Para Irina

£ Si bien caminar es una sugerencia de especialistas para estar saludables, no sólo es un ejercicio resistido (¿por qué razones será, más allá del cliché de la vagancia?) sino también uno de los cuales ignoramos profundamente sus alcances.

Es que salir a caminar es arrancarse a lo quieto. Es desabrojarse con crujidos del familiar estado de sedentarismo que nos somete a una sensación muy particular que bien podríamos llamar de "estar muerto en vida". Porque hay una muerte de la que nada podemos saber (el enigma del corte del hilo de la vida) pero hay otra muerte de la que sí tenemos experiencia: es la muerte "dentro" de la vida, porque esa sí alcanzamos a sentirla. Se trata de esa inercia al cero de movimiento que no puede percibirse como placer porque, justamente, perdió el límite: horas hundidos en sofás, horizontales al ras de la tierra sólo amarrados a un control remoto de televisor o teléfono, tumbados por nuestro propio peso y reducidos a la debilidad de su fuerza. Pero si, de pronto, logramos salir a caminar ganamos la sensación de triunfo sobre la pesadez de la ley de gravedad. Es que caminando se inicia "al" movimiento (como quien dijo: "se rompe al habla"). Así, caminando se rompe o se fuerza una prohibición caída sobre el cuerpo pero sin ir contra la ley que lo organiza en sus momentos de pesadez y de liviandad (¡Extra-ordinaria transformación!). Es por eso que caminando se piensa distinto y se sana. El funcionamiento de la ideación mental se modifica. Las ideas se desordenan como en manos de un malabarista y maniobran cualquier rumbo. Así, ninguna idea pesa demasiado porque se aligeran sus fijezas. Se conectan de inesperados modos no solo imágenes obsesivas, sino también recuerdos insistentes, preocupaciones atornilladas y fantasías monocordes, bajo el nuevo impulso generado por el ritmo físico del caminar. El trabajo muscular es uno de los contados recursos que logra el inmenso giro de derivar el sadismo pulsional hacia el afuera, liberándonos de su transformación en masoquismo en nuestro interior. De ahí el gran bienestar de los caminantes, que no podría reducirse sólo a la liberación de dopamina. Sin desconocer la dimensión del quimismo pulsional, no me cabe duda de que las peregrinaciones de los creyentes expían desde el Medioevo hasta nuestros días sentimientos de culpa, redenciones sagradas y reconciliaciones religiosas porque son extensas caminatas.

Caminando la relación con el paisaje modifica el entorno que guardamos dentro (o sea, cambió mi interior) porque son las cosas las que entran en traslación por nuestros pasos, bancos de plazas, casas, árboles encarnan el movimiento de otro modo imperceptible de rotación del mundo. Caminar es ir hacia un lugar que en realidad sólo es cada paso nuestro. Es ir hacia el lugar donde nos va llevando ese mismo empuje. Caminar es tener el cuerpo por el lugar hacia el cual nos dirigimos. Esa conexión inusitada con el movimiento de rotación de del planeta es una creación genial del cuerpo en los viajes (donde evidentemente caminamos mucho más que en las ciudades en las que vivimos).

Por algo será que las bellas top-models se muestran en movimiento, caminan y no permanecen sentadas; igual que la garota de Ipanema, quieta en la arena no hubiera jamás inspirado un amor, que viene y que pasa…

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