“Arder”: eso es actuar para María Onetto. Y es una búsqueda incansable que nada tiene que ver con ser otro. Que tiene más que ver con “no ser” para volverse “una materia que expresa y suena, con energía y colores, que impone un ritmo”. La actriz, una de las más destacadas de su generación, ha tenido un gran año teatral, con la particularidad de que por primera vez asumió la responsabilidad de estar sola en escena. Para colmo, en dos obras: La persona deprimida, un texto narrativo de David Foster Wallace (domingos a las 19, Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551), y Potestad, clásico de Eduardo “Tato” Pavlovsky (viernes 22.30, Caras y Caretas 2037, Sarmiento 2037). La primera la dirige Daniel Veronese y la segunda Norman Briski.

Onetto era una joven hipersensible cuando profundizó en el teatro en el Sportivo Teatral. También muy temprano se recibió de psicóloga, profesión que nunca ejerció pero que, de alguna manera, se filtra en la capacidad reflexiva que imprime a sus criaturas y a su mirada del mundo. Los unipersonales en los que actualmente se la ve son muy diferentes en temática y forma, pero algo tienen en común. Sin cuarta pared, bucean en la complejidad del alma humana, cruzan lo individual con lo social, interpelan y no son en absoluto condescendientes con los espectadores. 

Parte de una serie titulada “Experiencia” junto a otros dos materiales dirigidos por Veronese, La persona deprimida aborda la enfermedad de la depresión desde un costado novedoso, ya que pone el acento en el egoísmo de quien la padece. Es la segunda vez que Onetto transita el imaginario del escritor estadounidense: en 2018 actuó en En lo alto para siempre, inspirada en su obra, en el Teatro Nacional Cervantes. Por su parte, Potestad corre a Onetto de su habitual tendencia naturalista. El clásico nacional sobre la apropiación de niños toma herramientas del teatro noh y es por primera vez protagonizado por una mujer. Un tercer trabajo de la actriz en la cartelera porteña es Valeria radioactiva, con dirección de Javier Daulte (martes a las 20.30 en Espacio Callejón, Humahuaca 3759).

--¿Siente que está en un momento de reconocimiento como actriz de teatro?

 

--Siento el reconocimiento en las personas que me están convocando. Con Briski es mi primera vez, con Veronese la cuarta, con Daulte la sexta. Un actor o actriz es resultado de quién lo ha mirado. No es menor que te mire alguien inteligente, sensible, con ganas de riesgo y experimentación, que ser mirada por personas que quieran armar una puesta, confían en tu eficacia y no va a haber mucho más. Tengo ansias de por dónde voy a seguir evolucionando. Es mi disfrute. Me embolan un poco los actores que no están en ese trip. Es un gran trip: me da satisfacción, una especie de respeto hacia mí misma por estar buscando eso. Si estás ejerciendo un trabajo creativo es imposible no estar ahí. Si no, ¿qué es actuar? Sería como ir a la oficina.

 

--Da la sensación de que en su trabajo plasma la definición del libro Free Play (de Stephen Nachmanovitch): el artista como alguien que bucea en su inconsciente y lo pone al servicio del inconsciente colectivo. ¿Lo vive así? ¿Cómo se conjuga esto con la técnica?

 

--Antes de entrar al Sportivo era una persona con un desborde emocional. La otra vez me hacían una carta natal y por primera vez me dijeron la cantidad de agua que había. Desde pequeña expresé mis frustraciones a través del agua que salía de mis ojos. Y esa situación de campo emocional tan a mano se mantiene en mí. En el Sportivo entendí que en la repetición, en la práctica de la actuación hay que generar estrategias técnicas para que eso no sean momentos catárticos que a nadie le van a interesar. Que el actor debe generar una emoción pero a la vez un campo imaginario, decidiendo cuándo expone su campo emocional y cuándo se lo guarda. Insisto en la importancia de quién te señala por donde están tus problemas. Desde La mujer sin cabeza (película de Lucrecia Martel, de 2008) el trabajo sobre el cuerpo empezó a ser una prioridad para mí. Cada vez más. Estoy disfrutando de hacer una actividad física todos los días y de que el cuerpo esté poroso para transmitir. La actuación produce una emoción estética; el cuerpo la transmite: tus colores, sonidos, formas tienen que estar acordes a lo que querés generar. Me impactan los actores que actúan del cuello para arriba, sin ninguna decisión física.

--¿Qué es lo que tuvo que trabajar en La mujer sin cabeza?

