chocarían incluso. A veces hay que aprender a perdonarle algunas cosas a los personajes para poder seguirlos.