Los seis competidores habrán repasado su desempeño en el primer debate presidencial . Tres trataron claramente de “reperfilar”: Mauricio Macri , Roberto Lavagna , Juan José Gómez Centurión . Habían estado flojos “técnicamente” una semana atrás, los dos primeros mejoraron.

Alberto Fernández, José Luis Espert y Nicolás del Caño, que habían cumplido con sus diferentes metas, subrayaron el perfil presentado.

Este cronista se repite; el debate no es un como un partido de fútbol o una elección. No deja un resultado cuantificado, final. Ni acabó ayer a las once y cuarto de la noche. Se prorrogará en editados a menudo capciosos o parciales, polémicas en redes sociales, subrayados de momentos límite. Visto como unidad, el segundo encuentro resultó más parejo que el primero en el que descolló Fernández, titubeó el presidente, Gómez Centurión se excedía en el tiempo y Lavagna parecía lento para desarrollar sus posturas.

A título de opinión escrita contrarreloj.

Macri cumplió en polarizar permanente contra “ellos” (el vocativo que más usó para cuestionar al peronismo) y en acusar directamente a Fernández. En victimizarse, especialidad de la casa.

Fernández reaccionó de volea ante ciertas críticas adecuando su discurso: fue contundente enumerando datos de la gestión M.

Lavagna consiguió encajar razonamientos elaborados en particular al hablar sobre economía.

Del Caño y Espert portan ideologías claras, las expresaron con firmeza, interpelando tal vez en exceso a los muy convencidos. Gómez Centurión necesitará mejor coaching si es que llega a conseguir otra oportunidad.

Como en los combates de box que se definen por puntos, desde todos los rincones elevarán los brazos de su púgil cual si hubiera noqueado a los demás aunque posiblemente la abrumadora mayoría de la audiencia de ayer (u otres que se sumarán en días venideros) no habrá modificado ni repensado su voto.

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El ejercicio tuvo pimienta pese a estar encorsetado por las reglas rígidas: hubo acusaciones y reproches. Algunas señales, contados anuncios. Si el afán de Macri era dar vuelta la historia, parece haber fracasado. Si era mostrar enjundia, lo consiguió. Algo similar a su último tramo de campaña, más enderezado a mejorar la autoestima que a sumar nuevas adhesiones.

El presidente insertó todos los títulos o tips que la cadena oficial de medios privados propagará hasta el domingo 27. Comenzó con “la efedrina”. Siguió con la corrupción, Lázaro Báez. Hasta se ingenió para “colar” al presidente venezolano Nicolás Maduro en el espacio dedicado a la calidad institucional y el federalismo. Macaneó de lo lindo en cifras sobre economía y obra pública. Se ufanó falazmente de haber conseguido una merma record de la pobreza interrumpido por la “crisis de abril de 2018” cuyas causas o motivos ni siquiera insinuó. Mintió respecto de la autopsia realizada a Santiago Maldonado.

En los instantes finales vaticinó que habrá segunda vuelta y sobrevaloró las movilizaciones masivas de su núcleo duro. No brotaron de sus labios las palabras “derechos”, “trabajadores” o alusiones al Fondo Monetario Internacional. Prometió reducir la actualización de los créditos hipotecarios UVA para enero de 2020, esto es si gana.

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Fernández fue asediado por Macri, Gómez Centurión y Espert, quien le hizo una pregunta directa, cual si fuera movilero de Macri. Anunció la creación del Ministerio de Vivienda y de un Consejo de Seguridad con integrantes de la sociedad civil. Destacó la necesidad de crecer, fustigó “la uberización de la economía macrista”. Si el debate hubiera sido un combate de box se habría alzado con el último round porque se dirigió a todos los argentinos prometiendo y señalando un rumbo común y no solo a quienes acuden a sus marchas, como Macri. Habló como posible representante de toda la ciudadanía, el rol del presidente.

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Lavagna se lució al prescribir que el crecimiento, la generación de empleo y la reactivación de la capacidad ociosa preceden a los equilibrios fiscales o a otros objetivos económicos. Se afirmó en su terreno aunque no plasmó una tercera posición porque quedó mucho más cerca de Fernández que de Macri. En materia de Seguridad se diferenció de la “mano dura” (macrista, se infiere) y de la “mano fláccida” (peronista) pero, raro para él, quedó a nivel de slogan.

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Del Caño enarboló banderas contra la explotación minera, la represión en Chile, desempolvó una clásica demanda de la izquierda: la Asamblea Constituyente, que en nuestro sistema requiere muchos más votos y bancas que las del FIT-Unidad.

Espert dio cátedra de neoliberalismo recalentado, bregando para suprimir la coparticipación federal (creando, de facto, una Confederación), los sindicatos, las convenciones colectivas. Amenazó con encarcelar a los piqueteros. Engrosó con Juan Grabois su lista negra iniciada el domingo 20 con Hugo Moyano y Roberto Baradel.

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Cada cual atendió su juego. Macri se especializó en denuncias de corrupción (ajena). Frente a los datos de cierres de PyMEs, desempleo, pobreza, indigencia y hambre eligió la gambeta o tirar la pelota a la tribuna. Como recurso en el set de TV, pudo ser astuto. Como método para recuperar la legitimidad de ejercicio perdida... hummm.

Fernández ironizó sobre las alusiones a su “dedito” acusador versus los índices que desnudan el fracaso del Gobierno, Sin hacer alharaca, intentó blandirlo menos.

En menos de una semana la ciudadanía votará. Posiblemente prevalecerán las evaluaciones sobre su vida, sus derechos, su trabajo por encima de la esgrima verbal. Más de un 85 por ciento, acaso un 90 por ciento de los votos se repartirán entre dos fórmulas. Los otros cuatro candidatos quizás se conformarían con repetir los porcentajes alcanzados en las Primarias Abiertas (PASO) o mejorarlos un cachito. Con tan poca espera por delante, es sensato resistir la tentación, entre arrogante y timbera, de hacer más vaticinios.

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