 

--Me señalaron muchos problemas en mi andar. Lucrecia me puso una profesora de yoga que me enseñó a caminar, porque lo hacía de manera descuidada. Los actores podemos tener resistencias y divismos, y me parece que es al revés: es una oportunidad que nos miren ciertos directores para salir de nuestra zona de comodidad. Muchas veces el público, fascinado con un actor o actriz, no le pide nada. El actor levanta un dedo y ya consigue una carcajada o aplauso. Se arma algo que no conviene ni al actor ni al espectador. 

 

--Los unipersonales que está haciendo no son condescendientes con el público.

 

--Son fuertes. El verbo que siempre me sale es arder, una idea de intensidad, aunque no esté para afuera. Potestad es un trabajo hacia adentro, retenido, pero con una bomba que late en sus textos, con un Briski en un estado de potencia creativa enorme, planteándome propuestas completamente contra mi naturaleza y forma de actuar. La persona… replantea algo sobre la depresión, que puede afectar a alguien muy tomado por sí mismo que no puede reconocer a otro. También está la idea de que esta enfermedad tan común es producto de una forma de vida a veces hipócrita: te deprimís porque considerás que tus vulnerabilidades son debilidades, entonces no te las permitís. Te deprimís por enormes razones, porque te quedaste sin trabajo, porque no te quieren más, por tragedias que pudiste haber vivido… pero también porque la sociedad no recibe la vulnerabilidad. 

 

--¿Cómo es eso?

 

--Hoy leía una nota sobre Brad Pitt donde habla de su separación de Angelina Jolie y lo vinculado que estuvo al alcohol. Habla mucho de que se habilitó la idea de ser vulnerable. Separó lo vulnerable de lo débil. Me pareció enorme como movimiento sobre todo en un hombre. En estos tiempos veo muchas imposibilidades de vulnerabilidad, cuando es tan interesante ver a una persona pensándose, reconociéndose con límites, teniendo que inventar cosas para resolverlos… en estas obras sus autores exponen sus vulnerabilidades. No tienen certezas. Veronese está pensando en si tenemos empatía, generosidad, compasión. Potestad asume la idea de que la humanidad es compleja. No estoy interesada en las certezas. Soy alguien con ánimo de transformación de mí misma. No soporto las jactancias, la fanfarronería. Quiero estar cada vez más lejos de esas personas. Me desesperan. Hay gente que quiero mucho y que he respetado, en lugares sentenciosos, decretando cosas. 

 

--Otra coincidencia entre Potestad y La persona… es su capacidad para interpelar al público. A lo mejor en esto influye el hecho de que sean unipersonales que comunican con él directamente, sin cuarta pared.

 

--Claro. Nunca había actuado sola. Tiene muchas novedades y responsabilidades. A veces escucho espectadores que no saben bien lo que vivieron, diciendo que algo han vivido, que se han movilizado. No lo pueden nombrar totalmente. Han vivido una emoción estética. Eso siempre me entusiasma en relación a cómo se sigan vinculando con el teatro. Hay mucha discusión de si el arte cambia algo o no. Creo que sí. Tarda, seguramente. No sé si me van a seguir tocando textos así más adelante, ojalá. Obras peligrosas o vueltas peligrosas por un director o actor, en términos de que no estés tranquilo. Que estés interpelado y a la vez disfrutando. 

 

--¿Hace falta un equilibrio entre el drama y el humor? 

 

--Sí, es un plomo si no. El mejor humor es el del sobreviviente: pasé por esto, me desprendí y puedo bromear con estas situaciones. Hay situaciones en las que uno no puede o no quiere bromear, que también está bien. Está bien asumir el dolor. A veces lo tenés tan tapado… Y cuando uno se relaja un poco y dice “me dolió esto que pasó, esta contestación, este ninguneo, esto que se terminó”, ahí recién empiezan a aparecer pensamientos que permiten superarlo. Si no ves resoluciones negadoras de las cosas, evasiones.

 

--¿Esta sociedad no se permite el dolor?

 

--Creo que da mucha felicidad cuando con un amigo o terapeuta encontrás el nombre de lo que te pasa. Me pasó cuando encontré el nombre en zonas donde tuve muchas situaciones frustrantes, como en el campo de lo amoroso. Tiene que haber voluntad de indagación. A veces no hay confianza en que en esa indagación algo va a aparecer. Entonces mejor me olvido. Yo he sido a veces exagerada en mi zambullirme a asuntos, pero el autoconocimiento es la base de una evolución interesante, de que te vuelvan a pasar cosas y superes problemas. De que no quedes ahí con eso fijo sin haberlo pensado un poco más. En Foster Wallace veo a alguien muy auténtico, que busca decir la verdad. Con honestidad intelectual, genuino, con transparencia hacia el otro. Estoy muy interesada en la verdad. Y si no tengo algo para decir prefiero hacer silencio. Estoy harta de la careteada. De la mía, de verla en los demás. Es agotador. Estar un rato con una persona que en vez de hablar va a hacer ruido con lo que diga. No solo no está diciendo nada por lo que esté mínimamente atravesado sino que está suponiendo que creo en eso. No soy una persona tan radical como para andar desnudando esas situaciones, pero me dan ganas.

