Hacer pochoclo y darle pa’delante. Pero el pochoclo esta vez no es para una serie ni una película, sino para seguir la “novela” de la guerra comercial del streaming. Si Disney+ arrancó fuerte sumando 10 millones de suscriptores en un día, cuando la plataforma se lanzó en Estados Unidos (en América latina no está disponible aún), Netflix no se quedó esperando a ver qué pasaba. Al contrario, anunció que su “colaboración” con Nickelodeon se extendía por varios años y para nuevas producciones. Esto significa que, además de algunos espaciales que ya están disponibles en la plataforma (como uno de La vida moderna de Rocko), habrá otros en camino, nuevas series y con toda seguridad disponibilidad de dibujos animados noventosos que ya califican como clásicos de la tv infanto-juvenil.

Hasta allí, la noticia pura y dura. Lo interesante es desgranar un poco el asunto y ver cómo avanzan estos gigantes del entretenimiento audiovisual. Por un lado, Disney Co. lleva varios años buscando modos de ampliar su público objetivo. Sus ejecutivos se cansaron de ser asociados con ratones y princesas. Pero como es muy difícil romper con esa imagen, hicieron lo que hace cualquier potentado: abrieron la billetera y se compraron imágenes hechas. Concretamente, pagaron el equivalente a un desenvolso del FMI por Marvel Comics (y Marvel Studios, claro), y otro tanto por LucasFilms (es decir, por La guerra de las galaxias). Y como nadie domina un mercado quedándose en el molde (y Disney es un multimedio colosal), el siguiente paso de la corporación fue anunciar su propia plataforma de streaming en un ecosistema donde ya existen Amazon Prime, Hulu y, claro, Netflix, que domina ese segmento del mercado.

Lo curioso del acuerdo entre Netflix y Nickelodeon es que puede leerse como una búsqueda de Netflix por hacer el camino inverso al de Disney. En lugar de captar la atención de adolescentes varones y jóvenes adultos, amplía su oferta de programas para niños. Según algunos analistas, los responsables de la plataforma confían en convencer así a los padres de esos niños para que sigan pagando sus diez dólares mensuales por la suscripción y eviten la tentación de los siete que pide la corporación del ratón. A su favor, Disney tiene que ya anunció buena parte de sus estrenos para los próximos años y una videoteca de décadas para ofrecer a sus espectadores. Nickelodeon, en tanto, aporta una estética que renovó la televisión para niños en los ‘90 (aunque el estudio, devenido canal, existe desde hace 40 años).

Mientras vuelan las flores de una oficina a la otra, también hay otro factor a considerar que es el económico. Aunque no se divulgaron cifras, los analistas del sector coinciden en que el aporte de Netflix debe haber sido cuantioso. No sólo porque producir series y películas animadas es caro, sino porque Nickelodeon bien podría haber mantenido su catálogo en exclusiva para otra plataforma digital. Es que –nueva ronda de pochoclos por aquí-, Nickelodeon pertenece en Estados Unidos a Viacom, que está fundiéndose con la cadena CBS, que tiene su propia plataforma de visualización por demanda: CBS All Access. La misma Viacom tiene Pluto TV, un servicio de tv en vivo con más de 18 millones de usuarios. Para algunos analistas, que Nickelodeon aceptara poner su contenido en Netflix no sólo es prueba de que la plataforma pagó generosamente por el acuerdo, sino que también está ansiosa por mantenerse “relevante en la televisión infantil”.

Otro aspecto interesante para pensar el acuerdo de producción es el del negocio de la nostalgia. ¿En qué medida Netflix no evalúa que gran parte de sus suscriptores son jóvenes y adultos que fueron niños o preadolescentes en los ’90? Algunos querrán revivir a Ren & Stimpy, pero otros quizás quieran volver a ver Doug con sus hijos. La “generación Y” traza su corte demográfico entre 1981 y 1996, es decir, entre quienes hoy tienen entre 25 y 38 años. Lo que caracteriza a esta generación es que, por su edad, no son estrictamente nativos digitales pero están muy familiarizados con estas plataformas, acostumbrados a consumir en y a través de ellas, que se identifican por sus consumos culturales y además ya tienen (o se supone que tienen) una estabilidad económica que les permite mantener esos consumos culturales con regularidad. Es decir: son los que pagan por motu propio las suscripciones online. Quizás a ellos les esté hablando Netflix con este acuerdo. Nickelodeon le aportó a esa generación títulos como Ey, Arnold!, Rugrats, Bob Esponja y los ya mencionados La vida moderna de Rocko, Doug y Ren & Stimpy, entre otros. Porque si Disney pudo comprar segmentos de audiencia absorbiendo otras productoras, Netflix busca mostrar que los recuerdos de infancia también tienen su precio.