En el mundo del rugby se celebra desde hace años la piña que le dio el mendocino Federico Méndez a un inglés, jugando un test-match Argentina-Inglaterra. Pueden verla en Youtube: es una piña traicionera, vergonzosa, pero en el mundo Puma es leyenda.

También era bien visto hasta hace unos años, en los códigos del rugby, pisarle o patearle la cabeza al rival caído si estaba del lado incorrecto del maul. Cada nuevo incidente de violencia callejera que involucra a rugbiers invariablemente se inicia con una de esas piñas traicioneras y culmina con esa repugnante costumbre que se ha generalizado en los últimos años en las peleas callejeras: patearle impunemente la cabeza al caído.

Hay algo que hace hace doblemente nauseabundo esta clase de comportamientos, y es que alimentan en nosotros la espiral de violencia: aunque reprimamos “civilizadamente” nuestra indignación, deseamos por dentro que los culpables padezcan el mismo salvajismo que practican. Así termina de cerrar este infecto círculo vicioso.