 

 

--¿Ha estado deprimida?

--Tuve una madre depresiva, a la que se le murió el marido y le cambió la vida. Se replegó y miró de una manera distante a sus hijas. Mis modelos vinculares han tenido que ver con ese lugar que conocía tanto, que era estar al lado de alguien de un nivel de ombliguismo enorme, para simplificar. He querido estimular al otro o la otra con asuntos, hacer más cosas, pensar, etcétera. Mi madre me decía: “yo no me quiero levantar de la cama, acá estoy bien”. En un momento yo estaba en una relación, muy deseosa de que pasaran más cosas, de dar. Y vi que eso tenía un límite. Que a esa persona no le interesaba, no quería ya recibir… me acuerdo de que pensé: ¿a quién le puedo dar todo esto que tengo para dar? Me lo voy a dar un poco a mí. Es lo que plantea La persona deprimida, cuando una amiga le dice al personaje que una manera de honrar a su psiquiatra es que ella sea para sí misma una buena amiga. Fui entendiendo eso, a fuerza de una situación en la que no critiqué la soledad. Empezás a disfrutarla y ver qué cosas interesantes podés hacer. Hay que inventar. Para inventar hay que estar en una nada. No estoy en pareja pero pienso que cuando aparezca alguien va a tener que ver con algo de lo que estoy pensando. Está tardando en aparecer, pero tengo confianza de que estos movimientos producen consecuencias.

 

--¿Era un momento en que estaba deprimida?

 

--Una sola vez me deprimí. Atravesé ese momento comprendiendo que ninguna de las personas que tenía a mi alrededor me podía decir algo que me viniera bien. Y no quería esconder mi estado con medicación. Quería entender por qué estaba así. Decidí atravesarlo sola. No hice como el personaje que pide ayuda. La única zona que quedó protegida de ese estado fue el teatro. Actuando estaba bien. Estaba mucho dentro de mi casa y me iba observando. Vi que fue una siembra. Un estar acompañándome. Hasta que encontré a un terapeuta que me empezó a ayudar. Fui mi aliada. Me di cuenta de que también me estaba maltratando. Me ayudó unirme a mi cuerpo, a mi materia. De estados de depresión, la gente que no quiere medicarse sale a través de alguna práctica física. El cuerpo genera esos malestares pero también los combate. 

 

 

--¿Cuándo sucedió esto?

--Hace casi diez años. Tenía 43. Estuvo unido a la idea de que me di cuenta de que no quería ser madre. Fue una sorpresa para mí. Tuve un atraso que finalmente no se concretó en nada, pero por primera vez me puse en contacto con la idea de qué pasaría si se concretara. Entendí lo que es el patriarcado: en esas inquietudes sentí soledad, falta de empatía. Fue una situación bisagra. Pensé mucho en lo amoroso, en qué significaba una pareja en relación a la existencia. Sigue siendo una situación anhelada. Pero había quedado muy relegada la idea de lo recíproco. Yo era una máquina de sostener. Hay gente amorosa, encantadora, que no te da ni medio o que va media canuta, mezquinando. Y otros al revés. La generosidad, lo recíproco, es una virtud my importante. Tardé mucho en encontrar el nombre a lo que estaba reclamando: reciprocidad.

Comprender la angustia del vivir

 

María Onetto se formó en un hogar donde su hermana estudió Psicología. "Actualmente es psicoanalista y eso me estimuló para que yo hiciera la carrera", cuenta. "Hago psicoanálisis hace mucho tiempo; ha hecho mucho por mi camino personal. Mi formación universitaria me ayudó a tener un vínculo más habilitado con lo textual, la lectura, la comprensión. Muchos conceptos que aparecen en La persona deprimida los conozco de haberlos estudiado, de haberlos escuchado en mi hermana y haberlos vivido. Me recibí muy joven. Simplemente fue una comprobación de cierto deseo de comprender algo de la angustia del vivir, y de cómo el psicoanálisis se hace cargo de nombrar, profundizar y es la gran manera de superar esas angustias. En este trabajo me sirvió, pero casualmente estábamos interesados en que el material tuviera una circulación por gente no necesariamente influenciada por el psicoanálisis".