Había pasado un rato del comienzo de los talleres el sábado por la tarde y ya había tres salones abarrotados en el conversatorio (así le puso la Comisión Organizadora del Encuentro) sobre “Escraches, formas de visibilizar la violencia machista”. Entrar era imposible. La cuarta comisión se formó espontáneamente. En unos 15 minutos volvió a desbordar el salón. “Ahora es el único tema que me parece urgente”, dijo Zoe, una de las primeras en tomar la palabra en un espacio que en los hechos fue un taller. Y esa es la primera de las conclusiones escritas al día siguiente: “Cambiar la categoría conversatorio a taller en el próximo EPMLTTIBNB”.

El eje fue esta práctica que se hizo poderosa en las redes sociales pero también en el boca a boca, en la forma que muchas tuvieron de hacer visible aquello que durante mucho tiempo se calló por temor, porque también quienes lo sufrieron habían naturalizado la violencia, porque las cosas “eran así” y la denuncia pública de Thelma Fardín acompañada por el colectivo de Actrices Argentinas, en diciembre de 2018, significó también develar, habilitar, registrar, volver a nombrar, des-naturalizar. En los dos días del taller surgieron dudas, cuestionamientos, repreguntas y sobre todo, la necesidad de acompañar a quienes fueron violentadas, la convicción de romper el pacto de silencio que perpetúa las jerarquías.

“Veníamos compartiendo la difusión de los escraches a full y también lo hicimos con un amigo nuestro”, contó una de las chicas que llegó desde Córdoba y abrió esa puerta. “Claramente hay que hablar de esto”, dijo otra, en otro momento, en relación a la amplia cantidad de conflictos y claroscuros que se generan. “Si no caemos en el lugar de alejar al monstruo y aislarlo”, agregó la misma. “Al chabón hoy lo veo más como una víctima de una construcción cultural”, se escuchó. Cada vez que se tomaba la palabra, se sumaban capas de experiencias, convicciones, dudas, preguntas.

“Me parece que hay que pensar más allá del escrache”, planteó otra asistente. “No para ponerse en protectores del victimario pero ¿qué hacer con esos chabones? Que pueden ser nuestros amigos… ¿Cuál queremos que sea el efecto del escrache?”. Más tarde, otra voz sumó “que los varones tengan que reformatearse y que nosotras sepamos que siempre hay una compañera para acudir”.

Las historias no se contaron con detalle, al menos en esa primera tarde, pero sí se fueron amalgamando. “Cuando hubo un escrache, fue muerte civil para el denunciado. Es muy efectivo. Muchas veces una hace un escrache y recibe denuncias por calumnias e injurias”, dijo la compañera, quien refirió a la tensión entre los escraches y las lógicas de las instituciones. Era de Santiago del Estero y hablaba de una experiencia concreta. Preguntó: “¿Qué hacemos con las instituciones?”.

Tomó la palabra Renata: “¿Tenemos que resolver todo? No sabemos qué va a pasar con la persona escrachada, la contradicción es entre escrachar y callar”, planteó su certeza. “Para mí lo importante es acompañara a la compañera. Los protocolos son una cagada porque te vuelve a poner en un lugar pasivo, y en general queda en la nada”, siguió y consideró que “el escrache abre el debate, contar lo que nos pasó”. Para otra compañera, “echar (a quien abusó de una institución) también es una enseñanza, decir que acá no se acepta a un abusador, más allá de que haya otros”.

Los argumentos se sucedían, al ritmo de las preguntas, mientras otras seguían entrando en el salón. “A mí lo que más me resuena es que el escrache está buenísimo, es una punta de la flecha, pero necesita algo que lo sostenga, no me copa la idea de maternar a nadie y los hombres tampoco se están preguntando nada”, arrancó una participante.

Los relatos, las opiniones y las preguntas iban entramando miradas distintas. En esas primeras horas de taller la experiencia personal sobrevoló sin terminar de expresarse. “No tenemos que andar explicándoles a los chabones cómo son las cosas, no tenemos que ser mamás de nadie. Pero soy docente también, y me gustaría encontrar una solución. Me preocupa el futuro y cómo generar otras realidades”, dijo una asistente. Al día siguiente, el domingo, la presencia de la madre de un estudiante secundario escrachado hizo escalar la tensión. La mujer, que se definió como feminista, planteó que no lograba ver el abuso en las publicaciones que circularon sobre su hijo. En la misma sala había estudiantes secundarias que habían ido a plantear sus necesidades y también reflexionar, chicas que encontraron en el escrache la manera de hacer visibles las jerarquías, las violencias hasta ahora innombradas.

“Los escraches fueron algo importantísimo que pasó, y pasa todavía. La herramienta del hablar es válida y sanadora. Desde la ESI aún no se abordan herramientas de defensa colectiva”, fue otra posición que se lanzó a la consideración colectiva. Matizada con preguntas: “Aislar al victimario, lo pongo entre preguntas”, fue una de esos matices. “Me gustaría pensarnos como resultado de una construcción social”, planteó otra. La circulación de la palabra fluyó, y fue ensamblando ideas, propuestas, mucho más que testimonios. “¿Qué pasa si mi mejor amigo se zarpó? ¿No lo veo nunca más?”, lanzó como pregunta una de las jóvenes, que también planteó que le daba “vergüenza que alguna de ustedes piense que estoy queriendo defender a violines por esto que estoy diciendo”.

La pregunta sobre los “chabones que son amigos” se repitió en distintas participantes. Había jóvenes, chicas que contaron sus experiencias en la Universidad o en grupos de amigues mixtos. “Las soluciones no son buenas ni siquiera cuando funcionan”, dejó como tema a pensar otra docente. Y consideró que “los pibes siguen creciendo en este mundo y las pibas siguen teniendo miedo”.

Las palabras pusieron en común reflexiones, opiniones, desacuerdos y preguntas, muchas preguntas. El recuerdo de la práctica que promovió Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.) en los 90, porque “si no hay justicia, hay escrache”, se hizo presente incluso en quienes llegaron con ganas de repensar hasta dónde esa práctica reproduce formas punitivas, para quienes plantearon sus dudas.

El domingo a la tarde fue el momento de elaborar conclusiones, como cada año. “Que el escrache exponga al victimario y no a las víctimas”, fue una de las puestas en común, como así también el reclamo por el efectivo funcionamiento de la Educación Sexual Integral, donde se hable de consentimiento y abuso.

 

“Hay victimarios impunes resguardados en el silencio de la sociedad. El escrache como herramienta para construir una sociedad que no les enseñe a los varones a violar y a las mujeres y minorías sociales, disidencias, a cuidarse, respetarse, valorarse”, es una de las conclusiones que pudieron tramar juntes en un taller –lo fue más allá de la denominación oficial- donde la urgencia de los hechos se plasmó en una reflexión colectiva.