La economía argentina mostró de nuevo su capacidad para moverse de un extremo a otro sin puntos medios. En el último año pasó de tener una estrategia macroeconómica de apertura irrestricta y tipo de cambio flotante a un control estricto de capitales y tipo de cambio múltiple (segmentado por sector). Esta estrategia tiene un rumbo claro: cuidar cada dólar que ingresa en la economía para tener margen para reordenar el mercado interno.

La propuesta del equipo económico fue cruda pero realista. Las divisas no pueden ofrecerse en la misma cantidad y al mismo precio para el ahorro y el turismo que para la producción. La idea es intuitiva: la economía local no tiene los dólares suficientes para todos (ahorristas, importadores y bonistas) y se priorizó el uso para compra de maquinaria, insumos y electrónica de consumo. La lógica es concentrar los recursos en lo que se necesita para crecer.

La expansión de la economía es el requisito central para recomponer la calidad de vida de los sectores más postergados. Distribuir entre los que menos tienen en un momento de ampliación del mercado interno es menos complejo que en un momento de estancamiento o recesión. El deterioro del bienestar social en estos últimos dos años es un ejemplo básico para entender las consecuencias sociales de la crisis.

El equipo económico menciona que recuperar el crecimiento no sólo importa para proteger a los más vulnerables, sino que es clave para tener recursos que permitan cumplir con las promesas de deuda adquiridas en el pasado. Esta es una de las premisas centrales de la nueva agenda macroeconómica. La idea es que no es posible ajustar los gastos porque lo importante es superar la recesión y crecer para recuperar la capacidad de repago.

La propuesta es un espejo invertido de lo que se intentó hacer desde el año pasado. La idea del anterior equipo económico fue reducir el gasto público para recuperar el superávit fiscal y darle garantías al mercado sobre el repago de los pasivos. Pero el efecto fue el inverso. La austeridad del sector público potenció la caída de la actividad, de los ingresos fiscales y de esta forma aumentó la incertidumbre sobre la deuda.

La evidencia empírica muestra que la estrategia del anterior equipo económico fue errada. Un análisis de Alberto Alesina y Silvia Ardagna de 107 experiencias de austeridad fiscal muestra que sólo 22 casos fueron exitosos. Si se filtran estas experiencias por los países que hicieron el ajuste fiscal en medio de una recesión (como se hizo en la Argentina a partir de 2018) prácticamente no hubo casos de éxito. Arjun Jayadev and Mike Konczal encontraron que sólo hubo uno (crecimiento con caída del ratio de endeudamiento): se trata de Irlanda en 1987. Esto es lo que plantea el ministro de Economía, Martín Guzman, cuando afirma en sus conferencias que se aplicó un plan sin justificación empírica.

El crecimiento por lo tanto es una de las principales prioridades para reordenar la economía (en los planos social y de la deuda). Pero es necesario prestarle atención a un punto: no es posible crecer eternamente con un mismo plan. En otras palabras: el nuevo esquema macro no permitirá tener los mismos beneficios por siempre.

Los controles cambiarios (potenciados con los nuevos impuestos a la compra de divisas para turismo) son los que le permite al conjunto del Estado (Tesoro + Banco Central) quedarse con casi todo el superávit comercial. En la autoridad monetaria hace semanas que no paran de sumar reservas.

Pero en la medida que la economía crece este superávit comercial se reduce y nuevamente la economía se enfrenta a un problema de estabilidad productiva y financiera. Pensar que los inversores pueden contentarse sólo con que el país les prometa tener un sendero de superávit fiscal consistente no parece estrategia suficiente. Se necesita pensar desde ahora cuáles serán las nuevas fuentes de dólares para compensar un menor excedente comercial.