Ocho años atrás, cuando el británico hijo de ugandeses Michael Kiwanuka firmó su primer contrato con Polydor, el equipo de marketing de la discográfica le sugirió que adoptara un nombre artístico diferente. El suyo, le dijeron, no solamente era difícil de pronunciar sino que además podía generar confusión con respecto a su estilo y terminar en las bateas de World Music. Molesto con la sugerencia, Kiwanuka los desoyó y editó bajo su nombre su primer larga duración, Home Again . Homenaje a los artistas negros que había admirado desde su adolescencia, desde Arthur Lee a Otis Redding, Bill Withers o Marvin Gaye, el disco reveló a un magnífico intérprete de voz atemporal cuyo talento como compositor le valió una nominación a mejor álbum en los Mercury Prize y lo convirtió en artista del año para la BBC. Entonces Kanye West lo invitó a la participar de Yeezus, el disco producido por los Daft Punk con colaboraciones de Rick Rubin y Frank Ocean, entre muchos otros, pero en ese ambiente superpoblado de estrellas Michael se sintió fuera de lugar, su inseguridad le ganó y terminó alejándose de la grabación. Poco después decidió también desechar todas las tomas que había realizado para un segundo álbum llamado Night Songs, que finalmente nunca editó, y pasaron cuatro años pasaron hasta que grabó su siguiente trabajo, Love & Hate (2016). A partir de una reescritura más oscura y personal del soul, la psicodelia y el gospel, el disco le valió nuevamente el reconocimiento masivo, al punto de alcanzar el puesto número uno en los rankings de su país gracias a “Cold Little Heart”, tema que en versión reducida se convirtió en cortina de apertura de la exitosa serie Big Little Lies (la versión original abre Love & Hate y se permite seis maravillosos minutos de cuelgue hasta llegar al estribillo). Y ahora, hace apenas dos meses, Kiwanuka lanzó su tercer trabajo discográfico: en una manera de reafirmarse –y de burlarse de paso un poco de aquellos visionarios de la industria que le habían sugerido cambiarse el nombre– lo tituló sencillamente KIWANUKA, en mayúsculas, y es uno de los mejores discos del año que acaba de partir.

“Durante muchos años viví bajo el Síndrome del Impostor, esa molesta voz interior que te dice que sos una farsa y tarde o temprano alguien te va a desenmascarar”, contó recientemente en una entrevista. “Pero en algún momento durante la grabación de este disco eso cambió y encontré la confianza para crear. Y cuando digo confianza no me refiero a sentir que todos van a amar lo que hagas sino a permitirte la posibilidad de crear algo, salga el sol o truene. Hacer por hacer y ver qué sale de eso. Disfruté tanto del proceso que hasta llegué a preguntarme si no debería preocuparme más. La voz seguía, pero llega un momento en que te hartás y respondés: ‘Listo, ya tuve suficiente de vos’”. Producido por el rapero Inflo y el alquimista experimental Danger Mouse (Beck, Gorillaz, U2), el disco fue recibido con sobrados laureles por la crítica de su país, tanto que el periódico The Guardian llegó al punto de considerarlo uno de los mejores álbumes de la década. Editado como disco doble en su versión en vinilo, KIWANUKA descubre toda una nueva paleta de colores y formas en la obra de su autor, un caleidoscopio de esencia soul donde lo abstracto y lo figurativo brotan y mutan entre referencias a las melodías más festivas de Curtis Mayfield (“You Ain’t the Problem” ), los riffs saturados de la psicodelia garagera Nuggets (“Rolling” ), letanías gospel (“I’ve Been Dazed”), baladas in crescendo sobre Hammonds y cuerdas (“Solid Ground”) y un discurrir armónico de intros, interludios, pianos bebop con coros espaciales, sintes saturados, sampleos de discursos de pacifistas afroamericanos interrumpidos por disparos secos de armas de fuego, arpas, trompetas, bases trip-hop y letras que van de la exaltación autosuficiente a la voraz melancolía de perderse en la ciudad para encontrar motivos para seguir. Y en esa tensión emocional entre el optimismo, las trampas de la ansiedad y la reflexión se define el concepto del disco, anclado a su vez en el contexto actual de violencia frente a la inmigración: “Salió de nuevo en las noticias/ parece que mataron a otro”, canta en “Hero” , una de las piezas centrales del álbum, mientras que en “Rolling” ataca: “No hay lágrimas para los jóvenes/ hay bala si no hay razón”.

Nacido en mayo de 1987 y criado en un barrio de clase media de Londres, sus padres llegaron a Inglaterra a mediados de los años setenta, exiliados de la dictadura de Idi Amin. Desde muy chico Kiwanuka se sintió atrapado entre dos mundos, fuera de lugar tanto en su hogar como durante sus visitas a la tierra de sus padres, y fue a través de la música que encontró un espacio donde explorar su identidad, aunque en un comienzo había sentido todo lo contrario: “Cuando era chico me gustaba el rock pero no tenía referencias de guitarristas negros a mi alrededor, al punto de que una vez vi a alguien que llevaba el nombre ‘Jimi Hendrix’ en su remera y pensé que se trataría de un punkito blanco. Un tiempo después lo vi en un documental en la tele, y ahí comencé a investigar y descubrir un nuevo universo con músicos como Richie Havens y Sly & the Family Stone: fue a partir de ellos que sentí que yo también podía hacer rock”. KUWANUKA cierra el círculo de aceptación que comenzó aquel día en que decidió no cambiar su nombre: “Cuando me preguntaron cómo se llamaría el nuevo disco, al comienzo tenía dos opciones, y luego de decidirme por este todos me decían cosas como ‘¡Gracias a Dios, preferíamos KIWANUKA por mucho!’”, contó. “Los tiempos cambiaron. Ahora puedo hacer algo así, pero habría sido imposible cuando comencé en 2012. Todo en el nuevo disco trata acerca de sentirte cómodo en tu piel y no esforzarte demasiado por lo que otros esperan de vos. Es como cuando invitás a alguien a salir y te rebotan, y un tiempo después te descubrís esforzándote como idiota por ser lo que el otro quiere que seas y decidís mandar todo al demonio: fue en ese momento cuando las cosas empezaron a funcionar”.–