El crítico literario “más famoso de Estados Unidos” encarnó una forma de ser y estar en el mundo que reunía tres nombres en una sola actividad: enseñanza, lectura y escritura. El autor de El canon occidental –que dio su última clase en la Universidad de Yale el jueves pasado- nunca se retiró. Harold Bloom –que murió a los 89 años en New Haven (Estados Unidos)- vivió hasta el final con el entusiasmo y la vitalidad que lo caracterizaban, a pesar de una salud más bien frágil, preconizando el placer de leer por leer y de leer en orden, en una suerte de “cruzada” literaria en la que postula un canon occidental de obras, donde imperan los escritores anglosajones. Polemizó una y mil veces contra a aquellos que, según él, subsumían la literatura a la política, en su forma de estudios culturales, de género o de raza, corrientes marxistas, estructuralistas, poscolonialistas, multiculturalistas o feministas a las que bautizó como “la escuela del resentimiento”.

El hombre que elevó los nombres de William Shakespeare –a quien declaró como un “Dios”- y Franz Kafka al podio del canon de la literatura occidental nació en Nueva York en 1930. La figura de Bloom no deja de ser fascinante y a la vez problemática: él mismo se construyó como “el crítico literario por antonomasia”, el que parecía haberlo leído todo, la “voz autorizada” del “mundo erudito” para decidir quién debía estar en su controvertido canon de 26 escritores, en los que hay solo tres mujeres: Emily Dickinson, Jane Austen y Virginia Woolf; y tres escritores en lengua española: Borges, Cervantes y Neruda. “Nos hizo teatrales, incluso si nunca hemos asistido a una representación suya ni leído ninguna de sus obras”, escribió en Shakespeare. La invención de lo humano (Anagrama, 2002) para refrendar su pasión por el dramaturgo y poeta inglés, de quien dijo en El canon occidental que “sigue siendo el escritor más original”. Bloom era un devoto shakespeareano. “La lengua inglesa y el ser humano han sido moldeados por Shakespeare”, afirmaba.

Para Bloom, un crítico literario debe tener “un profundo conocimiento de la filología, del griego y del latín, del provenzal y del hebreo, además de las lenguas romances, y la historia del idioma inglés”. “Le digo a mis alumnos que se aíslen cuando un poema o un pasaje de prosa los encuentre o los enaltezca hasta el conocimiento, y lean en voz alta, canten hasta que lo posean, lo hagan suyo de memoria. Ese es el verdadero conocimiento en el campo de la literatura. La memoria es en verdad la madre de las musas. Nunca he escrito un poema porque no puedo olvidar que yo mismo soy una encarnación de la memoria”, explicaba en una entrevista con El País de España en 2014.

Al autor de Cómo leer y por qué y La angustia de la influencia no le parecía que en la literatura contemporánea en lengua inglesa, en español, en catalán, en francés, en italiano y en lenguas eslavas haya nada radicalmente nuevo. “No hay grandes poetas como Paul Valéry, Georg Trakl, Giuseppe Ungaretti y mi predilecto entre los españoles, Luis Cernuda, o novelistas como Marcel Proust, James Joyce, Franz Kafka y Beckett, el último de la gran estirpe. Borges era fascinante, pero no un creador”, comparaba Bloom, que no cerró la puerta de la canonización a Roberto Bolaño, con el que mantuvo correspondencia. “Hay algo ahí, ya veremos. Tuvimos nuestras diferencias, aunque dijo que ejercí influencia sobre él. Algunos de los poetas sudamericanos son muy vigorosos, ése que es incluso mayor que yo, Nicanor Parra. Y Vallejo es un poeta notable. Y, por supuesto, Octavio Paz, un escritor muy vigoroso tanto en prosa como en verso, y un amigo muy querido”.

En 2017 dio una videoconferencia en el marco de la Red de Festivales Shakespeare Argentina. Cuando le preguntaron cómo se llevaba con las redes sociales, reconoció que le resultaba “muy difícil” la era digital. “Me siento un dinosaurio. En algún momento me llamaron bloomosaurio”, agregó el crítico literario, que no esquivó la coyuntura política encabezada por Donald Trump: “En mi país se está viviendo una especie de apocalipsis. Tenemos un monstruo como presidente, un anticristo, una bestia del mal. Hoy estamos todos en una suerte de ocaso; espero que le suceda un nuevo amanecer”.