“Todas las sociedades son revolucionarias desde la perspectiva de los siglos pasados” asegura cierto sentido común. Salvo que se las observe desde los baños públicos de estaciones ferroviarias convertidos en “teteras” o desde un muelle del Tigre montado para la tertulia y la orgía, como hace este libro. Aquí se puede ver cómo el tiempo y las dimensiones revolucionarias se dis“locaron”. Alejandro Modarelli y Flavio Rapisardi produjeron a fines de los 90 un trabajo de investigación que por primera vez releva experiencias cotidianas de la sociedad porteña bajo la represión mientras se lanza a responder una pregunta que nadie había querido hacerse: ¿cómo hicieron los gays para seguir siendo gays en la dictadura? Y deja, de yapa, otra pregunta que le toca el bolsillo al presente: ¿cómo seguir siéndolo ante el avance del capitalismo amigable?

El título que eligieron, Baños Fiestas y Exilios, podría cantarse en marchas y en fiestas como un grito furioso de la memoria, y si bien puede sonar como reverso agrio de la célebre tríada -libertad igualdad fraternidad- siempre será mucho más pariente de Cumbia, copeteo y lágrimas, el libro en que sintetizaba la experiencia travesti, la gran Lohana Berkins.

Revolucionario y revulsivo: Baños, Fiestas y Exilios propone un mapeo secreto de la ciudad, de esos lugares públicos por donde los portadores de un closet (de cristal), perseguidos por izquierda y por derecha “lo estuvieron haciendo”. Dice uno de los testimonios: "Los que íbamos a las teteras teníamos todos un código de juego en común. Gestos, frases cortas, distribución de los espacios y gente que hacía de 'campana', generalmente voyeurs. Era todo silencioso, de sobreentendidos. De ese juego no participaba nadie que no quisiera. Y apenas entraba alguien extraño al ritual, nos deteníamos. Los códigos de peligro funcionaban en forma automática. Cuando se abría la puerta, todos dejaban de hacer”.

El libro muestra sin pelos en la lengua y con marco teórico propio, cómo “la hicieron” mientras las Brigadas de moralidad se hacían panzadas con los cuerpos cautivos, los edictos policiales habilitaban castigo y chantaje por “incitación al acto carnal en la vía pública” o por andar “con ropas del sexo opuesto”, y las madres lloraban porque sus hijos maricas había nacido para no ser felices. Rapisardi y Modarelli buscan las marcas autoritarias en sus propias prácticas, no negocian ni con el mandato de la discreción ni con la fantasía de la alegría gay a toda costa. Ni nostalgia de un tiempo marcado por razias ni una historia de la homofobia en la Argentina, Fiestas baños y exilios instaura un marco sentimental y teórico que a veinte años de su primera y única edición sigue tirando pistas.

Hasta el momento de la reedición que se lanza mañana en la BIBLIOTECA SOY, el libro estuvo completamente agotado, vendido a precio de oro en el mercado negro o fotocopiado entre estudiantes. ¿Por qué no se editó en todo este tiempo en que circuló como leyenda, como talismán? El club del chisme atribuye este desastre a que los autores a poco de publicado el libro se pelearon para siempre. Una versión menos drama queen dice que nadie les había hecho antes la propuesta. Las fotos que tomó Sebastián Freire la tarde de reencuentro, desmienten el “para siempre”. Y en esta entrevista, por cábala, no se harán preguntas sobre el supuesto final sino sobre los comienzos.

-Y ustedes dos, ¿cómo se conocieron?

Alejandro Modarelli: -Fue a principios de los '90, los dos estábamos en la CHA.

Flavio Rapisardi: -Pero en realidad nos encontramos y empezamos a charlar un montón en “las cenas de los viernes” de la calle Paraná, que eran esos encuentros increíbles que organizaba Carlos Jauregui.

A.M.: -Que, dicho sea de paso, en ese momento era tu novio.

F.R.: -Es cierto, con él me hice habitué. Y después, cuando nos separamos, me “deshabitué”. Pero hablando en serio, Carlos era un líder muy especial, tenía un tipo de liderazgo muy positivo. Nos unía a todos.

A.M.: -Totalmente. Más allá de ese narcisismo inevitable de todos los líderes y esa necesidad de inventarse, de trabajar para su propio mito, era muy generoso y muy abierto a recibir influencias. Eso tenían esas reuniones. Tenía eso de captar, de ensamblar, no era un líder de esos que quedan abstraídos por los espejos, sabía pasar de largo ante el brillo de su propio reflejo. Las cenas de las organizaba con César Cigliutti desde Gays por los Derechos Civiles, ¿te acordás?

