A mi amigo el poeta Miguel Angel Federik

Apegada a mis brazos como una enredadera, escribió a los 18 años Pablo Neruda para siempre y esto lo repito para aquellos que lo han denostado en su vida y perseguido no políticamente sino por envidia, como para respirarle con veneno ese aire que siempre respiró libremente y con todo derecho.

Pero allá él y sus versos que sabrán defenderse solos. Es uno el que no tiene quien lo defienda. Apenas el sol cae se siente más protegido, pero es un embeleco que inventan en mi barrio, porque yo estoy a 130 kilómetros de aquellos soles rodadores, de aquel puñado de casas que, como aseveró Cesare Pavese para siempre, son cinco techos miserables junto a una carretera provincial pero definitivamente mío y mientras yo piense en ellos nada malo podrá pasarme. Como aquella guardabarrera que se llamó Ana Zarza. Y escribo su nombre para que el polvo del olvido no se aposente en él.

Acá escribo sobre el recuerdo de otros porque no estoy seguro de que sea verdadero. ¿Acaso un escritor no funda un mito como quería el Gran Piamontés? Ahora que hace frío, mucho frío pero yo conservo la vieja frazada de mi abuela que está sobre mi cuerpo y ya cruzó el Atlántico, pero no están las manos de mi madre, aquellas que me arropaban en las noches crueles donde ni el grito agorero de las lechuzas de media noche se animabán a gritar sobre el patio de luna de plata de mi casa, donde perdí todos, absolutamente todos los recuerdos hasta el más íntimo y sueño a veces de la calidez de la entrepierna que uno amó hasta el delirio, donde todo terminaba en una hazaña que nos protegió de todo.

Mi amigo Miguel el Montielero suele decir "mi mujer, sin saber en verdad cuanto de verdad guardan estas palabras" y sin embargo yo lo prefiero con un gran vaso de vino recitando Cuando baje el Gualeguay, uno de sus grandes poemas, donde juega entera sus virilidad puesta sobre mi mano cuando estoy solo y lo extraño y quisiera estar hablando con él del gran Juan L. Ortiz que nos puso en contacto en aquella juventud que ya parece cuento y me digo que me encantaría saludarlo con un gran abrazo, a él allá en su viejo Villaguay con su verdor en ciernes y yo que lo espero debajo de estos fresnos de mi pueblo para decirle que debemos hablar de muchas cosas, compañero del alma, tan temprano en esta noche rosarina que no nos puede abarcar y que sin embargo es alta como un abrazo que nos debemos.

Y en sueños oigo su voz, recitando con voz clara "Cuando baje el Galeguay, cuando baje". Un alto poema que todos debieran leer, comenzando por aquella guardabarrera rubia de mi infancia.

"Cuando baje el Gualeguay…"

Seremos otra vez muchas cosas compañero del alma, compañero.

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