"Lo hace sentirse joven a uno. En alguna parte en el Este,

mañana temprano; partir al alba, viajar en redondo frente al sol,

ganarle de mano por un día. Seguir así, para siempre nunca envejecer".
Ulises, p. 87. James Joyce.

El mapa. Desde hace unos días juega con el mapa. Cierra los ojos sobre la cartografía y como un ciego trata de apretar los caminos con el tacto. Son juegos de la infancia que siempre están volviendo. Eran pobres, a menudo viajaba en el altillo. Cerrar los ojos, tocar, oler, presentir. ¿Hay alguna diferencia entre viajar, enviar una carta o escribir un poema, meterlo en un sobre y echarlo al correo? Todas son cartas o viajes: el mapa, el naipe y un te amo en un papel lavanda dentro de un sobre.


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Cierra los ojos, más bien entornados y aprieta firme como si caminara suelo minado. Es una rabdomancia, siente humedades: un agua llama a la otra y todo para perderse los fugitivos. Del Paraná hasta el mar. Rosario, el puente, Victoria (¿Santa María de Onetti?). Gualeguay (Juanele). Larroque (Yabrán y De Ángeli), Gualeguaychú (Natalia Oreiro). Fray Bentos (tan laicos que parecen los orientales). La Mercedes uruguaya. Dolores (el mecánico Madrid, un amigo), Carmelo, Colonia (calle de los suspiros del amor), Montevideo (la casa inundada de Felisberto y Vilariño). Maldonado con ese aire de barrio Saladillo, el Este (¿seguirá el Mercedes de Gostanián embargado por los empleados del Mejillón y el cuadro gigante del billete con la cara del sultán?), La Paloma (aunque durante Malvinas aprovisionaban a los ingleses) y Polonio o Punta del Diablo, Aguas Dulces. Un poco más y empieza el Brasil. Si evita el contorno del río Uruguay, es más directo: Mercedes, San José (las mejores compraventas y antigüedades), Canelones, Montevideo. Pero cuando uno pasea, lo mejor no es llegar, sino tardarse, derivar. También hay más directo: Mercedes, Trinidad, Durazno (de su aeródromo escapa Tesalio Feijoó en el final de "El Camino del Otoño"), Florida, Minas y La Paloma. "Conozco esa carretera, como tu cuerpo en la oscuridad" canta Drexler y me viene el eco de una noche en "Luna", fingiendo que tenía una copia de "Radar"(disco difícil) para seducir a alguien cuyo rostro se ha ido erosionando como el de la Vitrerbo.

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Si el mapa tiene buena textura, como venas abiertas de Galeano, se puede viajar por los dedos con los ojos bien cerrados. Así se salvó Nicole Kidman. Algo con relieve, proporcional al tacto, es inevitable oír la fauna, oler la flora tupida y exuberante del litoral. Hasta los mosquitos pueden sentirse si uno aprieta despacio y huele, en una banquina de la ruta 14, las coníferas de Celulosa, más allá el olor dulzón del río y a todo lo largo el más común del yuyo del pajonal. Con un apretar continuo puede escucharse la torcaza, el biguá y escabullirse al yacaré. Después están los cidís, Aznar, Buscaglia, Spinetta, Brubeck. Los libros de Almada, Zambra, Morabito, Fante en inglés, en el Kindle. Aunque al final siempre manotea un Ford, dos Onetti, por las dudas. Reúne sus libros como Tesalio, los mismos clásicos releídos. ¿Aburrido? Literatura para el fin del mundo. A veces vale la respuesta de Sergey Dreiden en el final de "El Arca Rusa":
--No quiero salir de aquí... no me iré. ¿El futuro? ¿Qué encontraremos allí?

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Y después lo más humano o prosaico: tres Rayitos de Sol factor 18, seis botellas de vino argentino (el uruguayo está carísimo, como el expresidente Batlle), botella de aceite, sal, pan, lechuga y tomate. Bolsa grande de orégano, dos longanizas, pasaporte italiano (por Lacalle Pou, claro), DRF naranja (seis paquetes), y cambio chico para los peajes. Matafuego, balizas, líquido refrigerante, mapa del Brasil (por las dudas), el arma descargada bajo del asiento, tres camisas, dos bermudas, sol de noche, un saco para el casino, heladera de porolito, Zippo a punto, Camel diez y vista al frente. Dos manos al volante; un corazón para no volver de aquella ingenuidad cuando pensaba que de tanto ir al Uruguay podría escribir “La máquina de pensar en Gladys” o un poemita de Marosa. Como si bastara nacer en Liverpool para componer "Michelle" o en Villa Fiorito, para ser el Diego. De pronto, cuando van cruzando Trinidad (no puede dejar de perseguir personajes) se larga un temporal con granizada y desaparece el camino. Ella se asusta y pide lo más normal, un beso, un abrazo:
- ¿Estás bien?
- Tengo frío, apretáme, abrazada se me pasa.
- ¿Así?
- Sí, dame otro. Otro...
- Pasame el vino, no veo, ¿tenés el encendedor?
- Sí, tomá.
- ¿Y el libro?
- ¿Cuál? No veo.
- El celeste, de Morabito.
- Yo tengo el encendedor, abrílo.