-¿Como se describirían a ustedes mismos en esos años?

A.M.: -Éramos unos treintañeros pero bastante infantiles todavía. Fijate que así como se estaba hablando de la necesidad política de una visibilidad pública gay y de intervenir en las instituciones, había trifulcas tremendas porque Jáuregui se pasaba horas jugando al Tetris y no dejaba jugar a otros. Por esas cenas pasaron muchos, Nestor Perlongher, entre ellos. Yo ahí conocí a Juan José Hernández, a Laura Bonaparte, Atilio Borón, mucha gente.

-¿Lo central era la política?

A.M.: -Lo central era el morfi. Pero te hablo de unos menús armados con fideos y papas fritas comparados en el supermercado. Comíamos, charlábamos, algo de levante también había. Era una especie de salón social pero sin un peso.

F.R.: -No había ni comensales ni temario fijos. Pasaba mucha gente de diversos sectores, militantes e intelectuales internacionales venían a ver que se tejía de este lado del mapa. Pensá que de esas cenas salió la organización de la primera Marcha del Orgullo. En 1993 se había creado Travestis Unidas con Kenny de Michelis y ya estaba circulando por ahí lo que llamábamos la segunda generación de travestis, con Lohana Berkins, Nadia Echazú y Belén Correa.

-Lohana Berkins es una de las pocas que aparece en el libro con su nombre. Todavía había una necesidad de proteger los testimonios con iniciales o nombres de fantasía. ¿Cómo recuerdan esos primeros años de Lohana?

F.R.: -La vi por primera vez en una actividad que se llamaba “Experiencias estéticas” donde actuaba gente de varios centros barriales. Imaginate una lectura de viejitos poetas, un grupo de feministas que se pronunciaba contra el fundamentalismo islámico, y de repente irrumpe Lohana vestida de dama antigua recitando un texto de Alejandra Pizarnik. ¡Qué lástima que no había selfies entonces! En ese momento ella se nombraba como mujer y estaba en Mujeres Meretrices Argentinas. Creo que ya estaba estudiando en el grupo Ají de Pollo mientras además se prostituía, como mujer, en la plaza de Flores…

A.M.: -Venía y nos contaba historias increíbles, intimidades y ridiculeces de los clientes, horrores también. Recuerdo muchas anécdotas de tipos que no se daban cuenta de que ella era travesti. Era absolutamente encantadora, a mí me resultaba fascinante.

-¿Cómo empezaron a pensar este libro?

F.R.: -Hay que decir que apenas nos conocimos, sentimos afinidad. El escribía muy lindo ya en entonces, hacía reseñas sobre libros de filosofía en La Nación que me encantaban. Charlábamos sobre teoría, nos pasábamos bibliografía. ¿Te acordás? Yo vivía en Avellaneda, vos en Capital, y recuerdo horas enteras hablando por teléfono. Vos tenías la obsesión de Judith Butler…

A.M.: -Sí, quería entender a Butler y sobre todo estaba interesadísimo en los estudios culturales. Leía y no entendía nada. Siempre he sido una especie de diletante, siempre estudiando por mi cuenta, por eso estaba ahí atrás de los textos de Pat Califia y de todo lo que apareciera.

-¿Y entonces?

A.M.: -A Flavio un día lo llamó María Moreno, que en ese momento, sería 1998, editaba una colección en Perfil sobre disidencias sexuales, donde había salido por ejemplo, Un año sin amor, de Pablo Pérez. Quería un libro sobre el tema gay. Después creo que la colección se terminó y ella no sé como hizo para convencer a los de Sudamericana para que editaran el nuestro.

F.R.: -Cuando me llamó, enseguida te llamé a vos. Teníamos que escribirlo juntos. Toda esta circulación de lecturas y de gente con la que nos cruzamos está en lo que es el hilo teórico del libro. Y cada uno tenía una parte de ese mapa de la ciudad. Hicimos un índice en una semana. El eje fue los modos de sociabilidad gay en dictadura. Justo venía leyendo con Silvia Delfino la teoría de la fiesta de Roger Callois, donde se trabajaba justamente la idea de carnaval como transgresión, así como la guerra también era entendida como una fiesta negra…

A.M.: -Yo estaba interesado en hablar sobre los encuentros clandestinos en los baños públicos, “las teteras”. Me interesaba la idea de una ciudad cuadriculada patrullada constantemente, en la que podía surgir una resistencia desde lo creativo. Y Flavio que creo que ya estaba de otra vez de novio, ¿puede ser? La cosa es que el tenía más conocimiento de fiestas que se hacían en el Tigre. La idea de fiesta es muy importante, no olvidemos el detalle de que la CHA se fundó en el sótano donde funcionaba el boliche histórico, Contramano.

