Desde Madrid

Pocos o ninguno se hubieran imaginado el escenario político en el que se llega a estas elecciones generales en España, las segundas en menos de siete meses. La agudización del conflicto catalán derivado de la sentencia a los líderes independentistas y el hartazgo de la sociedad por el bloqueo político han arrollado el marketing electoral y las aspiraciones políticas de la dirigencia española, arrojando un resultado en el que se perfilan claros ganadores y perdedores.
Este domingo por la noche se sabrá si la apuesta de Pedro Sánchez para mejorar sus resultados en una segunda cita electoral resultó acertada o no. Las encuestas muestran que el PSOE perdió el aura ganadora, y podría obtener el mismo resultado de abril, o menor. Unos 120 diputados que lo dejarían lejos de los 176 necesarios para formar Gobierno sin necesidad de pactos.
En una reciente entrevista al diario El País, el líder socialista dijo que todo lo que se estaba viviendo en Cataluña estaba previsto, y que eran conscientes de “la respuesta política” que tendría en la calle la sentencia a los líderes catalanes. Es curioso que Sánchez lo haya tenido en cuenta porque desde el día en que se publicó el fallo, su Gobierno ha estado bajo extrema presión. Por un lado, le ha obligado a administrar con muchísimo tacto las manifestaciones legítimas de cientos de miles de catalanes enojados con la sentencia, y la deriva beligerante del Gobierno catalán, liderado por el independentista Quim Torra. Por otro, el pulso soberanista y las imágenes diarias de barricadas de fuego en la televisión nacional, reabrieron la discusión sobre el modelo territorial del país ibérico. Esta semana, el único debate entre los principales candidatos a presidente abordó un bloque exclusivamente para esta materia. Entre las propuestas que circularon, el líder del partido ultranacionalista Vox, Santiago Abascal, llamó a terminar con los Gobiernos autonómicos y retomar el régimen de administración unitaria, cuyo último antecedente son los Ejecutivos de transición y la dictadura franquista.
De los debates del mes de abril en los que el PSOE hablaba cómodamente de políticas progresistas y propuestas para acabar con la violencia machista, se pasó a una discusión crispada sobre la unión territorial de España y los reclamos soberanistas. Una problemática que ha puesto en crisis al país y a Gobiernos, tanto de izquierda como de derecha, durante las últimas cuatro décadas. En este sentido, parece más probable que Sánchez no hubiera calibrado bien las consecuencias de avanzar hacia unas nuevas elecciones, cuya campaña estaría marcada por la sentencia a los líderes catalanes.
En cualquier caso, el líder socialista ha dicho que el conflicto en Cataluña ha dejado en evidencia que su posición sobre no depender de las fuerzas independentistas para formar Gobierno era correcta. Una opción que alentaba Pablo Iglesias, de Unidas Podemos, con su llamado a una coalición apoyada por la fuerza soberanista Esquerra Republicana de Catalunya. El problema es que los sondeos electorales dejan a Sánchez ante la misma encerrona de abril: que el Partido Popular y Ciudadanos se abstengan, o que Unidas Podemos y Esquerra Republicana de Catalunya le den su apoyo.
La contracara de esta incógnita, es el resurgimiento del Partido Popular, y el avance escalofriante de Vox, que podría convertirse en la tercera fuerza política. Aprovechándose de la violencia en Barcelona, y las amenazas del líder catalán Quim Torra de buscar la independencia de Cataluña, el Partido Popular y Vox se han vendido al electorado como la salvaguarda de la unión española.
El líder popular, Pablo Casado, ha dejado de llamar traidor a Sánchez y de pedir la intervención indefinida del gobierno catalán, y ha apostado por reforzar la idea de España y las competencias del Estado español en Cataluña. Un discurso moderado que ha recuperado a los votantes de la derecha identificados con la templanza de Mariano Rajoy, y que desean un gobierno que defienda sus intereses sin incendiar el país. Las encuestas muestran que ese cambio de estrategia podría otorgarle unos treinta diputados más que en abril, situándole como claro líder de la oposición.
