Viene de aparecer, editado por Aurelia Rivera Libros, la nouvelle de Marcelo Britos (Rosario 1970) llamada La Rote Kapelle (86 páginas). El título, medio en alemán, literalmente la capilla roja, no puede dejar de recordar a “La Orquesta Roja”, un best seller de los años sesenta-setenta, novela del francés Gilles Perrault, doctorado en ciencias políticas y prolífico escritor de novelas de intriga y espionaje.

El libro se abre con un epígrafe de una poetisa vietnamita que afirma que “el mundo no empezó con palabras sino con dos cuerpos abrazados”. A poco de leer se va encontrando el porqué de semejante epígrafe, tan excéntrico para nosotros, los cristianos, que creemos fervientemente que al principio fue el verbo. La narración presenta un personaje, tío del dicente, un storyteller diríamos ahora, que en una nochebuena le enseña, como la oración contra el mal de ojo que sólo se aprende en tal noche santa, la historia de la orquesta roja y como reaseguro el narrador, un niño que habla en primera persona, recibe un juego de la Segunda Guerra Mundial con soldaditos de plástico, tanto alemanes como “aliados”.

Al cabo de una lectura leve y bastante consciente, si se me preguntara por el tema de esta nouvelle, yo diría que se trata del incesto. El perro, la hermana, los abuelos, la casa, todo parece ejercer sobre el narrador, sucesivamente niño y adolescente, una fuerza centrípeta, atractiva pero siempre perpendicular a su rumbo, que lo mantiene en una órbita sin desvíos que va atravesando los más espesos, densos y oscuros estratos de la perversión familiar; y si esto ya era agobiante, la vez que encuentra una mujer de fuera de casa, “increíblemente rubia” y que “parecía un ángel”, en 1977, una noche de verano, la policía (¿los soldados?) se la lleva.

Con La Rote Kapelle propiamente dicha ocurre como en las películas porno, el lector no deja de preguntarse cuándo comenzará la acción que justifique el título, y bien avanzada la lectura aparece una referencia a Stalin y a Hitler, personajes siempre sujetos a sucesivas y contrarias lealtades y el lector no puede menos que evocar a quien aparece en el sello postal que ilustra la retiración de tapa y contratapa, Harro Schulze -Boysen, militar alemán de una noble familia que integró la orquesta roja, red de espionaje filosoviética en la Alemania nazi, estructurada al margen del partido comunista, formada por espías no profesionales y tremendamente efectiva.

Schulze-Boysen, sin embargo, a pesar de anunciar con precisión el inicio de la guerra y la ruptura del pacto Molotov-Von Ribbentrop, fue fusilado en Berlín , a mal grado de que Stalin hubiera dudado de sus valiosos informes. El raro prestigio del libro de Perrault en la Argentina se debe en gran medida al general Suarez Mason, quien difundió un documento explicando que la archivendida novela era material de formación de cuadros del ERP-PRT. Era sorprendente ver la cantidad de ejemplares de La Orquesta Roja, oportunamente secuestrados, que había en el sótano de la jefatura de policía de Rosario.

Pero la nouvelle no se interna en semejante laberinto, sólo sugiere, en un recurso a la vez interesante y riesgoso pero en este caso efectivo y que no deja de recordar al Piglia de Respiración Artificial o a Antonio Dal Masetto en Hay unos tipos abajo. En el mientras tanto, va glosando el trato de la familia para con el narrador siendo niño:igual que la policía pero distinto“, dice.

Especial cuidado pone la narración en enfocar al ya nombrado tío, de quien se afirma que tiene costumbres, dijéramos, excéntricas, por no decir, perversas. Capaz de producir escenas de mal gusto, como “sacarse la comida de la boca“, según se dice, era una carga para la familia, quienes “tenían que preparar comida y bebida” para sus amigos que en número exorbitante asistían a la casa familiar para su cumpleaños. Este mismo tío fomenta juegos incestuosos entre primxs, ofrece tortilla, y “acuesta a los dos niños en su cama“; fetichista, inicia a los niños en la apreciación del embrujo del pie humano, enseña canciones prohibidas; como storyteller, prohíbe que sus historias se reproduzcan en público y se aparta de los demás para contarlas.

Una semblanza del abuelo no es menos conmovedora, “había sido policía“, “se llamaba Marcial“, y “no se podía hablar de su familia de origen.” Todos los que se rebelan a esta fuerza cohesiva que la familia ejerce sobre sus miembros, como en Macbeth, desaparecen o tienen una muerte trágica, así le pasa a numerosos personajes que se pierden en circunstancias oscuras, crueles y sangrientas, y al propio narrador ya adolescente quien en sus fallidos intentos por apartarse del incesto sufre el más penoso de los dolores.

De singular interés resulta ser, a medida que el relato se desarrolla, el silencio y la ausencia respecto del tío storyteller de quien se decía que “estaba metido en algo o con alguien”. y así, bajo el reino del incesto, en los más oscuros sótanos de las relaciones familiares, moviéndose siempre en un espacio normado donde, si se pretende salir, se ha de volver a la fuerza por la familia o por la policía que dicho sea de paso, es un personaje importante en todo el libro, la nouvelle pasa revista al mundial del 78, a la etiqueta social de aquel momento, a la guerra de las Malvinas, a la caída de la dictadura y a todos los sucesos colaterales, visto todo desde esta pequeña réplica de la sociedad de la época que es la familia y, cuando parece que la emancipación está próxima, y el narrador expresa que “teníamos la sensación de llegar a un remanso después del tramo turbulento y vertiginoso de un río” un episodio fuerte lo devuelve al caudaloso torrente del incesto que, como todos sabemos, se paga bastante caro.

 

La intensidad de las páginas supera con creces el espesor del libro, es sorprendente cómo tanta pasión cabe en un libro tan pequeño y provocar tanto goce.