F.R.: -Yo tenía la zona Tigre y conurbano. Vos las fiestas más paquetas.

-¿Y los exilios?

A.M.: -Es la entrevista a Hector Anabitarte, miembro fundador del Frente de Liberación Homosexual y exiliado en España. Llegué a él por recomendación de Juan José Hernández, que igual que Manuel Puig había colaborado pero no había sido miembro activo. Me fui para España por dos razones: una, porque estaba en pánico porque me habían diagnosticado maculapatía (peligro de ceguera), y la segunda, me había aferrado a este proyecto con todas mis fuerzas. Este capítulo son los relatos de este activista que había sido sindicalista de Correos, miembro de la Juventud Comunista, y había estado detenido varias veces. Me encontré con él y con su expareja, Ricardo Lorenzo.

F.R.: -Sarita Torres también fue una gran ayuda, nos abrió documentos... ¿Te acordás del lío que se armó con la famosa carta de Simone de Beauvoir?

A.M.: -Claro, cuando Sarita supo que iba a ver a Ricardo Lorenzo, me encargó que le pidiera una carta histórica que Simone les escribió a las feministas argentinas y que tenía él. Ahí me enteré de que en 1977, en una de esas razias que hacían cerrando territorio en círculos cada vez más cerrados, la madre que ya tenía cancha para advertir estas movidas agarró todos los papeles del hijo, los puso en el lavatorio y les echó lavandina. Ahí se fueron las letras de Simone.

-¿Cómo consiguieron los testimonios?

F.R.: -De boca en boca, entre conocidos de conocidos. Más que un micrófono en la mano, teníamos un mate. Eran charlas espontáneas en mateadas que hacíamos en Costanera Sur, o tarde enteras en el Tigre, en la casa de La Paté o de la Turca, sesiones enteras de cumbia, copeteo y lágrimas pero entre maricas.

-El libro abre con el retrato espectacular de una especia de sargenta de los baños públicos, La Lisette. ¿Quién era esa mostra?

A.M.: -Nunca la conocí pero había huellas de ella en las paredes de los baños que siempre me llamaron la atención: "Lisette. Alma y generala de las teteras. 1980". Supe su historia por un amigo de las cenas de los viernes, que aparece en el libro como La Richard (Ricardo González). Lideraba los baños de los trenes de la línea Mitre, de 3 de Febrero a San Andrés. Era salvaje. Una vez le fueron con el cuento de que alguien en otro baño estaba curtiendo con un chongo que a él le gustaba, y entonces se metió en el compartimento donde estaban ellos y le agarró la cabeza a la marica y se la metió adentro del inodoro. Me interesó estudiar cómo había una duplicación de las prácticas militarizadas y jerárquicas en este universo secreto de los deseos.

-¿Qué es lo que les costó más escribir? Peligros corrían...

F.R.: -Teníamos miedo de que al reescribir ciertas anécdotas desopilantes cayéramos en una noción de la fiesta como pura liberación, cuando en realidad la fiesta también puede ser válvula. El libro construye una subjetividad hacia el pasado, pero tratando de no ser ahistóricos. Pensemos que está escrito en una época de mucho pesimismo. Recuerdo reuniones de periodistas que en esa época decían que la sección "Política” estaba muerta porque la sociedad se había vuelto neoliberal y que había que empezar a escribir en la sección "Sociedad”. En ese marco, lo que iba a ser un serie de testimonios de algo de lo que que habíamos sido parte en la represión en dictadura adquirió otra dimensión años después, cuando se empezaron a revisitar los juicios a las juntas.

A.M.: -A mí me preocupaba poder incluir, bastante a contracorriente de muchas posturas que piensan la homosexualidad, la visión psicoanalítica de la pulsión. Ver este fenómenos de los baños no sólo como una respuesta creativa al orden represivo sino como pulsión. Hay bastantes testimonios personales de psicoanalistas en el libro que van por ese camino.

-¿Están planeando una fiesta para la nueva presentación de este libro?

JUNTOS: ¡Sí! ¡Agarrate!