Vox, por su parte, no ha cambiado en nada su estrategia. Sigue apostando por detener a Torra, intervenir el Gobierno catalán, ilegalizar los partidos independentistas y poner fin a los Gobiernos autonómicos. Lo que ha cambiado es el contexto, y el miedo amplificado de muchos españoles de perfil nacionalista y conservador a que su país se rompa. En consecuencia, Vox podría pasar de ser la quinta fuerza política a la tercera, duplicando sus diputados en el Congreso. Las proclamas xenófobas contra los migrantes y la negación de la violencia machista de Santiago Abascal que en abril habían movilizado a la izquierda, han pasado a un segundo plano. Muchos electores parecen más preocupados por la unidad de España, que por la suerte de las mujeres y los extranjeros.
Unidas Podemos es la fuerza que menos se ha afectado con esta segunda cita electoral del año, aunque muchos se preguntan si Pablo Iglesias seguirá al frente si el resultado es peor que el de abril. Según las encuestas, el partido morado perdería entre 5 y 7 legisladores, y seguiría siendo la cuarta fuerza en importancia. Su estrategia tampoco ha variado mucho. En el cierre de campaña de este viernes, los morados dijeron que dejarían atrás la disputa con el PSOE y tenderían su mano para formar una coalición. La única variante ha sido sobre Sánchez, a quien le han acusado de virar a la derecha por sus propuestas durante el último debate. Una para ilegalizar los referéndum de independencia en el país, y otra para nombrar a la actual ministra de Economía, una funcionaria de perfil liberal, como Vicepresidenta económica.
La contracara de Unidas Podemos, ha sido Ciudadanos. Del éxito rutilante de abril, pisándole los talones al Partido Popular, la fuerza de Albert Rivera se ha desmoronado. La caída estrepitosa que muestran los sondeos sitúan a su partido como quinta fuerza, perdiendo más de la mitad de los 57 legisladores que consiguió en abril. El jefe de Ciudadanos no ha encontrado la fórmula ganadora en todos estos meses. Su discurso incendiario contra los independentistas ha sido superado por el de Vox; el discurso liberal económico ha caído en desgracia frente a la experiencia del Partido Popular, y sus vaivenes respecto a si apoyar o no un Gobierno del PSOE, le han quitado credibilidad.
En los últimos días, Rivera ha realizado un último intento de campaña prometiendo que su fuerza sería la primera en terminar con el bloqueo político. Es decir, que Ciudadanos podría abstener (como no hizo en la investidura de Sánchez en julio) y permitir un Gobierno del PSOE. Este domingo se sabrá si esa apuesta tendrá algún resultado.
Por último y como novedad, se encuentra Más País. La fuerza que lidera Íñigo Errejón podría ingresar al Congreso con un puñado de diputados. Su peso es menor, pero su discurso podría influenciar el debate entre la izquierda. El el cofundador de Podemos ha criticado a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias por no haberse puesto de acuerdo y forzar unas nuevas elecciones. Después de este domingo, Errejón ha dicho que se pondrá a disposición para formar un gobierno progresista.
En líneas generales, y a pesar de las variaciones que puedan sufrir los sondeos, está claro que el sistema político español y su dirigencia están en crisis. El bipartidismo de los últimos 40 años ha dejado de existir y, en su reemplazo, se ha formado un cuadro con cinco fuerzas estatales de peso. Ya no basta con que el PSOE o el Partido Popular lleguen a conformar una mayoría con el apoyo o la abstención de alguna fuerza de Cataluña o el País Vasco, como han hecho Felipe González, José María Aznar o José Luis Rodríguez Zapatero. Ahora, cualquier resultado que arrojen estas elecciones, volverá a poner a los líderes políticos ante un complejo juego de alianzas y pactos que logre romper el bloqueo político y permita formar Gobierno. Salir de la encrucijada con una tercera cita electoral sería el colmo en un país con un Ejecutivo en funciones, y con el pulso soberanista en Cataluña en su fase más crítica.