Al final, como todo, el gobierno de Macri también se termina. La conclusión de este mandato ha generado la alegría de una parte (importante) de la sociedad, pero sobre todo una esperanza que impulsará la tarea de recuperación de lo mucho que se ha perdido en estos cuatro años. Toda esperanza es positiva, necesaria e imprescindible para el trabajo que se avecina y que el presidente Alberto Fernández lleva consigo como una de las responsabilidades más importantes.

Hay por allí un refrán, antiguo como todo proverbio, que asegura que “destruir es fácil, lo difícil es construir con amor”. Sobre este particular, el macrismo lo sabe muy bien y puso en práctica, con marcada eficiencia, la segunda parte de la sentencia. Lo que se inutilizó es mucho y no basta con un chasquido, un deseo e incluso la decisión de recuperar lo perdido. La tarea de reconstruir se prevé compleja, bien cuesta arriba pero no imposible.

La normalización de los parámetros económicos, sobre todo los sociales, implica algo vital y que representa el volver a sentar alrededor de la mesa a todos aquellos que se cayeron del sistema. Eso puede ser uno de los mayores desafíos y logros del proceso político que recomienza. La magnitud del desastre que dejó el macrismo es la expresión del poder que hay detrás de esta fuerza política pero por suerte también es falible y como tal hoy, por ahora, enfrenta un duro proceso de retroceso. Ahora bien, que el tiempo de ese recule se extienda sin solución de continuidad depende mucho del gobierno de les Fernández pero también de las organizaciones políticas, sociales y sindicales hermanadas al peronismo. Las disputas internas son en parte la razón de la llegada de Macri a la Rosada hace cuatro años. Por lo tanto, el margen de error se ha reducido a la mínima expresión pero quién le (nos) quita la alegría de volver a transformar la realidad. Ese es un hermoso misterio que nos acompaña.